Caleidoscopio

Duelo de realidades

¿Estaré muerto?

-“¿Porqué sentirme así, sin nada, inmóvil,  sin pensamientos? Me hace dudar, en este momento ni siquiera  siento la compañía de mi alma”.

Todo comenzó cuando sentado en su sillón, esa y otras dudas atravesaron su frágil cordura, .amenazándole con quitarle el correcto disfraz.

-“De la vida que he tenido… demasiadas ataduras de gruesa rutina, sin ningún hilo de fina locura”. Poco a poco se le fue desdibujando su identidad, como una hoja borrosa en un cesto de basura, olvidada y como él, llena de dudosas arrugas.

Sus manos no reconocieron el rostro que acariciaban. Sin embargo su corazón sabía que seguía siendo la misma persona. Por eso todo en él se aceleró. Estremecido, en ese instante, intentó reconstruir su propia existencia.

La primera pieza de ese, su gran puzzle, todo lo bueno de su infancia. Lo malo, ya no recordaba si había existido algo malo o tal vez…

Y volvió a cubrir su rostro, esta vez con sus dos manos y en silencio comenzó a buscar en su mente una respuesta.

Rápidamente y quizás tratando de no perder el fino hilo, pensó en las mujeres que en su juventud le habían atravesado y surcado su ingenua inmadurez.

“Margot”. “Y su hermana”. “¿Cómo era el nombre? Alicia, no, no, Leticia, no me acuerdo, es que hace más de cuarenta años”.

“Pero de la que si me acuerdo es de Teresita”. “|¡Qué buena que era!” “Tenía unos ojos…, raros y el pelo largo”. Y quedó dudando, duda que acariciara sus labios con ansiedad. “¿Por qué era buena no?” Su mente concluyó, “¡Cómo pasa el tiempo!”.

“Si los recuerdos se mezclan o no se visualizan en forma clara, debe ser porque son viejos, ni más, ni menos importantes, solo viejos. Tomó algunos y siguió, mientras que con la lapicera Parker azul, que su esposa le había regalado en su último aniversario, dibujaba los mismos garabatos de siempre en hojitas blancas y verdes, donde escribía sus recetas, que una u otra vez le hacían dudar  de su profesión. Pero a esa altura de los años ya no importaba mucho.

Repetía en forma irónica, “o d o n t o l o g í a”…

Enseguida, su pálida cara, enrojeció, al pensar en sus padres, sacrificio y orgullo. “Empeñaron la vida para pagarme la carrera”. Respiró y pensó; “viejos, me recibí, tengo muchos pacientes y después…, más pacientes”.  Todo el día y todos los días, “impacientes”, a los que les arreglaba una y otra vez las mismas caries.

Alivianó su conciencia al murmurar, “he ayudado a mucha gente… y económicamente estoy bien”, mientras se recostaba nuevamente, con picardía en el sillón, al contrario de los que paradójicamente se sentaban en él con miedo a sufrir. Las respuestas no aparecían

“Tengo todo, mejor dicho tengo de todo”. “¿Por qué razón este deseo apagado, dónde está el fuego interior  que nos hace mover, eso que llaman, pasión?”  “Es un término muy loco, arriesgado, no es para mí”.

“¿Qué habré hecho mal?”,  reflexionaba, en tanto jugaba con el pedal que hacía subir y bajar aquel sillón rodeado de luces, de instrumentos, de sacrificios y de recuerdos.

Su insistente soledad era ocupada por hirientes preguntas que volteaban todo lo que había construido hasta el momento. Cada vez que tenía oportunidad de salir a la calle, que eran contadas veces, observaba todo a su alrededor, tratando de rescatar la respuesta en los demás. “En ellos, no la encontraré, todos somos distintos y cada cual tiene la suya”.

Creyó entender, saltó del sillón y al pasar frente al pequeño espejo que tantas veces había visto su cara llena de dudas, el mismo que está al lado del mueble donde guarda las fichas de sus pacientes con las diversas historias, recordó que una de ellos le había hablado del amor : “ el amor”…

Pero le invadió un temor intenso, al pensar en un amor. “Un amor solo no existe, lo que existen son varias clases de amores, el de madre, de pareja, de hijos”…

Es la suma de amores lo que hace  la felicidad, la plenitud. “¿Pleno de qué? “De dudas, yo tengo esa suma de amores”

“¿Y qué es el amor entonces,¿ No es la respuesta?”

Quedó cabizbajo, pensativo. Levantó suavemente la vista y a través de la ventana vio asomada a sus dudas la máscara de ese día, gris, gris y lluvioso, que tan callado se había mantenido como cómplice, para que él pudiera pensar y repensarse.

Vio vuelos de pájaros sin poder distinguirlos claramente y supuso por la hora, que volvían a sus nidos. Personas sin colores,  rápidas, caminaban indiferentes, también calladas, cada cual en su mundo.

Y apuñalando la ciudad, por la calle principal un imponente funeral negro, todo negro. Las nubes con su negritud, daban el marco lúgubre ideal para tan impresionante y cotidiano hecho. Se proyectó rápidamente dentro del féretro, oscuro, mudo, sin movimientos. ¿Estaré muerto?

Estaba sin sensaciones, sin gente descolorida, sin ruidos, sin amor, sin jóvenes pensamientos y sin recuerdos. Un frío intenso lo congeló y se apoderó de su alma, antes ausente. ¡Se asustó!

Con mucho esfuerzo, lentamente recobró sus movimientos, primero un brazo, luego las demás partes de su cuerpo. Secó la transpiración de su frente. Se tocó, sintió correr su sangre  al sentir la bofetada de la muerte que se iba detrás del féretro. Quedó otra vez sólo en su consultorio. Se reconoció con alegría en el espejo que le mostraba como volvían los colores a su pálido rostro. Como un niño se echó a reír, nervioso de sentirse vivo, mientras que por primera vez era feliz de simplemente ser, quedó a la espera de su próximo paciente al lado del sillón…

Rudy Zabala
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