Drama. Una obra de José Luis Alonso de Santos

La sombra del Tenorio en la escena del Teatro del Centro

En esa versión vio darse vuelta la mesa con el «Don Juan» de Lord Byron (inconcluso; escrito entre 1818 y 1823), donde el héroe es quien sucumbe ante los encantos del otro sexo.

La versión más conocida en lengua española es «Don Juan Tenorio» de José Zorrilla (1844).

Historia y crítica otorgaron a la leyenda una resonancia desmesurada: en uno de sus frecuentes momentos de zoncera solemne, José Ortega y Gasset escribió: «…Don Juan, el problema más recóndito, más abstruso, más agudo de nuestro tiempo» («Estudios sobre el amor», Salvat 1971). Entre nosotros, Marianella Morena recibió un premio por su obra «Don Juan o el lugar del beso», adaptación libre de Molière. Alonso de Santos, está aquí más inspirado en segundón de «El vestidor» de Ronald Harwood que en la leyenda clásica y se va por análoga tangente: narra la historia de la hormiga en que nadie reparó, en Marcos Ciutti, el sirviente de Don Juan Tenorio.

Comienza la acción en una sala de hospital donde el actor que ha compuesto a Ciutti agoniza, delira o le suceden ambas cosas, todo bajo la supervisión de una hermana de caridad, sor Inés. Convencido de su mediocridad, rememora los brillos que rodearon su opaco pasado; se viste con las ropas de Don Juan, que el sirviente ha robado de a una; cuenta anécdotas; dice que vio actuar a Alberto Candeau; intenta recitar «Don Juan» como si él fuera el Tenorio.

Aquí aparece la dificultad, que se reveló insalvable: Alonso de Santos no logra encontrar grandeza o universalidad alguna en sirvientes o partiquinos. Digamos que no es ni John Ford o Thomas Middleton en el teatro isabelino, o que no es Balzac, Flaubert, Chejov o Proust en los siglos XIX y XX. Su inferioridad respecto de sus posibles modelos era inevitable; pero ya no era tan inevitable que ni siquiera intentara la grandeza en lo pequeño; y la obra es tan poca cosa como la invención de un criado.

La puesta en escena (Marcelino Duffau), sobre una escenografía y una iluminación estáticas, se apoyó en el único actor, Horacio Depauli (Clara Melo es muy poco más que una presencia muda; casi diríamos una convidada de piedra). Tal vez por la falta de vuelo del libreto, el actor pareció naufragar en el personaje; sea como fuere, Depauli mostró, además, claras limitaciones en el registro vocal y en el repertorio gestual; a veces algunos de sus movimientos fueron difíciles de comprender, como sus caídas sobre la cama; y nunca pareció firme y aplomado sobre el escenario.

 

LA SOMBRA DEL TENORIO, de José Luis Alonso de Santos, con Horacio «Bimbo» Depauli y Clara Melo. Escenografía y vestuario de Ana Arrospide, música y sonido de Gustavo Goldman, iluminación de Martín Blanchet, dirección general de Marcelino Duffau. En teatro del Centro Carlos Eugenio Scheck.

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