La calle Yerbal, donde la primera sangre corrió en Navidad

"El Caoba", aquel soldado que degolló a dos bellezas con una navaja de peluquero

El Jefe de Investigaciones don Servando Montero y un enjambre de policías estaban rodeando el lugar, mientras una ambulancia partía raudamente haciendo sonar el «clong» de su campana, rumbo al Hospital Maciel llevando a una mujer con un tajo enorme en el cuello que le había «desnudado» la garganta y por donde la vida se le estaba yendo a borbotones entre cuajarones de sangre.

Julia Iriarte  que así se llamaba la infortunada protagonista de esta historia  tenía su pieza en el prostíbulo ubicado en la calle Yerbal 584 bis. Era aquella calle, que hoy no existe, el centro del llamado bajo de la ciudad y que empezaba en el «Almacén Los dos frentes», pertenecía al padre del inolvidable Ramón «Loro» Collazo, justo en la proa de ésta con la calle Camacuá.

María Herrera era una muchacha que trabajaba en una pieza que estaba separada de la de Julia Iriarte apenas por un pasillo. Aquel 24 de diciembre de 1928, no había muchos hombres por el bajo, aunque siempre era posible que por lugares así  y especialmente en noches así  apareciera algún solitario buscando un poco de amor, aunque sea alquilado, para escaparle a sus angustias.

Lo que se supo, fue por declaraciones de María que luego de desocuparse fue hasta la pieza de su compañera para ver si estaba libre, así las dos podrían descorchar una botella de champagne francés y comer unas almendras confitadas inglesas y una caja de marrons glacé, que un marinero le había regalado, para celebrar a su modo la Navidad. Y allí se encontró con el macabro espectáculo del cuerpo de su amiga semidesnudo cubierto con la mitad del colchón, con un enorme tajo en su garganta del que manaba sangre abundantemente. Y ella fue la que llamó a la Policía.

En medio de incontenible llanto, la asustada mujer dijo que alrededor de las 12.30 de aquella noche, Julia había recibido en su pieza a un cliente que después de estar un rato con ella, salió prometiéndole volver, aunque no podía afirmar que realmente lo hubiera hecho y que ella no había escuchado ningún ruido fuera de lo común.

Lo describió como bastante morocho, retacón, de pecho ancho y saliente, y eso fue todo lo que pudo ver. A Julia Iriarte la habían encontrado con la garganta prácticamente seccionada, seguramente con una navaja de peluquero o un cuchillo muy filoso, ya que los pequeñísimos trocitos del acero que aparecieron sobre la cobija de la cama así lo indicaban.

Junto al cadáver encontraron también, un botón de uso militar. Pasó más de un año y a pesar de las investigaciones llevadas a cabo, no se pudo dar con el asesino. El propio jefe Montero, se resistía a creer que pudiera ser un integrante de las fuerzas armadas, a pesar del indicio del botón.

 

«Quién diría que tu poema de griseta, solo una estrofa tendría…»

La casa de Yerbal 584 bis cerró sus puertas porque nadie quería trabajar allí después de lo acaecido. Hasta que llegó al barrio «Lulú» una meretriz porteña, llamada realmente Beatriz Suárez Danes, soltera, con 33 años de edad y una belleza y un «estilo» inéditos para aquella calle. Tanto así que muchos no se explicaban porque había caído allí, en lugar de trabajar en lugares más refinados montevideanos, como las llamadas «Pensiones de artistas» que eran en su mayoría lenocinios encubiertos para clientela de la clase alta.

Ella alquiló la casa y se instaló con Telma Camacho una uruguaya de tierra adentro, también muy agraciada. Ni que decir que las colas para «servirse» eran enormes, y poco después ya nadie se acordaba de la infeliz Julia Iriarte y su garganta partida en dos.

El 2 de febrero de 1930, un rato después del mediodía un sujeto de tez oscura, retacón, pobremente vestido, se detuvo frente a la casa. Está allí un rato y cuando se iba a retirar salió la limpiadora. El desconocido le preguntó a qué hora trabajaban las muchachas y la mujer le respondió que estaban allí. Apareció entonces Lulú y lo invitó a entrar. El la siguió por la ancha escalera. Entraron en la habitación y luego de un rato, Telma Camacho, la compañera de Lulú contaría que se abrió la puerta del cuarto y por ella salió el hombre de quien alcanzó a ver su perfil apenas mientras le decía a Lulú: ¡Ya vuelvo…vuelvo…! ¡ A mí me gusta así! , mientras salía apresuradamente a la calle. Telma preguntó a su compañera si el hombre se había enojado y ella le dijo que no, que había ido a cambiar dinero prometiendo volver.

Se supo que el hombre fue hasta el almacén de Collazo, empinó una o dos copas, pagó con un billete de cinco pesos y volvió a la casa de Lulú.

Llegó a la pieza y la encontró sobre la cama, vestida apenas con una sensual prenda » de trabajo», en la plenitud de su belleza. El hombre la miró y se abalanzó sobre su cuerpo esgrimiendo una navaja, mientras Lulú gritaba: «¿Qué estás haciendo?» , y él le respondió: «Te voy a hacer lo mismo que a la otra». El filo del acero entonces se deslizó sobre aquel cuello nacarado dejando en él, un surco rojizo que se iba ensanchando a cada segundo.

Con un gran esfuerzo la muchacha a pesar de todo logró zafarse de su agresor, y salió corriendo escaleras abajo, mientras él la perseguía, logrando tomarla de un pie, quedándose solamente con uno de sus zapatos en la mano, por que Lulú logró salir casi desnuda a la calle y cayó allí, bañada en sangre. Inmediatamente la gente la rodeó, miró hacia la casa de fatídica historia y alguien corrió hasta la seccional a buscar la Policía. Llegaron enseguida el comisario González Palmero y los subcomisarios Funes y San Martín, y mientras otros funcionarios atendían a la muchacha ellos entraron a la casa. Al llegar a la habitación encontraron un hombre agonizando también con una terrible herida en el cuello. El y la mujer fueron llevados al cercano Hospital Maciel.

En el bolsillo del herido se encontraron $7,50, varios papeles y un carné a nombre de Maximiliano Cándido Díaz, uruguayo, soltero de 30 años, soldado del regimiento 8º de Caballería, de quién se supo después que se le conocía también como Máximo Cándido Araujo, alias «El Caoba» por el color de su piel. Para los investigadores la relación de este hecho con el asesinato de la infeliz Julia Iriarte, poco más un año atrás, en el mismo lugar y similares circunstancias era algo más que obvio.

Investigaron y en el cuartel quienes conocían a Araujo dijeron que era un ser de muy baja calaña, que cuando tomaba una o dos copas era capaz de cualquier cosa.

«El Caoba» y Lulú estaban ambos muy graves en el Maciel. Siete días después ella falleció. El soldado en cambio se recuperó e inmediatamente comenzó el asedio policial. Al principio negó la autoría del primer asesinato. Hasta que finalmente, abrumado por las pruebas en su contra, cedió. Dijo que la navaja la había tirado en el arroyo Miguelete desde el puente de Agraciada. Y así fue, los bomberos la encontraron días después. Curado totalmente y sometido a un examen psiquiátrico, «El Caoba» fue sentenciado a la pena máxima.

Treinta años después, y favorecido por una conducta ejemplar durante toda la condena, en febrero de 1962, con 62 años de edad, recuperó su libertad. En la vieja casona de Yerbal 584 bis, nunca más se volvieron a escuchar suspiros de placer, más allá de los estridentes maullidos de las gatas en celo con sus felinos amantes, únicas inquilinas desde entonces del lugar, junto a ratas y otras alimañas. Hasta que sobrevino la demolición. *

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