Trabajadores

Mujica al PIT-CNT: “La lucha por un Estado de nuevo tipo llevará 10 o 15 años como mínimo”

Texto de las reflexiones que pronunciara el Presidente Mujica en el desayuno de trabajo a que fuera invitado por la Central de Trabajadores de Uruguay, PIT-CNT, en la mañana del 4 de diciembre de 2012.

Hoy, acá, entre trabajadores, me resulta ineludible hablar con relativa profundidad sobre ideas, como asunto previo. Luego haremos un pequeño descanso y daremos cuenta sobre las inquietudes que nos plantearon.

¿Por qué hablar de ideas? Recordemos que “los hombres van tras las ideas como la carreta va detrás de los bueyes”.  Sin embargo, las ideas están sometidas al peso de la realidad, y ésta nos va enriqueciendo y sometiéndonos a cambios más o menos profundos. Esos cambios a su vez están condicionados por nuestra capacidad de renovarnos o por la obstinación de nuestro conservadurismo.

Los dos últimos gobiernos programáticamente pueden clasificarse de progresistas con nítida claridad. Ahora bien, ¿qué es el progresismo en política? Para nosotros es el intento de mitigar las consecuencias egoístas más profundas del capitalismo intentando con cambios sucesivos, una mejor distribución y un acotamiento de las diferencias de clase. Veremos que dentro de lo progresista existen familias con sus matices, pero en común esas familias se hacen cargo de la situación concreta de la gente, no se desentienden del hoy a cuenta de una utopía superior, lejana. Por esto el progresismo encaja y defiende la democracia representativa que no se considera jamás perfecta o terminada y se somete a diversas demandas.

Claro está, a muchos les puede parecer poco el progresismo. ¿Por qué? Porque se trata de buena fe, que la economía funcione lo mejor posible y por lo tanto respeta ciertos fundamentos, seguridad jurídica, previsibilidad, equilibrio global aceptable, más un conjunto de políticas que promueven la inversión y los circuitos empresariales en todos los terrenos.

Todo progresismo lucha por diversos mecanismos y cambios por lograr mejoras en la distribución y en la equidad de la sociedad sin embargo, lo hace respetando y en la frontera que activa la economía capitalista. Existe un fuerte haber a favor. Reconocer lo logrado en estos ocho años progresistas, desde los consejos de salarios, la reforma en curso de la salud, los 850.000 que trascendieron la pobreza, la caída en picada de la indigencia, la suba en el salario real, el gasto en educación, y un largo etc., no habría de olvidarse jamás, sobre todo aquellos que alguna vez se acostaron con hambre o estuvieron años sin trabajo estable.

Es obvio que hay mucha injusticia y es obvio que falta mucho en equidad… Pero ¿qué son ocho años cuando miramos nuestra historia y la de otros países del concierto mundial? 8 años de cambios sucesivos respetando escrupulosamente el estado de derecho y la democracia como vía, respetando a la oposición e incluyéndola para control como nunca se hizo en la historia política del Uruguay, y considerando en profundidad a toda la nación.

Sin embargo, con nostalgia sesentista, alguien me podría decir “sí, pero… no se quiebra al capitalismo, seguimos en esencia con lo mismo, “la explotación del hombre por el hombre”. Es por esto compañeros que quería hablar de ideas, quien piensa así y se afecta en su compromiso con esta lucha a brazo partido, se equivoca feo por estancamiento conservador o tiene una visión muy superficial.

En primer lugar, aceptamos de plano que nuestro programa común en el gobierno, laudado por el Frente Amplio, es de buena fe progresista y no cuestiona de fondo al capitalismo. En segundo término, habremos sí, progresistas que ambicionamos más pero que concordamos con aquellos que no piensan igual y definamos que esta etapa supone la lucha por concretar una sociedad modestamente acomodada, desarrollada, instruida y culta. Este objetivo, para nosotros, es condición para que políticamente sea viable y posible la concreción de una sociedad mejor, sobre la base de que la política sume, la voluntad organizada de los hombres.

Esta etapa supone, dentro de y con la democracia, tensar al máximo las fuerzas productivas porque precisamos muchos medios económicos para educar y formar, y necesitamos suturar las mayores vergüenzas, para asegurar oportunidades semejantes a todos.

Ahora bien, si éstas son las metas, ¿cuál es la característica real del motor en nuestra sociedad?, es el capitalismo dependiente y poco desarrollado que funciona con su lógica: el afán de lucro, de ganancia. Heredamos la creatividad y el egoísmo del capitalismo que embebe todas las esquinas sociales y compone el grueso de la cultura de nuestros comportamientos.

Un sistema no es solo un conjunto de relaciones de propiedad y de trabajo, un sistema compone además una cultura subliminal que se adentra muy hondamente en el ser social. Las reacciones y conductas capitalistas se agitan dentro de cada uno, aunque racionalmente algunos estemos declaradamente en contra. Por esto el cambio de sistema implica una larguísima marcha de construcción de otra cultura y estos, los cambios culturales, son los más lentos y difíciles pero si no cambia la cabeza no cambia nada en esencia. Estos son cambios que incluyen ciertos valores nuevos.

Así pues vamos progresivamente juntos y con buena fe, compañeros, en la fuerza política y en el ejercicio del Gobierno, con visiones finalistas quizás un tanto distintas, pero hoy, sumando en hacer funcionar la economía con su marco de garantías porque es el camino más corto y eficaz para tener las condiciones básicas en lo económico y en lo cultural para recrear una sociedad mejor.

La historia parece confirmar que no hay atajos aunque es obvio que esto será discutible.

No hay un progresismo único ya lo hemos dicho, para nosotros no solo se mantiene el cuestionamiento ético al capitalismo sino que se agiganta ante los peligros que acechan a la vida.

El consumismo es el recurso agobiante para la supervivencia capitalista.

Como resumen, digamos, aceptamos una política acumulativa de cambios que persiguen generación, distribución y equidad. Esos cambios no intentan hacer colapsar el capitalismo; por el contrario, buscan la máxima expansión de las fuerzas productivas.

Esos cambios tratan a la vez de sembrar instrucción, cultura y multiplicar riqueza social.

Sin embargo, existen cambios que dibujan otro rumbo y esto es lo que no quiere avizorar esa actitud sesentista que refería.

Primero, la lucha por los cambios debe ser hacia un Estado de nuevo tipo que llevará 10 o 15 años como mínimo o hasta que la “generación Ceibal” contribuya a recrear historia. Ese Estado supone la afirmación central de que lo fundamental es el servicio a la gente y al pueblo; hay un trabajo de Estado esencialmente servidor e incluyente desde el punto de vista democrático, pero la mayor responsabilidad es la de un Estado que prepara el amanecer de otra sociedad y no que remacha la existente. Estado no para perpetuar sino para liberar a la gente donde lo central es la vida y no el asiento.

Segundo, la lucha por el desarrollo de una economía social apelando a la autogestión como forma de compromiso organizado y gestionar sin caer en la explotación del hombre, camino difícil pero que forma empresas de nuevo tipo para realizar un oficio de gestión más allá del mundo patronal, donde la democracia directa de los trabajadores asume las decisiones importantes, que cumple además sin conflicto con la tarea de multiplicar los panes, es decir el trabajo en la sociedad. Algo por el estilo del Instituto de Colonización que adjudica tierras a familias agrupadas que con libertad se organizan socialmente.

Estos cambios, como la descentralización, el desarrollo de regiones, poco se ven y mucho se critican, son muy difíciles, pues cuestionan al capitalismo en lo esencial y en su modo de gestión.

Estos cambios requieren cabezas abiertas y verdaderamente revolucionarias y preparan apenas una larga marcha para otro tiempo que nosotros no veremos.

Compañeros, la revolución no es un desfile de pancartas y no es la fiesta alegre de llegar al gobierno para empezar otro camino, todo eso importa y es ineludible, pero no es el fondo. Tampoco son revoluciones en esencia, o las expropiatorias, el ruido de los tiros o las proclamas encendidas, las revoluciones son multitud de cambios que acumulan en sentido de futuro sustituyendo valores y que al final construyen conductas colectivas que se nutren con una nueva cultura. Si no hay atajos, tampoco hay magias, las revoluciones cuando llegan no se “hacen”, se viven con cambio solidario que multiplica a los individuos y a los colectivos con real vocación revolucionaria.

La lucha por los cambios en la realidad nos va cambiando a nosotros que vamos formando otra cultura y otros valores.

Pero este proceso lleva décadas, requiere auténtico compromiso y, compañeros, necesita lo más difícil: cuidar una ética diaria en medio de la civilización consumista.

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