ZOOLOGÍA

Descubren que los delfines solo captan el sabor salado debido a mutaciones

Zoólogos de la Universidad de Wuhan, en China, descubrieron que los delfines solamente pueden paladear el sabor salado, en tanto las mutaciones les inhibieron de otra posibilidad.

El organismo de los delfines no produce las proteínas necesarias para la degustación de los sabores «salados».

Los zoólogos chinos entienden que profundizar en esta investigación podrá determinar cómo es posible que los delfines hayan sobrevivido millones de años, pese a que carecen de la posibilidad a través del gusto de identificar si un alimento es nutritivo o tóxico.

La casi totalidad de los mamíferos, y en general los vertebrados, tienen la posibilidad de diferenciar entre los cuatro sabores básicos para los humanos: dulce, amargo, salado y ácido, además del quinto “extra”, el umami, una palabra derivada del japonés que identifica al gusto proveniente del uso de glutamato.

Los investigadores chinos están ahora estudiando el genoma de 15 especies de distintos cetáceos, para establecer si las dos más grandes familias en materia alimenticia –los que solamente comen plancton y krill como las ballenas, y los dentados, como delfines y orcas- presentan similares características en su gustación.

Un tema de evolución cuyas razones son un misterio

En el genoma de los delfines, y de algunas de las familias más emparentadas, los genes de la sensación del sabor están afectados por mutaciones: directamente el organismo no produce las proteínas necesarias para la degustación, y únicamente los genes que permiten identificar el sabor salado están funcionales.

Los científicos creen que las mutaciones ocurrieron hace alrededor de 53 millones de años, después que los ancestros comunes de todos los cetáceos evolucionaron dentro del ámbito acuático. Todo indica que hay una relación entre el alimento que se consume casi entero y el gusto: los que mastican más la comida sí sienten las diferencias.

La investigación surgió a raíz de la muerte de delfines que se comen tóxicos que el hombre arroja a ríos y mares, y que evidentemente no tenían posibilidades de diferenciar de un alimento que no estuviera afectado y les resultara dañino.

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