LOS OBALDIA, MARIA INES Y JOSE MARIA, EN LA SOBREMESA DEL DOMINGO

"Somos bichos bien uruguayos, para bien o para mal"

José María, ¿cómo era su hija de niña?

-Salvando las distancias, era como es ahora (risas). La materia prima es la misma; todos los atributos de la niñez aparecen de algún modo hoy en día. Era una criatura que daba trabajo por su iniciativa constante….(más risas).

 

-¿Y cómo era usted?

-Cuando yo era niño Treinta y Tres, en donde nací y crecí, era un pueblito pequeño muy aislado. No había más de cuatro o cinco autos. Entonces las precauciones que hoy tienen los adultos sobre algún peligro referente al tránsito eran impensables; de eso derivaba una libertad diferente.

Cumplíamos con nuestras horas de deberes y escuela, y después todo el día era para nosotros, con despreocupación por parte de los padres.

 

-María Inés, ¿naciste aquí?

-Yo soy la primera de mi familia que nació en Montevideo. papá es de Treinta y Tres y mamá de Lavalleja. Estoy a medio camino entre Montevideo y el interior.

Nací en una calle complicada como avenida Italia, aunque era en una época anterior a la ampliación de la avenida. Teníamos una media cuadra larga en la puerta de casa que funcionaba como campito. Allí había una suerte de universo donde los niños éramos señores de ese territorio.

Me sirvió porque me amplió los horizontes domésticos. Mis padres trabajaban afuera. No todos los niños tenían una mamá que trabajaba fuera de casa, y eso me significaba una relación diferente con los compañeros, que tenían una madre que no hacía torta por las tardes y café con leche, pero a pesar de todo sobreviví (risas).

 

«De niña fui muy mimada»

-María Inés, ¿qué recuerdos tenés de tu infancia?

-Tuve una niñez grata, fui muy mimada por los adultos de mi familia. Además, soy hija en un grupo de amigos en donde era la única mujer. Todos los «tíos» tenían conmigo un particular afecto. Teníamos una dinámica semanal: nos reuníamos en la casa de un «tío» querido que permitía a los grandes y a los chicos reunirse. Disfrutábamos de asados pantagruélicos y guitarreadas con Los Olimareños. Allí conocí a mucha gente, trabajando como artista pero entre amigos.

En mi casa se trabajaba duro. Mi padre estaba todo el día en varias escuelas; mi madre en el Poder Judicial. Para los niños estaban los fines de semana o la noche, y teníamos la literatura, que te permitía trascender y volar.

 

-¿Cómo era tener un padre maestro?

-Era extraño, porque mis compañeros de escuela creían que papá me hacía los deberes (risas). Me miraban con cierto grado de envidia. Además era hija única y tenía un dormitorio para mí sola, dos valores muy apreciados. Pero era durísimo, porque don Obadía en eso es bastante fundamentalista.

Mi padre se había amparado en una frase de José Pedro Varela que decía: «No hagas por el niño, lo que él puede hacer por sí mismo». Eso era como una frase que había a la entrada de casa.

Cuando no me salía algo decía: «Hay que consultar a la maestra», y no era fácil, porque tenía compañeros a los que sus padres los ayudaban con los deberes. Las madres les hacían las carátulas, ponían «Matemáticas» en letra gótica.

 

Siempre fui la «conversa en clase»

-¿Eran muy exigentes con las calificaciones?

-No, nunca fui una alumna sobresaliente. Siempre fui la «conversa en clase» (risas). «Modere su actividad». Era una buena compañera, no faltaba nunca. Vivía en la esquina de la escuela; iba aunque cayeran pingüinos.

Nunca fueron nada exigentes a la hora de calificaciones. Querían que se cumpliera con poco más del mínimo y estaban a la hora de apoyar. Eramos una familia un poco rara, porque en casa no había castigo físico, y eso era un valor muy promovido socialmente. Se les pegaba a los niños con el beneplácito de la sociedad.

Sí teníamos penitencia. Una vez me quedé sin un festejo de cumpleaños, por hacer cachadas por teléfono. Hasta el día de hoy me acuerdo.

 

-Ustedes siempre han dado la impresión de que son felices. ¿Lo son?

María Inés: -Como tengo hoyuelos en los cachetes (risas), la gente cree que me río permanentemente, y no es así. Rezongo como todo el mundo.

José María: –Pienso que hay un tipo de felicidad que es lograble; a veces hasta ni siquiera es loable que aspiremos a más. Esa gota de felicidad cotidiana que se va logrando, merced a conseguir cosas que están a nuestro alcance, va cerrando el camino a la frustración, que tanta gente sufre, en varios aspectos.

María Inés: -Tenemos mucho sentido del humor. Nos divertimos mucho exorcizando la realidad; aun la más cruel la manejamos con sentido del humor. Tengo la suerte de tener estos padres. Una buena vida, un micromundo que puede ser la familia y los afectos. Es importante llegar a tu casa con entusiasmo por la experiencia laboral, aunque haya sido cansadora.

No creo que la gente quiera más en su vida. No es un tema de tener la piscina y el cero kilómetro. Pasa por otro lado, y eso está muy instalado en nuestra sociedad.

Es cierto que la sociedad de consumo nos está ganando un poco más que antes, pero a los uruguayos los dejás felices con una casa en la playa para ir los domingos. Ese es un valor que sigue vigente, a pesar de la pasta base y de la dictadura. Acá nadie quiere salir de crucero por el Caribe todos los años.

-También hay maestros y periodistas amargados. El acostumbrarse a la rutina, ¿no lo hace uno mismo?

 

María Inés: -También cuentan los objetivos que uno se ponga. He visto gente muy inteligente proponerse metas tan inalcanzables que se han convertido en seres frustrados. Hemos llegado al festín de la vida a ver que hay en la mesa y empezamos a probar y elegir.

Llegué al periodismo de rebote. No tengo metas, como cuando la gente te pregunta: «¿y para el año que viene qué proyectos tiene?». Nada: llegar a fin de mes, ser feliz, que mi gente esté sana. Ya está.

 

-¿Ustedes son muy de estar en familia?

 

María Inés: –Somos muy pegoteados, pero no nos vemos todos los días. No tenemos muy clara la diferencia entre amigos y familia; los que son amigos son familia.

Los hijos de mis amigos me dicen tía y son mis sobrinos. Cuando tus amigos empiezan a tener niños no son tus hijos, pero casi, y ese vínculo no me suena tan raro.

 

-María Inés, ¿qué es lo que te gustaría hacer en materia de periodismo, comunicación u otras actividades que aún no hayas hecho?

 

-Me gustaría trabajar con niños. Tengo la sensación de que los chicos no tienen un espacio en donde no sean usados como sujeto de consumo o de entretenimiento. Me parece que se pueden hacer cosas muy interesantes con ellos.

Había un programa argentino, «Agrandaditos», que tenía momentos que me gustaban, sin perjuicio de que le tengo fobia al niño genio, cuando los adultos generalmente fomentan un niño genio generan un amargado de por vida.

 

-Trabajaste con niños, por ejemplo en «Caleidoscopio», cuando iban escolares. No es fácil lograr que ellos hablen.

 

-La gente, en general, no escucha a los niños y los verticaliza. Somos el adulto que se agacha de arriba y le baja la línea.

No tiene que ser una relación de poder, y me gustaría mucho, aunque no tengo ni idea de cómo lo haría. Aunque serían situaciones de gozo y de respeto, porque en general los niños son sujeto de consumo de alfajores, de refrescos, de prendas de vestir, etcétera.

 

Será Posible surgió como una respuesta a la crisis de 2002.

-Un programa como fue «Será posible» quizás hoy se lo levantarían, porque no es amarillista, como muchos q
ue están al aire.

María Inés: –No me interesa comparar, pero «Será posible» surgió de la crisis económica de 2002. Se me planteó qué proyecto periodístico podría ser reflejo de la realidad que estábamos viviendo. Me planteé algo así como «¿hay salida?, ¿se terminó el Uruguay?, ¿se acabó el país?». La gente andaba doblada por la calle. No había dinero circulante, y el que lo tenía lo apretaba: el colchonbanc, la gente gris.

Planteamos que sí había alternativas, que la gente tenía como bolsones de sobrevivencia. También hicimos «Uruguayos en el extranjero», porque esa era otra salida para algunos uruguayos.

Laura Canoura lo describió muy bien en un tanguete que se llama «Los hijos de Gardel», que habla de los dos tipos de uruguayos: los que guardan la valija y los que las mandaron a enterrar. Fueron las alternativas a la crisis y no pensé que fuéramos a salir en tan poco tiempo.

 

-¿Cómo fuiste a caer en el periodismo?

 

-De sopetón. Un día escuché en la radio un concurso para mujeres glamoroso, y decía algo así como: «Tu carrera es la radio». Tenía 21 años, había egresado recién como docente y tenía seis horas, o sea destino de hambre fijo.

Así que me presenté junto a más de 200 mujeres, en una época donde no había ni trabajo, ni horizontes. Era en radio Sarandí. Estaban Néber Araújo, Jorge Traverso y otros. Concursamos un año y pico al aire. La radio tuvo más de 200 personas que trabajaban todos los días, que competían entre sí y llevaban material, entrevistas y reportajes.

Quedamos tres: Margarita Percovich (la actual senadora), Rosario Cecilio y yo. Margarita tuvo que abandonar porque tuvo un problema familiar; seguimos Rosario y yo un tiempo más.

Néber nos reunió en el estudio de la radio y nos dijo: «Bueno, están muy bien las dos, pero son diferentes. Vamos a concursar un poquito más». Rosario me miró y dijo: «No vamos a competir más, tómenos a las dos». Ahí me cayó la ficha (risas) y me uní a su pedido. Tuvimos el mismo contrato de trabajo pero dividido en dos, la mitad para cada una.

Este oficio lo hicimos a golpes y porrazos, aprendiendo de los mayores, que con generosidad nos daban una mano, pero también esquivando a otros que con toda maldad nos ponían un palo en el camino.

 

-¿Cómo llegaste a trabajar a la televisión?

-Llegué a trabajar al canal a regañadientes. Yo estaba en la radio y era muy feliz ahí, ya que me permitía hacer una vida casera y cercana. Me levantaba, armaba todo y me iba tranquila con el mate.

Entonces un día Angel María Luna me llamó y empecé a trabajar a regañadientes en La Revista Estelar del canal 10. Luego me proponen en el noticiero, a finales de los 80. Hubo un cambio absoluto: comencé a trabajar y me pareció fantástico.

Eramos la caldera de la información. Aquello hervía; todos los días era un caldo distinto y estabas ahí. Ganabas y perdías todo el tiempo. Todos los jóvenes tendrían que tener tres meses en un noticiero como currículum, como algo educativo, es fantástico. Un noticiero es como un salón de clases, pero con una dinámica distinta. Es el mismo ser humano debatiéndose en su peripecia cotidiana.

 

-José María, de todas las cosas que ha hecho su hija, ¿cuáles son las que le han gustado más?

-Yo le veo todo como uno. Lo que uno siente como padre es alegría, porque ella está en una función que la recompensa, que le da respuestas, y además tiene muy buena repercusión en la gente. Eso nos da una alegría permanente y la tranquilidad de que las cosas marchan.

 

-María Inés, ¿has trabajado en diarios o semanarios?

-No me gusta leerme, me encuentro horrible. Por suerte lo hablado se lo lleva el viento. Me siento muy cómoda en radio y televisión. Hago casi lo que se me canta, y eso es muy placentero. En televisión hicimos el ciclo de Memoria Colectiva.

-¿Se habla de política en casa?

José: –Es inevitable porque entre otras cosas las conmociones política nos afectaron. Mi carrera de maestro se cortó por eso. En el caso concreto de primaria, hicieron un daño desolador. Había una generación de gente muy joven que ya estaba a la altura de directores de escuela de práctica, gente que pensaba que en dos o tres años más estaría en la inspección.

A esa generación la eliminaron totalmente, y al mismo tiempo en esos cargos pusieron gente que estaba muchos puntos más abajo de la exigencia requerida. Creo que la enseñanza primaria demoró mucho en recuperarse. Cuando terminó la dictadura, la primera escuela que visité estaba en Peñarol. Entré y me encontré en un ámbito decadente, con las paredes grises y desnudas y con un Varela chiquito allá arriba, bien alto.

 

-¿Ese corte abrupto influyó en los alumnos?

José: -Tiene que haber influido, porque Magisterio estaba guiado por gente que no había logrado ascender en la carrera antes de la dictadura. Esa fue la gente que quedó, porque no tenían, dentro de Magisterio, personas que estuvieran de acuerdo con el régimen dictatorial.

Lo irónico fue que el día del golpe de Estado estábamos haciendo una prueba escrita de un concurso y el tema era «La Democracia y la Educación».

Esos años los pasé proscripto y por suerte me surgieron opciones en otros lados, como radio Sarandí. Además escribía para Charoná con seudónimo y vendía libros. Lo mío no fue nada al lado de lo que le sucedió a otra gente, que perdió mucho más que el trabajo.

 

María Inés: -Somos una familia muy politizada. En mi caso, trato de tener una lectura crítica de todo. Me preocupa muchísimo la realidad que estamos viviendo, el índice de pobreza que tenemos y también como quedó la enseñanza de este país, totalmente diezmada. El peor legado de la dictadura es una población que no recibe la educación que se merece, y que por lo tanto no va a poder pensar ni defenderse.

Vivimos en un país donde los padres dicen: «tengo miedo de mandar los niños a la escuela». Por eso quedó abandonada. Los niños del barrio ya no van a la escuela de ahí; el que tiene dos pesos los manda a un colegio privado.

De los políticos del Parlamento de hoy no sé cuantos quedan que manden sus hijos o nietos a la escuela pública, y eso es gravísimo. Antes le teníamos respeto a la escuela pública. Era cierto que a la escuela del barrio iban los niños de la zona, y eso se perdió.

Reconstruir esta trama lleva años, y además ahora, con la pobreza y la droga, es mucho peor. Me preocupa enormemente que los parlamentarios voten presupuestos para hijos que no son los de ellos; me duele. Quiero que voten pensando que están levantando la mano por sus hijos y nietos. En nuestro caso, nuestra familia siempre ha sido de la escuela pública.

-María Inés ¿podrías trabajar fuera del país?

-No sé si podría vivir en otro lugar; soy un bicho muy uruguayo, para bien o para mal.

(Producción: Victoria Alfaro, Mayda Burjel, Guzmán Laguarda, Matías Rótulo, Jorge Pasculli)

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