Yo, Dios

Bolsonaro sostiene banderas de Brasil y de Israel. Foto: Twitter Jair Bolsonaro
Bolsonaro sostiene banderas de Brasil y de Israel. Foto: Twitter Jair Bolsonaro

En Brasil abusan de mi nombre. Es extraño que en un país tan cristiano, otrora conocido como Tierra de Santa Cruz, muchos parezcan ignorar el Decálogo que puse en manos de Moisés, cuyo segundo mandamiento es “No tomarás en vano” mi Santo Nombre.

Hay políticos que no hacen otra cosa. Me evocan sin el menor escrúpulo y con cualquier pretexto. Hasta en la ONU, una institución laica y plural, mi Nombre fue mencionado al final de un discurso presidencial repleto de falacias e emponzoñado de odios y discriminaciones.

Confieso que me siento incómodo desde que me usaron como jerga de la campaña electoral: “Brasil por sobre todo; Dios por sobre todos”. Brasil no es un disco volador que sobrevuele por encima de todo. Brasil es toda la gente que ocupa este extenso y rico territorio. Esa gente sufrida, desempleada, que es blanco de operaciones policiales en las que se dispara al acaso y se asesina niños como Ágatha Félix, que ahora juega con los ángeles en el Cielo. Esos ricos cuyos ingresos aumentaron un 6,5% en los últimos siete años, y los pobres que, en el mismo período, perdieron un 14% de los suyos.

Y yo, es bueno recordarlo, no estoy por sobre todos. Estoy entre ustedes, pueblo brasileño, y dentro de todo: en el árbol derribado por la motosierra en la Amazonia; en el agua del río envenenado por el mercurio de los buscadores de oro; en el corazón de los fanáticos que llenan los estadios de fútbol; y también en el de los policías emboscados por delincuentes.

En este Universo, nada prescinde de mi amorosa presencia. Y, por amor de D…, o mejor, por favor (porque no quiero parecer presuntuoso), no confundan lo que digo con panteísmo. El panteísta cree que todo es dios. Hagan lo que los panenteístas, quienes creen, con razón, que Yo me hago presente en todo lo que creé.

Sin embargo, debo recordarles que no creé la desigualdad social, la devastación ambiental, la misoginia, la homofobia, el prejuicio étnico, etc. Ninguna de esas aberraciones proviene de mi voluntad divina. Son frutos amargos de la injusticia humana.

Por favor, no me atribuyan males y crímenes que ustedes provocan. Les di libertad porque soy un Ser esencialmente amoroso. Y solo hay libertad donde reina el amor. Si hubiera creado a las personas como autómatas programados para hacer siempre el bien, me habría negado a mí mismo. Ese sería el mundo de un tirano y no el de un Dios cuyo único sinónimo es Amor. Como ser amoroso, solo podía crearlos con libre albedrío. Tan libre que pueden hasta darme la espalda o negar mi existencia. Y aun así, nunca dejaré de amarlos. Como bien afirmó el papa Juan Pablo I, soy más Madre que Padre.

Ruego a quienes me son fieles que no admitan que se tome en vano mi Santo Nombre. Denuncien y combatan a quienes me evocan para expoliar a los pobres, a quienes predican que Jesús es el camino, pero insisten en cobrar el peaje… Rechacen a quienes exhiben mi Nombre para ampliar sus negocios, imponer sus leyes injustas y oprimir al pueblo. Hagan lo que hizo mi Hijo. No se alió a los fariseos hipócritas. No aduló a los opulentos, sino que los despidió con las manos vacías. Y dio su vida para que “todos tengan vida y vida en abundancia”, como registró Juan en el Evangelio.

Dicho esto, regreso a mi comunión trinitaria. Y reitero: estoy presente en todo lo creado. Basta con que tengan corazón para amar, manos para compartir, pies para seguir el camino de la esperanza y ojos para ver la luz incluso donde parecen reinar las tinieblas.

Frei Betto es autor, entre otros libros, de Fome de Deus (Paralela/Companhia das Letras).

www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.

Traducción de Esther Perez

 

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