Radicalidad del amor

Foto: UNsplash / Michael Fenton
Foto: UNsplash / Michael Fenton

«Amarnos, aun cuando queden pocos días/ Amarnos porque estamos solos y nadie logrará rescatarnos/ No nos queda sino este recurso: amarnos/ No tendríamos que tomar en cuenta nada más/ Unos pocos metros cuadrados bastarían/ Y nos amaremos mientras se pueda…» Fragmento de mi poemario: «Balada de la vieja nueva ola para héroes solitarios» Ediciones de Arte Gaglianone, 1993.

Siempre he creído, que la renuncia al amor, se base o no en un pretexto de tipo ideológico, es uno de los grandes crímenes que, en el curso de su vida, pueda cometer un hombre dotado de todos sus elementos constitutivos, sensibilidad, instinto y sabiduría, cuidando de sí, en el espacio que nos ofrece la radicalidad del amor.

Si existe “algo” que parecía haber escapado hasta hace unos años a todo intento de reducción, haber resistido a los más grandes dictadores de tendencias y pesimistas, este “algo”, era el amor: único sentimiento que puede reconciliar a cualquier ser, temporalmente o no, con la idea de la vida y su sentido.

El discurso del amor pareciera, hoy, estar divorciado de la existencia de los pueblos, exiliado e instalado en un espacio de soledad extrema, en un Gulag metafórico. Un discurso despreciado a veces, ignorado por las nuevas generaciones abandonadas a relaciones sistemáticas de consumo extremo. El amor está asfixiado por la profusión de pornografía reinante.

En Argentina, ha llegado a ser una práctica cotidiana, aún no superada, que escritura y pensar sobre lo deseante en términos esquizoides, estén estrechamente ligados al ejercicio del poder corporativo de mafia asesina y desamorada, enquistada en el país desde hace décadas, en los más diversos espacios del acontecer de lo que fue una República.

La escritura publicitaria de los habilitados, serviles a las corporaciones, significaba y sigue significando la omnipotencia de la trama siniestra del aparato criminal del estado privatizado… El acto de escribir pierde su función comunicativa, de modo adrede, todo articulado por una logística degradante de pérdida de sentido y por supuesto de la verdad tan temida. Pero también y sobre todo la decepción relativa a la indisposición ante la verdad. La creencia en la bondad de los fundamentos -ética, sentido, historia, progreso, hombre- se reemplaza por una especie de creencia en la omnipotencia de unas fuerzas dispersivas, caóticas, contradictorias, demoníacas, que sin dudas la humanidad ha naturalizado, glorificando los mitos y las leyes de la destrucción: ruina, entropía, caos.

No es casual que la preocupación de la búsqueda de un “autor” para el mundo, se produjera en relación a un paisaje relativamente natural, anónimo, donde la intertextualidad asume entonces la convención del autor como individuo indiviso, idéntico a sí mismo, para después formalizar su sepelio y explotarlo -esparcir sus restos- en un individuo social, en un contexto incierto que asume exactamente las atribuciones del autor/dios: el panteísmo del «objetil», habiendo dejado al «subjetil» exiliado del amor. (tal como lo define Derrida, a partir de Artaud).

De este modo, a pesar del desgaste y rozamiento, se produjo un cortocircuito de lo simbólico, que actuaba cual placebo interno de la conciencia de una humanidad manierista/esclava y la discusión parece producía cierto vértigo, por lo que el esfuerzo en llegar a un diálogo se tornaba casi imposible, devenido en valioso, porque no decirlo o ser inútil, ignorante y mentiroso, no da resultados formidables en este sistema de sujetos-objetos, que preparan su cuerpo para los gusanos, soportando lo insoportable, en nombre de la democracia ficcional, al servicio de las mafias corporativas, incluidas las mediáticas, donde la verdad es eliminada y la mentira es instalada como fuente de todo acto delictivo.

En el interior de las democracias, se insinúa con insistencia formas de simuladas confrontaciones, donde no se llega a visualizar quién es el receptor y quién el emisor de noticias solapadas en formato «espionaje super-escort» modelo tercer milenio, tendencia «crimen organizado VIP». “La sexualidad se desvanece en la sublimación, la represión se desvanece con mucha mayor seguridad en lo más sexual que el sexo: el porno. Las cosas se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad”, decía el comunicador y filósofo francés Jean Baudrillard, con quien coincido. Sumo otros asesinos del amor: la publicidad a repetición hasta alcanzar el vértigo, donde los cuerpos, cuáles objetos de consumo, se nutren de obesidad y simulada obsesión de placer no consumado, liberado del afecto que transmiten los estados de deseo y la sensibilidad del instante, que requieren las prácticas del amor.

El excesivo consumo de las promociones mediáticas, en plan sistemático de degradación de seres, deviene en que hablar sobre el amor adquiera un carácter subversivo para quienes lo sentimos y cristalizamos como acto de vida. Una fisura posmoderna que insinúa lo obvio, permaneciendo extrañamente publicitada, desde un perfil de posibilidad cercana, o trascendido, de lo que parecía irreal y lejano, pero que nadie ignoraba, al menos se presentía cierto tufillo a «voyeurismo» en acto de aniquilar la esencia sagrada de la intimidad, ¿suena terrible no?

Como consecuencia de un proceso interno de aniquilamiento y desmoronamiento de la irracionalidad pre-pandémica, de la invocación a los principios de libertad de la razón “impura” que hoy podemos clasificar como ensayo de tramas mafiosas de mutantes, que en su sentir post-escatológico, apostaron al «juego de la oca», con una comunidad invitada al intento de avanzar o retroceder en el espiral de 63 casillas, sin dibujos y sin dados que propone este juego de mesa, con la justicia operando como juez y parte, lógico ¡ah! con castigos incluidos, son las reglas del juego. ¿De qué otra manera se podría jugar con la mafia?

Entonces, estimados lectores, uno transita su vida en un «doble exilio», poético y patético, cuando relatar la vida y el mundo como son en realidad, como se los debe conocer, sin ocultamientos ni oscurecimientos, nos cueste ser eliminados y a pesar de como dicen los soplones «la verdad siempre se abre camino y se logra ver la luz», aunque ya sea de noche y las décadas hayan transcurrido llevándose consigo a las voluntades más lúcidas.

Me refiero a la vida como la he apreciado desde mi infancia, según pasaron los años nada ha modificado su curso, todo es tal cual lo imaginé: traición y cobardía … Y siglos de pasado indefinido, los asimilo al presente, las falaces historiolas escritas por esclavos ilustrados de todos los tiempos y espacios, construidas por orden y decreto de reyes y monarcas elevados a símbolo, pintando paisajes de épicas que jamás han tenido lugar.

Se requiere cierto heroísmo, para mostrar a la humanidad lo que es la verdad, sin complejos, que se experimentan día a día por quienes tiene reservada la tarea irreprimible de escribir la historia, de los ganadores del gran derby de bestias que corren tras el espejismo de un oasis sin palmeras, la verdad, absolutamente prohibida de expresarla o mostrarla, en acto y vida, incluso en textos ligeros, literarios, de filosofía vocacional, o en notas de medios under, empantanados entre la melancolía y el desdén.

La situación del hombre, en medio de la confusión de leyes, hábitos impuestos, deseos indeseables, impulsos reprimidos, instintos sofocados, se ha hecho tan azarosa, artificial, arbitraria, trágica, grotesca, que jamás tuvo la literatura tanta facilidad para inventar como en el presente, como tampoco, encontró tan difícil asimilar, deglutir y seguir intentando vivir, con sonrisa dibujada. Nos rodean bestias epizoóticas, a quienes el menor roce hunde en interminables convulsiones criminales.

Para qué seguir sublimando y soñando lo que jamás tendrá espacio en este mundo de sistemas necróticos, si el hombre no puede subsistir bajo ningún sistema antropoide, por demás masoquistas todos ellos, sin la imposición de una mentira duradera, repetida hasta el delirio, una «mentira totalitaria», una mentira que no se esconde en un tal vez y libres de restricciones, estas fórmulas ¿sociales?, se disolverán irremediablemente en la anarquía.

Los vacuos discursos de gobernantes sociópatas de democracias ficcionales, repercuten en todas direcciones, acompañando a la sobrevida de los hambreados que alucinan mejores tiempos por venir, en sus monotonías de tareas diarias inexistentes, bebiendo en botellas vacías, en charcos al borde de algún cordón, inhibidos ante los grotescos maniquíes que pasan los miran y aceleran su paso, ¿proyectan posiblemente su porvenir ineluctable?, todo ellos cuajándose en un gigantesco y cruel narcisismo, siempre con las mejores intenciones.

El sadismo instalado en la maquinaria emocional del hombre, deriva, ante todo, de un amor ante el aniquilamiento, profundamente arraigado en la naturaleza humana y muy particularmente en la naturaleza de las comunidades de hombres, una especie de impaciencia amorosa, un deseo irresistible y unánime por la muerte; impaciencia pudorosa, tímida, pero no por eso menos poderosa del deseo de que Tánatos y su suavidad nos acaricien.

El resultado es claro: el repliegue a una posición anarquista cuya violencia afectiva puede volverse inquietante, cuando la comprobación de la impotencia oscila en el sueño de la omnipotencia.

Esta serie de exilios, devenida en la posición marginal del discurso de la verdad, sin ambigüedades, determinan una pérdida de la realidad inmensa…una serie de exclusiones que comprende lo histórico y político, asimilados a un cuento pornográfico de lo que demasiados piensan no puede ser… pero «es».

Pues entonces, despreciando todas las prohibiciones, sirvámonos de la vengadora arma del sentimiento, contra la bestialidad de todos los sujetos-objetos… y amen.

 

Eduardo Sanguinetti
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