El adiós a Daniel

A Daniel lo conocí durante la dictadura, cuando él era estudiante de Química y yo de Magisterio. Incluso pensamos, en un momento, en poner un puesto en una feria, lo que seguramente hubiera sido un fracaso. Ni él ni yo estábamos para levantarnos temprano para vender perejil, huevos y tomates, tareas por cierto muy dignificantes.

En ese momento los dos éramos de la UJC. Daniel tenía una larga historia familiar vinculada a los comunistas y yo no. Era nieto del viejo Sala, un tipo genial que en México se peleó con Santiago Carrillo sobre la perspectiva del eurocomunismo, uno de los pocos uruguayos que conoció al búlgaro comunista Jorge Dimitrov, el padre de los frentes democráticos y populares para enfrentar al fascismo.

Pasó el tiempo y nos encontramos en la casa del embajador de México, buscando asilo. Recuerdo que Daniel se sentía en su casa, en tanto conocía a casi todos los allí presentes. Es que era hijo de Luis y de Lucía.

Lo tengo bien presente, siendo un chiquilín, con su guitarra al hombro cantando: «Hoy he vuelto a mi pueblo/ después de una ausencia muy larga», una canción del cubano Carlos Puebla que fue grabada por «Los Olimareños».

Confieso que escuchar aquella canción en las tardecitas de la embajada era como recibir una patada en el hígado. ¡Nos estábamos por ir y a Daniel se le ocurría cantar el retorno! Llegué a odiar esa letra y esa música, a pesar de que también canta que ese pueblo es «el que ofrenda su vida y su sangre por la libertad», con una clara influencia de Antonio Machado.

Nos fuimos a México, seguramente en el mismo vuelo, luego de pasar por el Buenos Aires de la dictadura y que el avión fuera allanado por lo militares, porque buscaban a un dirigente sindical argentino que tenía en su valija 300 mil dólares, mientras que la mayoría del pasaje uruguayo sólo tenía cinco dólares, aportados por el embajador Vicente Muñiz Arroyo «para que se tomen unas copas antes de llegar al DF».

Era marzo de 1976. Fue así que llegamos a México el 26 de marzo, recordando que era la fecha del primer acto del Frente Amplio.

Con Daniel, que tenía a su padre preso en Montevideo, nos vimos poco en México, pero dos por tres hablábamos de cine, porque había asumido esa profesión con mucho interés y pasión. Incluso llegamos a ir juntos a los Estudios Churubusco, ese maravilloso monstruo cinematográfico de México, que luego de entrar no hay quien te saque.

Daniel se quedó en México, tuvo tres hijos, construyó su familia y siguió enamorado de su gente y del cine. En estos años murió su padre Luis Tourón –dirigente comunista de primera línea– y hace poco tiempo, Lucía Sala de Tourón, su madre.

La Universidad Autónoma de México, donde Lucía ejerció la docencia, resolvió realizarle en este mes un homenaje a esta ilustre historiadora artiguista y comunista. Los mexicanos, entre ellos Leopoldo Zea, propusieron que se hiciera un video o una película sobre Lucía para presentarlo en el homenaje.

Daniel asumió el desafío. Cuando ya le faltaba poco para terminar, seguramente agobiado por el encuentro con sus afectos, se fue a la Ciudad Universitaria de la UNAM, tomó la cámara, subió a una de las altas torres y desde allí miró la panorámica de su vida, sin encontrar a los suyos.

Su cuerpo se desplomó sobre el piso. En el bolsillo tenía el pasaporte uruguayo. La cruda vida le había jugado una mala pasada.

Enterado de la tragedia volví a sentir su canto, aquel de la embajada: «Hoy he vuelto a mi pueblo/ después de una ausencia muy larga/ y encontré que ni el pueblo es el mismo/ ni yo soy igual».

Murió un exiliado. Su drama no tiene museos ni memoria. Pero Daniel Tourón Sala ha vuelto a su pueblo, que ya no es el mismo. Estará presente en la marcha de hoy por «Nunca más al terrorismo de Estado», como una nueva víctima. Sin duda. *

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