Caleidoscopio

Monti y Joel

En una tibieza indescriptible, desperezándose, se asomaba con el último bostezo de la noche, un nuevo día. A sus hombros y sin ser invitada, traía con él la dura realidad que de forma insolente buscaba despertar a aquellos dos niños que dormían en unos viejos colchones tirados en el mosaico frío, de color rojo tenue y amarillo gastado. . .

Mientras, en la pensativa mirada de su padre “Ernesto Piedras”, se proyectaba en silencio y con amargura, la rutina diaria del lento girar por las calles de la ciudad en su carro. En busca de… De eso que buscan.

Desde temprana edad el destino le ha jugado malas pasadas a Ernesto: desde la carga que tiene que llevar a sus espaldas debido a su poca educación y la falta de trabajo hasta su apellido, Piedras. Para colmo de su extraviada suerte,  perdió a su esposa Rosa en un accidente, quedando solo con aquellas dos criaturas, Monti y Joel.

El primero en abrir los ojos fue Monti, que de un golpe detrás de la oreja hizo saltar a su hermano, que asustado le gritó:- “¡¿Qué hacé?! ¡No ve que me va a dar un farto !” Al escuchar esto, Monti  comenzó a reír y a reír. -“¿Cómo va a decir parto? Parto les da a las mujeres”. Joel, restregándose los ojitos llenos de madrugada, esta vez se lo dijo en forma más clara: -“Dije farto, en el corazón”.

– “A vestirse que el día es largo y hay mucho por recorrer”, dijo Ernesto, alcanzándole las humildes ropitas y las zapatillas con más agujeros que suelas. Mientras murmuraba  con desilusión:- “jamás van a aprender nada…ni siquiera a hablar”.

Así comenzó la mañana. Monti de ocho años y Joel, de siete, acompañaban a su padre, como si fueran tres adultos a enfrentar con su carro, su destino: “la calle”.

Caminaron como nunca ese día,  a mayor recorrido, mas recolección. Los niños trataban de concentrarse para seguir ayudando, pero era inevitable el no alejarse para jugar. Su padre intentaba dejarlos,  pero con un silbido y un “vaaamos”, los llamaba a seguir. Porque  seguir había que seguir…

Era la última parada. ¡Las diez de la noche! Ya no podían disimular el hambre de sus pancitas roncadoras.

Monti, con algo de frío, se tapó con un cartón que tenía unas  enormes letras en rojo, que irónicamente decían, “Frágil”, contemplando a su padre que volvía vacío de revisar el último cofre de basura, ocultando en su alma sin rebeldía la desilusión y otra vez las mismas palabras que le apuñalaban el corazón:- “¿Todo esto, por qué?”.

Pero algo mágico se apodero de él. Emocionado, tuvo ganas de llorar, pero esta vez de orgullo. A pesar de todo, del otro lado del carro, sentadito en el cordón, ansioso, bajo la luz de una de las columnas del alumbrado público que dejan ver todo “inclusive las manchas y los agujeros de la ropa vieja”, estaba Joel, tratando de leer, aunque deletreando, una maltratada revista de aventuras que había encontrado momentos antes y soñaba, creyendo ser uno de esos superhéroes.

Haciendo una pausa, Ernesto se sentó al lado del niño. De inmediato, se convirtieron en cómplices de risas y hazañas. Tan entusiasmado estaba el hombre, que entre espadas, doncellas y bucaneros les habló de los sueños, de esperanza y voluntad. De todo aquello que un rato antes estuvo a punto de perder.

Se levantaron y tirando del carro se deslizaron entre sombras, en tanto, seguía flotando la ilusión de ese mundo mágico. Al momento de arroparlos, les dijo:- “¡Basta de aventuras, a dormir, que mañana va a ser un gran día”.

La dura realidad sorprendida se preguntaba ¿Qué pasaría tan maravilloso para qué fuese un gran día? …

Ernesto despertó a sus hijos con un desayuno que vaya a saber como lo había conseguido. Los ojos de los chicos daban vuelta dentro de los tazones de áspero aluminio, viendo como una deliciosa leche con cocoa, espumante, los invitaba al gran banquete, junto a varios panes con dulce de membrillo. No les daban más las piernas para ver cual de los dos llegaba primero a la mesa. Ernesto continuó diciendo:- “He pensado que se merecen unas vacaciones”. Monti y Joel con las bocas llenas, se miraron con asombro al no entender de qué se trataba.

-“Sí, vacaciones”, les dijo- “durante dos o tres semanas, ustedes no tendrán que trabajar conmigo y pueden hacer lo que quieran”.

-“¿Lo que quiéramos?”

-“Sí, mientras se porten bien”

– “¡Qué bueno vamo a jugá y a jugá y a mira la tele en lo del Cachila.”

Esa mañana, Monti y Joel, jugaron a todo lo que se les ocurría. Salían y gritaban por el barrio:- “¡Tamo de vacacione, tamo de vacacione!”

Por supuesto nadie entendía nada. Era fines de mayo. ¿Vacaciones de qué? Hasta Turismo y las Pascuas habían pasado.

Después de tanto juego les vino a la mente la imagen de su padre y el carro.  ¿Y ellos qué? Se miraron en silencio… y enseguida supieron lo que querían hacer en sus vacaciones.

Cuando Ernesto regresó corrieron a su encuentro, no lo dejaron ni llegar a la silla blanca de plástico remendado, donde acostumbraba sentarse para quitarse sus pesados botines. Intercalándose un poco a los gritos y otro poco a los saltos, le dijeron: –“ Papá, lo que queremo hacé en la vacacione,  es poder ir a la escuela pa aprender a leer de los libros, pa no deletrea más en las revistas que encontramos en la calle, pa habla bien y pal algún día darle unas vacaciones a usted”:.

Lentamente, la mirada de Ernesto Piedras cayó en el mosaico frío, de color rojo tenue y amarillo gastado, donde acostumbra a reír la dura realidad.

Rudy Zabala
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