Las prácticas despiadadas de los monarcas incas

Lima, AFP

 

Huáscar cortó las narices a los enviados de Atahualpa, su hermano. Este respondió desollando vivos a los embajadores de aquél y les abrió el vientre a las mujeres preñadas por Huáscar. Los fetos que cayeron al suelo fueron atados. La crueldad de los últimos monarcas del imperio Incaico acaba de ser relatada por el historiador peruano José Antonio del Busto.

La sangrienta pugna entre los últimos incas, que facilitó y precedió la conquista española en 1532 del Tahuantinsuyo, forma parte de «Pizarro», una recopilación biográfica hecha por del Busto sobre el capitán de Extremadura, cuyo primer volumen de dos acaba de ser presentado en Lima.

El fraticidio explotó ante la muerte del padre de ambos, Huayna Capac, quien había designado como sucesor a otro hijo suyo (Ninan Coyuchi), pero que no alcanzó el trono al ser víctima mortal de viruelas. Entonces Huáscar fue entronizado.

El primer acto de su administración desencadería la primera violencia contra Atahualpa, «su hermano bastardo», radicado en Quito. Al no llegar éste a Cusco con la momia de su padre, Huáscar mató a la comitiva funeraria, y a una segunda enviada por su hermano «les cortó las narices, los hizo desnudar de la cintura para abajo y los obligó a volver a Quito».

Atahualpa se cobró la revancha y, señala el libro, tomó preso en Tumebamba (en los Andes ecuatorianos de hoy) a espías de su hermano. «Les hizo confesar la posición de las tropas huascaristas, luego los desolló vivos y con sus pieles fabricó tambores», escribe el autor apoyándose en Pedro Sarmiento de Gamboa, relator español de la época. Pero del Busto no se asombra por estos signos crueles. «El rigor científico me lo impide», comentó el historiador a la AFP. Además, comentó que la crueldad hoy es más rápida por tecnificada («un coche bomba, por ejemplo», dice).

«Crueldad similar o peor había en esa época en Europa y el resto del mundo, y ocurría de acuerdo a los cánones de la civilización de entonces», agrega, para añadir que la hermandad «no significa nada cuando había, como en esos días en el incanato, demasiados intereses de por medio».

El cronista Sarmiento de Gamboa había descrito en las crónicas de la conquista a Atahualpa como «cruelísimo». Mataba, destruía, quemaba y asolaba. Él mismo y sus generales.

Uno de ellos, Calcuchímac, apresó a parte de la realeza para ponerlos en cuclillas mirando a Cajamarca (donde residía Atahualpa) «y los obligó a arrancarse cejas y pestañas para soplarlas luego al aire». Apresado por las huestas atahualpistas, Huáscar fue atado y asistió a la muerte violenta de sus familiares, hasta que no resistió la masacre de una hermana-esposa suya.

Las mujeres e hijos del inca prisionero fueron ahorcados. A las preñadas se le abrieron los vientres y los fetos, una vez caídos, se les ataban los brazos, relata.

El capítulo Los Hijos del Sol sobre la guerra entre Huáscar, natural del Cusco, y Atahualpa, nacido en Quito, descubre los lejanos orígenes de las desavenencias que enfrentaron a Perú y Ecuador por el pretexto limítrofe, zanjado recién a fines del siglo XX.

Aunque del Busto recuerda que Tupac Yupanqui, quien según sus investigaciones fue el que expandió el Tahuantinsuyo, al sojuzgar Quito hacia 1465 engendró «la sed de venganza y odio hacia ese primer conquistador».

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