EN SUS ULTIMOS AÑOS ERA ASISTIDA POR EL PERSONAL DE LA FUNDACION FAVALORO

Tita Merello: bien milonga y bien porteña

Su infancia no hacía presentir su destino. Huérfana precoz, nunca se sentó en el aula de una escuela y en 1917, cuando se presentó en el teatro Avenida, de Buenos Aires, para ingresar como corista y bataclana, aún no sabía leer ni escribir. Años después se alfabetizaría.

Su debut de cancionista se remonta a 1920, en el teatro Bataclán, un escenario de dudosa fama ubicado en el bajo porteño. Sus ojos grandes de mujer morocha, labios gruesos, unas piernas hermosas y su manera canyengue de arrastrar los versos de los tangos, la fueron acercando a la popularidad.

La cantante

En 1924, ya era una figura destacada en el teatro Maipo, integrando la compañía de Roberto Gayol, en los programas se la anunciaba como «La vedette rea».

Allí cultiva un tango de contenido humorístico, parecido al que hacía Sofía Bozán, pero con una modalidad interpretativa que se alineaba en la intencionada picardía de los cuplés y en la gracia de las tonadilleras españolas que tuvieron su apogeo en el Río de la Plata, entre 1900 y 1920.

En su estilo se recogían los elementos propios del sainete, donde se alternaba el recitado y el canto. Su versión de «Se dice de mí», su grabación más famosa y una especie de autorretrato, son el ejemplo más representativo y definen la modalidad de un repertorio, que ella siempre mantuvo, entre los límites de lo cómico y lo grotesco.

Cantando tangos, Tita Merello descubre una verdad que después explotaría en su extensa y exitosa carrera de actriz; «la gente siente las cosas de la piel para adentro», manifestó en más de una oportunidad. Ella tenía el lenguaje que le había dado la calle y perfeccionó, arriba del escenario, haciendo los sainetes.

El tango, fue su compañero de toda la vida. Este siempre le permitió expresar lo que sentía y en ocasiones lo cantó sensible, amable, valiente y rebelde como en el caso de «Arrabalera»: «Mi casa fue un corralón/ de arrabal, bien proletario/ papel de diario el pañal/ del cajón en que me crié./ Para mostrar mi blasón,/ pedigré bastante sano,/ soy Felicia Roberano,/ mucho gusto, no hay de qué.» Era otra de las maneras de crear su estilo.

El escritor argentino Horacio Salas, en su libro, «El Tango», la define así: «Tita Merello asumió desde el humor la representación de los sectores marginales, que nacidos en la más extrema pobreza arribaron al centro con el objeto de sobrevivir en el mundo del tango. Algunas de las letras de su repertorio son recuerdos de la picaresca de los primeros años y representan, en la misma asunción de su origen, una burla a la tilinguería del medio pelo porteño abocado a ocultar el ámbito en que transcurren los años de la infancia y las dificultades económicas sufridas hasta que llega el momento del éxito».

La actriz

Tita Merello siempre quiso hacer teatro y la oportunidad se la brindó el actor y cómico argentino Luis Arata en 1936. Un año después vendría, por primera vez, a Montevideo para hacer «Santa María del Buen Ayre». Nadie la conocía, nadie le tenía confianza. Al terminar la función, la noche del estreno, el autor, Enrique Larreta, le preguntó en los camarines, de dónde había sacado la emoción de esa noche, con la ironía, que ya formaba parte de su personalidad le respondió: «De las letras de los tangos, doctor Larreta».

Diez años después, le diría al escritor, periodista y hombre de radio argentino Héctor Bates: «Voy a ser la gran actriz de Buenos Aires. No sé cuándo, no interesa, pero lo seré y no creo que esto sea una insolencia ni una pretensión. No sé si será cuando tenga cuarenta y cinco años, pero de que lo seré, estoy convencida». Justamente a los cuarenta y cinco años, en 1949, se había convertido en la actriz que había soñado. Su papel de Filomena Marturano, lo representaría quinientas veces.

Luego el cine le permitiría ampliar y desplegar todos sus recursos histriónicos. En 1950, las mayores salas de Buenos Aires estrenaban tres de sus grandes éxitos: el Ópera, con «Los isleros», el 20 de marzo, el Ambassador con Arrabalera, el 25 de abril y el Gran Rex, con «Vivir un instante», el 3 de mayo.

Las otras películas, en las que demostró su gran talento dramático, fueron: «Los evadidos», «Para vestir santos», «Mercado del Abasto», «Pasó en mi barrio», «Arrabalera», «Guacho». Fue, sin duda, la Ana Magnani del cine argentino, pero no una Ana Magnani en miniatura, sino entera y cabal. Pequeño era su mercado comparado con el de la artista italiana, pero igual en su genio y carisma.

Al producirse el golpe de Estado que derribó a Perón, en setiembre de 1955, Tita Merello, que se había constituido en figura descollante del cine argentino, fue definitivamente raleada. La discriminaron y la prohibieron. Le levantaron la censura a Libertad Lamarque y comenzó la de ella.

Viajó a México, en 1957, para ganarse el pan, nuevos lauros y olvidar otro dolor mucho más hondo. Luis Sandrini, el gran amor de su vida, desde que se conocieron durante la filmación de la película «Tango», en 1933, decide dejarla en soledad y casarse con la joven actriz Malvina Pastorino.

Volvería unos años después a su país, donde nuevamente se subiría a los escenarios, volvería a filmar, actuaría en radio y televisión, esas serían las ventanas abiertas al cariño de un público que la admiraba y adoraba como a pocas.

El historiador y presidente de la Academia Porteña del Lunfardo, José Gobello, la define en forma rotunda: «Con barro de frustraciones y fuego de triunfos, fue modelada esta mujer admirable, este ídolo que vaya a saber de qué están hechos sus pies, porque todo el oro lo reservó para su corazón.»

En los últimos diez años estuvo internada y cuidada en la Fundación Favaloro. Había nacido el 11 de octubre de 1904 con el nombre de Laura Ana Merello en la localidad bonaerense de Magadalena. *

Te recomendamos

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje