CONTRAPUNTO

Carta abierta de Fasano a Amodio Pérez

El doctor Federico Fasano Mertens, periodista y editor de larga trayectoria e intensa presencia en la comunicación y la política uruguayas, protagonista de primera línea de la década predictadura y activo luchador por la causa democrática, responde una a una las alusiones del excomandante tupamaro Héctor Amodio Pérez.

Federico Fasano Mertens vs Amodio Pérez

Recién retornado a Montevideo, desde la siempre sorprendente Roma, portando contestatarias ideas sobre la televisión digital abierta a la que me presentaré para defender una vez más las utopías de la izquierda uruguaya, me entero que el diario El Observador, publicó 6 cartas de Amodio Pérez en la que éste, me denosta con mucha pasión y poca razón en varias de sus vehementes misivas.

Cuando se publicaron los primeros trascendidos en los cuales el presunto Amodio se refería a mi persona, me llamé a silencio por aquello de que el silencio después de la palabra es el segundo poder del mundo. Hasta que no se identificara al autor y no se publicaran en algún medio los textos completos de su alegato, no tomaría la palabra.

La publicación se concretó durante mi ausencia lo que me lleva ahora a contestar sus referencias e inexactitudes en 10 sumarias reflexiones.

1) Amodio afirma en su carta No. 1 que me convocó a escribir sus memorias políticas, porque me consideraba su amigo y compañero sindical al integrar juntos la Comisión Interna del diario BP Color.

Ambas afirmaciones son ciertas. Milité sindicalmente con él, antes de que Héctor pasara a la clandestinidad y fui también su amigo. Como fui amigo de todos aquellos ciudadanos que se cruzaron en mi camino y entregaron su vida a las ideas socialistas. para hacer más justa y libertaria la sociedad en que vivimos. Amodio era uno de ellos. Y dejé de ser su amigo cuando descubrí que él estaba enrolado en un proyecto, que por salvar su vida y la de su mujer, fortalecía a los motineros uniformados que finalmente tomaron por asalto el Estado y la sociedad, perpetrando las sevicias más terribles que el pueblo uruguayo sufriera colectivamente desde los albores de su nacionalidad.

2) Amodio en su relato dice que me envió el texto manucristo al que yo debía darle forma de libro y que después de leerlo le pedí una entrevista en el cuartel Florida. No entiendo porqué distorsiona los hechos, salvo que los 41 años de distancia de los sucesos le haya afectado algo la memoria y nublado en parte el entendimiento.

La verdad es que su padre me contacta en mi casa para decirme que su hijo, prisionero en el cuartel Florida, quiere hablar conmigo por temas muy importantes para la causa de la izquierda uruguaya y que si yo acepto, él se ocuparía del encuentro. No me entregó en ese momento ningún manuscrito salvo una nota escrita por él, en letras de imprenta, pidiéndome la reunión. Jamás pedí yo entrevista alguna.

Como me llamó la atención que un prisionero en esos tiempos dramáticos de nuestra historia, pudiera disponer del apoyo necesario para que un periodista, adversario del Presidente Bordaberry y los criminales en ciernes que lo rodeaban, pudiera ingresar en los cuarteles y hablar en privado con los tupamaros encarcelados, consulté en primer lugar a algunos guerrilleros que aún no estaban clandestinos, pero ninguna información solvente pudieron aportarme. Después consulté a Seregni, a Héctor Rodríguez, a Zelmar Michelini, y a mi hermano Carlos Fasano, y todos aprobaron mi entrevista con Amodio como una forma de saber lo que estaba pasando. Con la firme y comprensible oposición de mi esposa, Charo Márquez, quien temía por nuestros cinco pequeños hijos, accedí a la reunión.

Me fijaron un lugar de encuentro nocturno y un militar de civil me hizo subir a un taxímetro y tras encapucharme y dar numerosas vueltas por la ciudad terminamos en el cuartel Florida, donde la guardia se cuadró al paso del civil que me acompañaba. Nunca supe porqué me encapucharon si finalmente iba a entrar a cara descubierta al siniestro centro de detención donde al par que se torturaba sistemáticamente se discutía ideológicamente con los prisioneros sobre la corrupción política de la oligarquía en el poder.

Recién en ese encuentro Amodio me entrega sus manuscritos y trata de convencerme de que redacte el libro, elogiando mi estilo y mi prosa, y sobre todo argumenta a favor de la alianza del tenientismo progresista con lo que quedaba del MLN para dar el golpe antioligárquico a fin de año. Conocía mi origen revisionista histórico que abrevaba en Vivián Trías, Ares Pons, Methol Ferré, Real de Azúa, De Torres Wilson, Daniel Vidart y tantos otros intelectuales políticos cuestionadores de la historia oficial, concentrados en la añorada Agrupación Nuevas Bases, que fue la forja de mi militancia fundacional.

Amodio había leído algunos artículos míos donde yo apoyaba las posturas de Rosa Luxemburgo y Guillermo Liebknecht, quienes sostenían que había que derrotar el ‘’antimilitarismo vulgar’’ de ciertos sectores de la izquierda y que la revolución no se haría ‘’contra el Ejército y sin el Ejército, sino con el Ejército’’, unido al pueblo y su vanguardia, el pueblo organizado.

Me explicó que entre los tenientes que apoyaban la idea de terminar con la oligarquía corrupta en el poder, se destacaban Calcagno, que era el que me había llevado en el taxi, Camacho, Armando Méndez, Aguirregaray y otro de apellido González y que el jefe del Florida, Carlos Legnani también simpatizaba con la idea.

Amodio insistió en su proyecto, me recordó mis ideas nacionales, me ocultó que estaba colaborando con sus captores en la destrucción de lo que quedaba del MLN y sobre todo me engañó al maquillar el objetivo real de sus propósitos, que no era el libro ni el proyecto político que me proponía, sino la obtención del salvoconducto hacia su libertad y la de su compañera a cambio de ‘’ordenar los papeles de Armando Méndez” y entregar a la tortura, la prisión y quizás la muerte, a los compañeros que aun respiraban en libertad.

Tras esas 9 horas le dije que no me había convencido. Sus ácidas y no comprensibles para mí, críticas a Raúl Sendic, a quien yo admiraba, y era una garantía, por su cabeza política, para evitar el predominio militarista en la organización, acentuaban aun más mi desconfianza. Expliqué que necesitaba un tiempo para escuchar las otras voces militantes y consultar con gente de confianza y sobre todo con mi propia conciencia. En el momento de la despedida le advertí que si me había mentido sobre su conducta y sus intenciones, no me dejara salir, que yo estaba dispuesto a dar mi vida para enfrentar el golpe y él me conocía lo suficiente para saber que pondría todas mis neuronas y mis músculos en defensa de la izquierda uruguaya. Pero si sus intenciones eran honestas políticamente, aunque fueran desacertadas, las iba a considerar con racionalidad.

3) Aclara en sus cartas que me había convocado pese a que ‘’sabía que Fasano discrepaba con el MLN’’.

Llama la atención su precisión ya que los decretos de clausura de mis medios se fundaban en ‘’los diarios pro tupamaros de Fasano’’. Así lo sostenía el pachequismo y buena parte de los parlamentarios gubernamentales. Pero cierto era, que yo me afiliaba a la táctica del ‘’ golpeteo y desgaste’’ más que a la confrontación armada que en oportunidades derivó en ‘’el héroe en la escena y las masas en la platea’’. Siempre los protegí y apoyé en mis diarios porque formaban parte del partido del cambio, adversario histórico del statu quo que dominó la historia uruguaya. Admiraba por su coherencia a esa juventud que empuñó las armas contra la injusticia y la desigualdad, pero discrepaba con su voluntarismo y sobre todo con la falta de coordinación con el movimiento de masas que avanzaba lenta pero inexorablemente en el ascenso de la lucha social y la formación de la herramienta política más importante de nuestra historia, el Frente Amplio del Uruguay, orgullo de la izquierda latinoamericana y que hoy encuentra en sus primeras filas a los desconfiados guerrilleros de antaño.

4) Dice en otra parte de sus cartas que yo le ofrecí U$S 150.000 por el manuscrito exigiéndole borrar del texto todos los contactos del MLN con los dirigentes políticos, como Wilson Ferreira, Erro, Michelini entre muchos otros.

Lo primero es falso e ignoro con qué intenciones modifica la realidad. Fue Amodio el que me ofreció desproporcionados honorarios por escribir el libro, honorarios que rechacé en el mismo acto, porque mezclar un interés económico con el propósito político que me ofrecía, deslegitimaba el objetivo altruista, causa necesaria aunque no suficiente de la acción política.

Imaginarse a un periodista ofreciendo por un reportaje (porque el manuscrito era una autoentrevista a la que había que darle forma literaria), la cifra de U$S 150.000 de hace 41 años, es decir casi un millón de dólares de ahora, es simplemente delirante y no creible.

Sobre mi exigencia, de suprimir del libro toda referencia a contactos tupamaros con dirigentes políticos, Amodio no falta a la verdad. Hubiera sido una traición a dirigentes de izquierda cuyos contactos con el MLN tenían como objetivo la denuncia del terror estatal y la defensa de las instituciones y también hubiera sido una traición a dignos dirigentes de la burguesía nacional, como Wilson Ferreira Aldunate, jugado sin titubeos contra el golpe que sobrevolaba un país traumatizado por la desmesura estatal.

5) Sigue Amodio en su carta: ‘’Fasano me tendió una trampa y caí como un chorlito’’ y añade que hice llegar el manuscrito a todos los políticos de izquierda mencionados con lo cual monté ‘’el quilombo más grande nunca imaginado, quilombo que serviría para encumbrar a Fasano como el adalid de la democracia”.

No le tendí ninguna trampa. Hice lo único que podía hacer un hombre que había dirigido cinco diarios al servicio de la izquierda uruguaya, que había sufrido el récord mundial de clausuras de periódicos, que había soportado atentados, detenciones, amenazas, confiscaciones. ¿Acaso Amodio podía siquiera imaginar que no iba a consultar a mis mandantes, las fuerzas del cambio social?

Lo primero que hice fue reunirme con mi hermano Carlos Fasano, dirigente de los GAU, con Seregni, Zelmar Michelini, Enrique Erro, Héctor Rodríguez, Rodney Arismendi, Juan Pablo Terra, Rodríguez Camusso, José Pedro Cardozo y otros de los que ya no me acuerdo. Alguno de ellos ya habían escuchado versiones sobre las delaciones de Amodio, aunque nada estaba confirmado. Nadie apoyaba el ‘’golpe bueno’’. Hubo unanimidad: había que sumar a la encrucijada, obviando las diferencias políticas, a Wilson Ferreira, para despejar la incógnita. La izquierda sola, perseguida como estaba, no podía proseguir en solitario con esta nueva vuelta de tuerca. Se me pidió a riesgo de mi vida y mi libertad que continuara los contactos con Amodio mientras ellos confirmarían las versiones sobre la presunta colaboración con sus enemigos.

Me reuní con Wilson en el despacho de la Presidencia de la Cámara de Diputados con la presencia de su titular, mi amigo Héctor Gutiérrez Ruiz.

Ambos con evidente preocupación, pero mayor responsabilidad y solidaridad, asumieron el rol de defender las instituciones amenazadas, reiteraron su pedido de continuar las conversaciones en el Florida, se comunicaron con el Comandante en Jefe del Ejército, el antigolpista General César Martínez y me aseguraron protección de vida, promesa que era imposible de cumplir.

Los hechos posteriores son parcialmente conocidos. El día en que debía entrar por segunda vez al Batallón Florida fui secuestrado por un comando del servicio de inteligencia del Ejército que irrumpió por la fuerza en mi hogar, la reunión se frustró, Wilson y El Toba le dieron el pésame a mi mujer porque creían que el secuestro era obra del Escuadrón de la Muerte, que días antes había hecho pública a travez del semanario Azul y Blanco la órden de mi ejecución. Yo también lo creía hasta que, mientras me interrogaban encapuchado, le espeté a mi captor que si era un militar, se trataba de un militar perjuro que violaba el juramento del General Magnani sobre el trato a los detenidos. Mi interrogador me arrancó la capucha y confesó: ‘’soy el Coronel Ramón Trabal, jefe del servicio de información del Ejército y usted está aquí detenido por orden del Presidente de la República, Juan María Bordaberry’’. A partir de ahí, respiré aliviado. No era el Escuadrón. Reiteré que había sido secuestrado sin orden judicial alguna y me negué a seguir hablando con Trabal, quién no podía creer que yo estuviera entrando de noche en los cuarteles, sin su conocimiento. Exigí la presencia del General César Martínez y solo ante él formulé mis declaraciones. El Jefe del Florida negó mi presencia en el cuartel y Trabal me llevó a reconocer el lugar de la reunión con Amodio para verificar si yo estaba mintiendo. Me dejaron solo en el edificio central, subí las escaleras hacia el primer piso, identifiqué el lugar donde estuve reunido y antes de abrir la puerta le dije a Trabal qué cuadros y qué objetos se encontraban en esa habitación. Todo fue como lo revelé. A partir de ese momento comenzaron las detenciones de varios oficiales y yo quedé emplazado por la justicia militar, no pudiendo salir del país hasta unos días antes del golpe,fecha en que huí a Buenos Aires. Mi esposa logró escapar un mes después, el libro Paren las Rotativas fue confiscado de las librerías a las dos horas de su distribución, el Escuadrón de la muerte empapeló con mi foto de condenado los alrededores de la Universidad, mis hijos fueron retenidos por el Inspector Castiglioni durante varios meses impidiendo el reencuentro familiar en el exterior, Amodio y Alicia Rey eran llevados a la frontera brasileña para huir del terruño, el país entró en su noche más sombría. Se comenzaba a escribir la pesadilla de la docena trágica.

Tres años después volví a huir a México al ser buscado en mi domicilio por comandos armados, a raíz de la denuncia pública que hice sobre mi entrevista con el General Albano Harguindeguy, Ministro del Interior de la dictadura argentina, en su domicilio de la calle Las Heras, a quien acusé del asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz, tras reconocer sus cuerpos torturados en la morgue bonaerense.

No traicioné a mi ex amigo. La traición se da cuando alguien rompe un compromiso asumido. No hice nada que no fuera pedido y autorizado por los dirigentes de las más importantes fuerzas políticas del Frente Amplio. No haber hecho lo que hice, sí, hubiera sido una traición a la izquierda uruguaya y a mi propia conciencia.

6) No creo que Amodio haya sido la causa principal de la derrota de aquel movimiento guerrillero que en la década sesentista sorprendió desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, por su vendaval purificador, con el santo y seña de habrá patria para todos o no habrá patria para nadie. La fuerza social armada más importante de la historia uruguaya del siglo pasado que desbordó los marcos del continente, no habiendo rincón del planeta donde el término ‘’tupamaros’’ no fuera conocido, se derrumbó no solo por las delaciones sino por una espesa red de contradicciones que analicé en el libro editado en México, ‘’Después de la derrota’’, que fuera prohibido y confiscado por la dictadura uruguaya, siendo desconocido su contenido hasta el momento.

Sí, creo que Amodio fue un comprometido jefe tupamaro, valiente como el que más, líder de la corriente militarista enfrentada a la corriente política de Raul Sendic, que en la hora de la derrota donde se ven los gigantes, renunció a ser un Jean Moulin y enceguecido de odio hacia muchos de sus compañeros, desplazado del ejecutivo estratégico, desesperado por la prisión de su mujer, seguro de la inevitabilidad de la derrota final, no titubeó en colaborar con los enemigos de la vida, traicionando a su organización a cambio de la libertad de ambos, maquillando su derrumbe moral y psíquico, con un proyecto político que solo existió en su imaginación, ya herida de deserciones profundas.

Sin embargo dudo que su colaboración con el enemigo hubiera comenzado mucho antes de mayo de 1972. No me lo confirman ni las informaciones en mi poder como director de los diarios que dirigí en esa época fermental, ni las 9 horas que estuve con Amodio en el Florida, sobre cuyo contenido profundo no he hablado durante todos estos años.

Sus cartas, atacando sin límites a la flor y nata de la honestidad guerrillera, Raúl Sendic, José Mujica, Fernández Huidobro, Marenales, Zabalza, Rosencof que entregaron sus vidas al servicio de una causa justa y humanista, prueban que estos años de reflexión no le han servido de nada.

Tras 150 años de dominación oligárquica, cuando la ciudadanía instala en el poder a los compañeros de Amodio, de qué le sirve al pueblo uruguayo que dijo defender, que el jefe de la columna 15 vuelva del pasado para debilitar las posiciones por las que el propio guerrillero luchó durante una década, hasta que sus convicciones y su moral se quebraron irremediablemente, en conducta sin retorno.

7) En su cuarta carta Amodio afirma que Mujica, Fernández Huidobro, Zabalza y Federico Fasano, somos los que tememos su reaparición.

Dice textualmente en su libelo: ‘’Parafraseando a Edward Albee, ¿quién teme a Amodio Pérez? me respondo que muchos. Empezando por Mujica, el desmemoriado, siguiendo por el Ministro de Defensa, tan documentado en tantos temas que no ha entendido nunca, el propio Zabalza, que según sus Cuentos Herejes ha vuelto a sus raíces ácratas y critica la orientación política del MLN en los años 71 y 72 y Federico Fasano que aspiró a ser reconocido como el salvador de la democracia uruguaya y a punto estuvo de conseguirlo”.

Al respecto, solo me cabe decirle a mi ex compañero del sindicato y a mi ex amigo, que no temo en lo más mínimo su retorno, ni la difusión de sus opiniones e ideas. Me da lástima que un luchador al que respetaba por su coherencia de vida, más allá de su desprecio por la política que lo conducía muchas veces a confundir la lucha armada más como fin que como medio, haya terminado de la forma en que termina, empeñándose ahora en persistir en su conducta terminal.

8) Finalmente una reflexión sobre su acusación de que yo aspiré a ‘’ser reconocido como el salvador de la democracia uruguaya y a punto estuvo de conseguirlo”.

El ‘’a punto estuvo de conseguirlo’’, parece traducirse en un lamento porque no lo conseguí.¡Qué vergüenza, Héctor!

No aspiré en modo alguno a ser reconocido como el salvador de la democracia uruguaya, sino a hacer no solo lo que podía hacer sino lo que debía hacer, en esa experiencia dramática, donde la vida no valía nada.

Y lo hice, arriesgando todo, sin medir riesgos.

Y me enorgullezco de haber prestado un servicio más a la izquierda uruguaya, que sirvió para postergar solo unos meses la pesadilla que se cernía sobre la Nación, ya ocupada por el autoritarismo inconstitucional.

Demás está decir que no tenía elección. De haber seguido los deseos maquillados de Amodio, hubiera sido yo mismo el traidor a mis propias ideas,

Lo que hice, fue ser coherente con mis convicciones. Y jugarme por ellas. Y a partir de ese momento el destierro fue mi destino. Como explicó Wilson en aquellos momentos a sus allegados, recordado en el reciente libro del economista Carlos Luppi: ‘’Años después Wilson comentaría que Fasano sabía que venían el golpe de Estado y una dictadura que podía durar muchos años, pero entre acomodarse y ser un traidor a la democracia como Amodio, y correr el riesgo y condenarse al exilio, eligió este último camino”.

A sobrellevar ese peso me ayudó el apoyo del Parlamento uruguayo que en sesión del 8 de mayo de 1973 elogió mi conducta con la intervención de senadores de todos los partidos políticos.

Mi adversario, con quien ni siquiera nos saludábamos, el senador Paz Aguirre del Partido Colorado, tras informar que ‘’el libro sería perfeccionado con la técnica que le reconocemos al señor Fasano’’, elogió mi defensa de las instituciones. Por su parte el senador Ferreira Aldunate del Partido Nacional, afirmó que ‘’Fasano contribuyó eficazmente a desbaratar una conjura contra las instituciones y el sistema político del país’’. Y el senador Zelmar Michelini, del Frente Amplio declaró en la emergencia que ‘’yo estoy obligado a poner de manifiesto la conducta intachable en la emergencia del señor Fasano, gracias a su intervención se abortó la situación, y llega el momento en que siento la obligación de hacer esta constancia para salvaguardar la conducta, repito, intachable y muy digna del señor Fasano’’.

Y así continuaron opinando ese 8 de mayo de 1973 en el Parlamento, un mes y medio antes del golpe de estado, los restantes senadores del país, con excepción del pachequismo. Fue para mí un honor, que mis propios adversarios reconocieran la honestidad de mi conducta. Pero con o sin reconocimiento valió la pena actuar de ese modo.

Este diálogo con Amodio, a travez del tiempo, volviendo la mirada 41 años atrás, confirma que no me equivoqué. Volvería a actuar del modo que lo hice.

9) En cuanto al famoso libro de Amodio Pérez, lo terminé de escribir en mi exilio bonaerense y ante el pedido expreso de dirigentes de la izquierda uruguaya y de un referente ético del brazo político legal del MLN, decidí archivarlo en la siesta de la historia, para cuando las condiciones de su publicación estén maduras y sirvan y no perjudiquen al proceso de liberación nacional en curso.

10) Finalmente, solo me cabe expresarle un deseo a mi ex amigo.

Que recapacite, que piense en todo lo que dio por la causa del pueblo uruguayo, que eso nadie se lo puede negar, que reconozca su ignominosa conducta colaboracionista con los despreciables seres humanos que tomaron por la fuerza un poder espúreo y que deje de denigrar a sus compañeros, que supieron transformar la derrota en victoria, ganando palmo a palmo un gobierno legítimo, mediante la persuasión y el apoyo de las grandes mayorías, sufriendo una década de sevicias inhumanas, como rehenes de la dignidad, mientras él gozaba de una libertad, canjeada con la sangre de sus hermanos de lucha.

Podría en un acto de expiación y contrición, aunque no lo perdonaran por su crimen, sumarse al proyecto popular, aportando energías sin pedir nada a cambio. Si quiere volver a vivir y morir con dignidad y orgullo en la tierra que lo vio nacer, lo primero que tiene que entender es que cambió la historia y debe sumarse a ella para evitar su segunda derrota política y personal. Del detritus de la historia en la que se sumergió, solo se sale reconociendo la hondura de su desacierto y la necesidad de su redención. Hoy hace todo lo contrario. Ataca sin piedad, 41 años después, a nuestros mejores hombres y mujeres de la izquierda nacional. Y además comete un acto aun más imperdonable en un militante de la causa popular. En su quinta carta afirma, refiriéndose al triunfo del pueblo uruguayo y a lo que haga nuestro Presidente, que ‘’más bien estoy indiferente’’. En la antigua Grecia, los indiferentes eran llamados ideotas. Triste final para un luchador social. Escribir otro final para su vida solo depende de él mismo. Si se anima a dar un golpe de timón a su terrible tragedia.

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