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«Cristinazo»: la breva ya está madura

El gran derrotado del "Cristinazo" argentino no ha sido la oposición que dudaba en si ya no entendía lo que estaba pasando o ya había pasado lo que estaba entendiendo, mientras quedaba reducida a la nada, al peor de los castigos que no es el infierno, es el limbo.

La guillotina de las urnas cercenó de un tajo a un depredador constante de la historia argentina de las últimas décadas: la derecha peronista.

El populismo de derecha, con fuerte inserción en sectores sindicales mafiosos, que diezmó antaño, con el apoyo armado de López Rega y la triple A, a la izquierda peronista enrolada en las banderas de la justicia social, fue hegemónico en el movimiento justicialista desde la muerte de Eva Perón, con breves paréntesis conducidos por Héctor Cámpora en su momento y por la conducta ética del Chacho Alvarez, períodos estos que alentaron esperanzas de cambios que faltaron a la cita.

El upercout a la mandíbula de esa derecha vigorosa, con raíces sindicales, fue propinado por un ignoto gobernador de los glaciares, Néstor Kirchner, que con su compañera de luchas juveniles, Cristina Fernández, no renunció como tantos a la utopía de la igualdad, en la que ambos se enrolaron sin desertar, navegando las turbulentas aguas setentistas.

Alcanzaron el gobierno, porque entendieron que un proyecto ético no tiene ninguna necesidad de ser inocente y que sin construcción de poder no se transforma una sociedad. Sin embargo, no pactaron como Menem y sus sucesores, con la potente oligarquía argentina, procedieron a construir el contrapoder popular, dieron respuesta al grito desgarrador de los desaparecidos, salvaron la dignidad nacional ofendida por la usura internacional al inventar un default sagaz e inteligente, y diseñaron la mayor distribución igualitaria de la riqueza nacional desde la caída de Perón en 1955 a la fecha. La muerte de Néstor no detuvo la tormenta de la historia. Cristina desoyó los cantos de sirena de l’ancien regime, y se puso al hombro el proyecto de Nación que fermentó junto a su compañero de afectos e ideas. Creo que es la primera vez, después de la revolución de mayo, donde la izquierda jacobina fue derrotada por la burguesía naciente, cuando Castelli exclamaba con lucidez, «si ves el futuro dile que no venga», que el partido del cambio social y político, la izquierda argentina, se impone sin atenuantes. Con más claridad que durante el primer y segundo gobierno de Perón del 45 al 55 cuando se reconoció la fuerza de los trabajadores y los humildes. Debo sumar a esta reflexión, el fenómeno socialista conducido por la autenticidad de Binner, que obtuvo casi 4 millones de votos, superando al centrismo de la Unión Cívica Radical, a la derecha peronista, al purismo misticista y a la izquierda parroquial, en la mayor votación socialista de la historia argentina. Binner está más cerca de la oferta ideológica y popular de Cristina, que de todos los representantes de la oposición. Juntos, quiéranlo o no, han desalojado a la derecha de la geografía política argentina. Al proyecto kirchnerista hace un año le habían dictado partida de defunción. Sin mayorías parlamentarias era jaqueado por tirios y troyanos.

Y ahí apareció la pasta de los caudillos, taumaturgos de la historia, convirtiendo las derrotas desoladoras en victorias deslumbrantes. Néstor y Cristina sabían que la lucha que se pierde es solo aquella que se deja. Y probaron ser aptos para la brazada final. No todos la tienen para llegar a la orilla. Por primera vez, la izquierda argentina, la que apoyó al embajador del imperio, Spurs Braden, frente a Perón, tiene la oportunidad de redimirse, de hacer trepidar los cascos de la historia.

La breva ya está madura.

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