EDUARDO USETA Y SU NUEVO DISCO

"Trabajé el candombe de una forma diferente"

Pasó mucho tiempo de volver a trabajar cono músico solista. Más que nada porque durante mucho tiempo, muchos años, mi actividad consistió en hacer café-concert (junto a Manolo Guardia y Cuque Sclavo) en el pub Preludio», confiesa el compositor, guitarrista y cantante Eduardo Useta en un alto de su labor profesional durante todas las noches en el Hotel San Rafael. Allí desgrana sus canciones para un público siempre apeteciente de su variado repertorio.

Hablamos pues de su disco, de inminente edición, denominado Quién diría, que incluye 11 canciones de su autoría y un equipo de invitados de lujo como Rubén Rada, Federico Britos, Gastón Contenti, «Boca» Ferreira, el cubano Eddie Peñalver y Alejandra Díaz, Raúl Medina, los Fattorusso en pleno. El resultado: buen gusto y refinamiento, virtuosismo y versatilidad, sensibilidad y compromiso del diseño de una obra pareja en forma y contenido.

Dice Useta encendiendo el fuego de la charla: «Fue una experiencia muy rica, muy fuerte que me absorbió completamente y me otorgó grandes satisfacciones. Pero este disco como solista, Quién diría, efectivamente, como decís, fue muy meditado y tuvo un largo proceso de decantación hasta que las ganas no resistieron y me puse a grabarlo».

 

–Es un disco que te debías, ¿no?

–Sí, es un disco que me lo debía, y básicamente porque los temas que están en el disco los he sentido y disfrutado mucho a la hora de componerlos. Fueron temas que hice y deshice varias veces, tanto a nivel musical como a nivel letrístico; temas que sufrieron varias correcciones. Quedó un trabajo global muy elaborado, con cada tema que mereció un tratamiento sonoro diferente al otro, pero tratando de mantener una coherencia desde el punto de vista armónico, etcétera.

Cultura afro

–Desde el punto de vista sonoro, ya se rescata una línea sonora muy definida y la selección bastante rigurosa de los músicos que te acompañan. Y algo que me sorprendió fue el tratamiento diverso de las voces.

–Esto último siempre lo hice, en particular en los espectáculos junto a Manolo Guardia y Cuque Sclavo. Llegué a hacerlo en la época de Tótem y aquí en este disco, no a la manera de la parodia sino en una operatividad de darle mayor diversidad de coloraciones. Y en cuanto al sonido, tenés razón: yo creo que al oírse el disco tiene una personalidad, un sello distintivo.

–También hay una apropiación –en distintos modos– de la cultura afro.

–Sí, este es un disco distinto de presentar al candombe. La fusión del candombe generalmente se ha hecho con el jazz o el funkie; no obstante, mi fusión o mi acercamiento tiene que ver más con la estética de la música negra brasileña. Y, por otro lado, la música brasileña está mucho más cerca del candombe que del jazz o el funkie. Fijate que hay mucho de candomblé y otras tantas similitudes. Está el eco de la bossa en temas como «La negra Tomasa», aunque no eludo del todo lo jazzístico. Es decir: el disco suena a candombe con otra dimensión.

Homenaje a Rosa Luna

–Le hiciste, Eduardo, un tributo a Rosa Luna.

–Fuimos amigos y compartimos algunas veladas juntos y charlábamos bastante. Fue una ocasión muy válida para recordar a una amiga y a una vedette, a un personaje trascendente del Carnaval. En la letra resalto, más que nada, por un lado la figura ausente y, asimismo, aquella situación de mujer que transmitía mucha alegría. Y la asocio mucho con el Africa, y sobre todo por su forma de ser, lo que en el disco incluso me llevó a hacer unos coritos –junto a un cubano estupendo como Eddie Peñalver y la cantante Alejandra Díaz– a la manera de los grandes coros africanos. Llevó mucho trabajo, pero quedó muy bien.

–El disco gana en volumen por tu labor de intérprete y de guitarrista, pero también por la presencia de invitados de primer nivel.

–Sí, tuve la suerte de contar con gente como Rada, Gastón Contenti, Raúl Medina, el «Boca» Ferreira (el mejor percusionista de este país, con una fineza y riqueza de toque total), los Fattorusso y que se consustanciaron con el proyecto. Hubo compromiso real de parte de ellos para con mis canciones y el resultado, que debo agradecerlo, está a la vista. Estoy muy conforme.

–Hay dos versiones de lo que llamaste «Song For Eve». La instrumental es una maravilla.

–La grabé con el violinista Federico Britos –que había venido de vacaciones unos días al Uruguay, ya que vive en Miami–, que tiene a nivel sonoro como una reminiscencia de hot-club francés; después incluí otra versión con otro enfoque y otra dimensión de arreglos. Y, por otro lado, lo que llama la atención en el disco es que una canción como «Song For Eve» conviva al lado de «La negra Tomasa», pero sin embargo hay como una coherencia.

–La negritud abarca a todo el proyecto. Tiene ese toque.

–Sí. Es algo, yo diría, que me fluye de manera inconsciente. Tal vez sea porque me desarrollé como músico durante la década del sesenta: fue una época muy fermental que decidió todo un rumbo de la canción popular.

Tótem y Preludio

–Tenés dos marcas. Haber formado parte de la experiencia vertebral de Tótem y toda la onda del candombe-beat junto al negro Rada y el resto. Pero en los ochenta hacés grandes espectáculos en Preludio junto a Manolo Guardia y Cuque Sclavo. Hicieron del café concert un ritual.

–Tengo dos pasados artísticos, digamos. Con Manolo Guardia toqué durante toda mi vida. Cuando iniciamos la experiencia de Preludio, no lo hicimos para salvarnos. Era una situación que ya teníamos internalizada, y a ello le agregamos la chispa de Cuque Sclavo. Hicimos espectáculos, creo yo, valiosos como «Haciendo biógrafo» o «La mujer que al humor no se asoma» y nos complementamos los tres fenomenalmente en escena durante mucho tiempo y la gente respondió siempre. Lo de Preludio fue increíble y dudo que vuelva a repetirse en la actualidad como fórmula expresiva a ese grado de convocatoria.

–Y lo de Tótem tiene un trazo legendario.

–Para mí, es la gran experiencia de vida. Fue como algo decisivo. Incluso hay gente que viene y me pide que le firme el disco de Tótem. La otra vez, por ejemplo, yo estaba en una casa de música y se acercó uno de los hermanos Ibarburu y me dijo algo así como ‘vos sos culpable de que yo sea músico’, refiriéndose a la música de Tótem, que tanto lo había marcado. Lo de Tótem fue increíble. Recuerdo que en la época de Tótem, los hermanos Fattorusso estaban en Estados Unidos y llegaron a grabar «Dedos» allá con la denominación de «Fingers», junto al brasileño Airto Moreira. Fue toda una sorpresa. Sorpresa fue también aparecer en la revista Downbeat, en la tapa, y diciendo que éramos el nuevo sonido de América Latina. Sorpresa fue que alguien una vez nos dijera que la canción «El tábano» parecía Santana. Y el Lobito Lagarde le contestó: Mirá que hicimos el tema antes de que llegara a conocerse la música de Santana a Uruguay. La ventaja estaba en que la gente de Tótem ya tenía experiencia y el proyecto tuvo un despegue formidable. Yo, por ejemplo, ya había experimentado junto a Rada grabando «Las manzanas» y «Guantanamera, todos aquellos éxitos del «Negro». Y nos juntamos la gente que tenía una visión estética similar, gustos similares. El caso de Galletti, el padre de todos los bateristas; el Lobito Lagarde, con 18 años, todo un performer brillante. Ni hablar de Rada: para mí, es el creador de la música popular de este país, hace 40 años que viene componiendo.

–No te olvides de Mateo.

–No, claro que no me olvido de Mateo ni tampoco d
e El Kinto o de El Sindikato y de toda la movida de grupos que se largaron a cantar en español en ese momento. Por eso creo que va a ser muy difícil que se den en la música popular las mismas condicionantes que se dieron en esa época. Fue impresionante y no hablo solamente de Tótem sino también de otras propuestas muy buenas del momento. Se hacía todo a corazón.

–Volviendo al disco: posee una sonoridad moderna y hasta le quitaste casi se diría que visceralidad al candombe. Un disco para paladares exigentes, tal vez de culto.

–Sí, porque se ha utilizado una tecnología de última generación y quise tener un disco fino y a la vez popular. No fue planteado como un disco llamémosle comercial. Lo hice para decir aquí estoy, vivito y coleando y con toda la honestidad y el apasionamiento que uno puede otorgarle a una obra personal. *

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