Destruir un legado: arma favorita del dictador

Uniforme usado por Charles Chaplin en su película "El gran dictador", de 1940
Uniforme usado por Charles Chaplin en su película «El gran dictador», de 1940

Hay algo profundamente ritual, además de ultrajante, sobre nuestra cobertura en torno a la comedia del absurdo de Medio Oriente. El presidente de Estados Unidos lanza otro tuit al mundo y –sin importar qué tan infantil o clínicamente enfermo sea su contenido– lo tratamos como un pronunciamiento político serio. Luego, millones marchan por las calles del mundo árabe al grito de muerte a Estados Unidos y muerte a Israel, y reportamos estas consignas –que he escuchado en Medio Oriente por décadas– y que son en realidad producto de un debate político serio. Sus consignas son comprensibles, pero no dan ninguna indicación de cuál será la reacción futura de Irán al asesinato de Qasem Soleimani.

Entonces, los canales internacionales disfrazan toda esta verborrea de periodismo de crisis –siendo escrupulosamente justos con ambas partes mendaces– y abren un viejo manual de vocabulario periodístico: escalada, represalia, repercusiones, venganza, odio; la crisis más grave desde la última crisis más grave, sea cual sea.

Esto es territorio conocido y me recuerda los primeros días de la guerra en Irlanda del Norte, cuando jugábamos los mismos absurdos e infantiles juegos de palabras.

En uno de sus exasperados poemas de principios de los 70, Seamus Heaney, el futuro premio Nobel y ahora, lamentablemente, el difunto Seamus, expresó una furia casi idéntica. Escribió sobre los periodistas de Belfast “que probaron su pulso: ‘escalación’/ ‘repercusión’/ y ‘medidas enérgicas’…/ ‘Polarización’ y ‘odio arraigado’…”

El poema de Heany titulado Lo que sea que usted diga no dice nada, es muy aplicable. Entre más términos periodísticos pronunciamos, más banales nos volvemos. Y cuanto más banal se vuelve, menos entendemos. O, más precisamente: menos se supone que debemos entender.

Porque nosotros constatamos que estas palabras que llevamos en el pulso conspiran con los conflictos sobre los que escribimos. Somos componentes esenciales del falso drama. El asesinado Soleimani es un ícono barbado, un oponente empedernido de Estados Unidos; cosa muy peligrosa ahora que Trump ha ejecutado un salto dramático en la escala del recrudecimiento. Y así seguimos, y seguimos. Y seguimos.

Ciertamente, esta jerga de la crisis es muy adictiva. Comencemos con la sugerencia trumpista de que podría haber futuros objetivos para el ejército estadunidense importantes para la cultura iraní. La manada en Washington de inmediato señaló que usar como blancos sitios culturales constituye un crimen de guerra, al menos según las convenciones firmadas en Ginebra y La Haya, sin mencionar la resolución de 2017 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que condena la destrucción de sitios culturales.

Los iraníes dijeron tonterías sobre Genghis Khan (que es exagerar un poco) y Hitler, que tiene mucho más qué ver, pese a que los clérigos chiítas no son normalmente expertos en jurisprudencia de la Segunda Guerra Mundial.

Y luego todo fue analizar lo que Trump dijo o quiso decir. Desde luego estaba muy claro. Proponía un culturicidio”. Ésta era una palabra que usábamos en Bosnia cuando los croatas o los serbios o los bosnios deliberadamente hacían estallar los puentes otomanos, mezquitas antiguas e iglesias y cavaban las tumbas de antiguos cementerios para vengarse unos de otros.

El culturicidio es lo que viene en segundo lugar después del genocidio. No se asesina masivamente a una raza de personas; se destruye el legado pasado y futuro de una raza de personas de manera que las generaciones por venir no puedan experimentar o disfrutar la prueba histórica de su propia existencia. Cuando el genocidio no funciona (como ocurre a veces) esta es la opción que sí se logra.

Los nazis eran expertos en culturicidio. ¿Qué otra cosa fue quemar 267 sinagogas durante la Noche de los Cristales? ¿O la destrucción de 427 museos rusos en Smolensk, Poltava,  Estalingrado,  Novogorod y Leningrado por parte de la SS alemana en 1941? ¿O prender fuego al almacén temporal del Louvre en el castillo de Valencay en 1944, por parte de la segunda División Panzer de la SS del Reich? ¿O lo que pasó, unos meses después, cuando Hitler mandó destruir lo que quedaba de Varsovia, y hacer que el comando Spreng volara en pedazos el Castillo Real polaco y derribara la iglesia en la que alguna vez estuvo sepultado el corazón de Chopin?

Es esencial recordar estos actos de barbarie si queremos comprender lo que propuso Trump. No porque esté cuerdo –está completamente loco–, sino porque muchos de los que ordenaron un culturicidio han estado tan dementes como el presidente estadunidense. Goering dijo al presidente checo Hacha que destruiría Praga si el anciano no aceptaba la ocupación nazi, pues Hitler estaba impaciente. Hacha se dio cuenta de que lo nazis no estaban jugando y entendió el mensaje.

Pero este culturicidio –el atacar lugares importantes para la cultura, según las palabras inmortales de Trump– no es algo que se pueda englobar limpiamente en unos cuantos años. En 1914 el ejército alemán que invadió Bélgica incendió deliberadamente la gran biblioteca de la universidad Lovaina (Leuven), destruyendo 300 mil libros, muchos de ellos manuscritos medievales. Tampoco olvidemos la quema de bibliotecas armenias, iglesias cristianas y antigüedades romanas –piensen en Palmira, que fue obra de Isis.

Tampoco debemos hacer de lado el recuerdo del mariscal de las fuerzas armadas reales, Sir Arthur Harris, quien subió al tejado del ministerio aéreo de Londres la noche del 29 de diciembre de 1940 para mirar los incendios que provocó el bombardeo nazi y el cielo sobre la capital. En sólo seis semanas la fuerza aérea alemana destruyó el centro de Coventry y su catedral medieval.

En su autobiografía, Harris describe cómo, al dar la espalda a los incendios, le dijo a su jefe, el comandante aéreo (y capitán de bombarderos) Sir Charles Portal: Bueno, están arando en el viento. Sobre los alemanes que bombardeaban Londres, Harris citó Hosea 8:7 erróneamente, pues la frase real es cosechar un remolino. Lo que vino después, desde luego, fueron tormentas de fuego sobre Hamburgo y Dresde, cuando Harris encabezó a los bombarderos.

De nada sirve decir que Dresde no fue un ataque de venganza. Se logró cerrar vías ferroviarias y la industria gracias al avance de las fuerzas rusas. Pero se eligió a Dresde y a Hamburgo porque las bombas incendiarias destruían fácilmente casas medievales aún habitadas por civiles, pues eran de madera. Fueron tan efectivas que los incendios en Dresde, que recibió el impacto de 650 mil bombas incendiarias, destruyeron la gran iglesia de Nuestra Señora, del siglo XVIII. Y liquidó al pueblo de Dresde.

Qué raro que no se dijo nada de la Noche de los Cristales, de Poltava, Novogorod, Leningrado, Lovaina, del castillo de Valencay y del pobre y viejo presidente Hacha después del tuit de Trump. Unos cuantos pulsos sobre Isis y Dresde fueron toda la memoria histórica que se manifestó.

Pero olvidamos otro elemento notable: la espuria exigencia de venganza. Los nazis alegaron que la Noche de los Cristales de 1938 fue una represalia por el asesinato de un diplomático alemán a manos de un judío en Berlín. Los museos rusos fueron destruidos porque las fuerzas soviéticas seguían resistiéndose a la Wehrmacht. El castillo del Louvre fue atacado porque la SS culpó a los franceses de ayudar a los aliados en el desembarco en Normandía. Los alemanes destruyeron el centro de Varsovia por órdenes de Hitler porque sus habitantes se atrevieron a alzarse contra la ocupación. Praga fue amenazada porque la tardanza de Hacha exasperó al führer. Los alemanes quemaron Lovaina después de que sus tropas fueron atacadas por francotiradores belgas. Hamburgo y Dresde vinieron después de la primera destrucción nazi de Varsovia en 1939 y luego Coventry en 1940.

El Isis pulverizó iglesias y antigüedades porque ofendían las interpretaciones literales del islam.

El intento ridículo de Trump de perpetrar culturicidio –si bien pudo haber sido mucho más serio– fue hecho para advertir de una represalia estadounidense que pudo ser respuesta a una represalia iraní, que aún no se ha materializado, por el asesinato de Soleimani. Dicho asesinato, a su vez, fue la venganza de Estados Unidos por los soldados estadounidenses muertos en Irak que fueron ahí para vengar el inexistente papel del presidente iraquí Saddam Hussein en el 9/11.

Y ahora, según periodistas que deberían dar las noticias como si fueran un show de comedia, dicen que el asesinato de Soleimani fue, según el vicepresidente Mike Pence, una represalia por su ayuda en el traslado clandestino de entre 10 y 12 terroristas que perpetraron los ataques del 11 de septiembre. Sin embargo, se trató de 19 asesinos de los cuales se comprobó que 15 eran sauditas a quienes les hubiera encantado ver muerto a Soleimani.

Eso es a lo que yo llamo una mentira obvia y enorme. Casi tan descarada como George W. Bush diciendo hace 19 años que Saddam estuvo involucrado en el 9/11 ¿se acuerdan? y que por lo tanto tenía que invadir Irak. Esto, en la escala del uno al 10 es exactamente igual a Hitler alegando que la invasión de 1939 a Polonia era su obligación porque Polonia intentaba invadir Alemania. ¡Esto es exactamente lo que Hitler dijo!

Estas son señales, desde luego, de que algunos de los militares estadounidenses de más alto rango están un poquito espantados de que su comandante en jefe los lleve por el camino de injustificables crímenes de guerra. El Pentágono se está mostrando algo distante de la Casa Blanca en este tema. Esto me lo contó personal árabe militar que habla regularmente con el ejército estadounidense en el golfo, cuyos representantes son dos funcionarios estadounidenses de alto nivel radicados en la región.

Es un problema simple. Los Trumps del mundo vienen y se van –aun cuando tengamos que aguantarlos otros cuatro años como sucederá con el verdadero Trump– pero los tenientes coroneles se vuelven generales que aún estarán esperando un retiro honorable cuando un abogado internacional toque a su puerta dentro de 10 años.

No cuenten con sus soldados, ni con sus servicios de inteligencia. Me dicen fuentes muy confiables que los estadunidenses trataron de matar con un dron a Solemani en Siria hace unos 18 meses y fallaron. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiesen asesinado entonces? No hubiéramos podido decir que el asesinato se debió a las próximas elecciones estadunidenses o a que Trump enfrenta un proceso de impeachment. Pero esperen, ¿no habría coincidido el asesinato, entonces, con la investigación de Mueller de los contactos entre Trump y los rusos durante las elecciones de 2016?

Sólo dos detalles más antes de que dejemos este tema sórdido y empapado de mentiras. Uno es que fue Qasem Soleimani quien acordó con el Hezbolá libanés que el grupo intentaría poner fin a las protestas laicas en el centro de Beirut antes de Navidad en las que chiítas, sunitas y cristianos exigían un gobierno no religioso. Vi a jóvenes del Hezbolá, a quienes muchos consideran héroes de las guerras antiisraelíes del sur de Líbano, golpeando y maltratando a los inocentes manifestantes. No son más defensores de Líbano.

En Irak, los hombres armados de Soleimani, iraquíes que formaban parte de la gran milicia chiíta iraní del país, reprimían otra manifestación justa que exigía poner fin a un gobierno de corrupción. Dispararon contra cientos de sus propios correligionarios en Bagdad y en la ciudad más sagrada de Irak. Incluso el poderoso ayatola Sistani objetó la interferencia de Irán. Este no fue el momento más honorable de Soleimani. Y así, los estadounidenses lo mataron justo cuando su campaña para promover el poderío iraní estaba fracasando. ¿Fue esto simplemente estupidez o hay algo que no sabemos?

De cualquier forma, he aquí un breve cuestionario: Todos nos hemos sumado al asustadizo debate de cuándo responderá Irán, pero no hemos decidido cuál sitio cultural. Los trumpistas atacarán Irán para vengarse por ___? Ustedes pueden responder a la pregunta escribiendo en la línea la afrenta que les plazca.

Como posibles objetivos están, por ejemplo, las antiguas ruinas de Persépolis, desde luego, donde los líderes occidentales y la realeza británica viajaron alguna vez para celebrar con el sah los 2 mil 500 años del imperio persa. Nixon, Pompidou, el duque de Edimburgo, la princesa Ana. Toda la crema y nata. Entonces supongo que debo incluir las grandes mezquitas de Isfajan y Mashad.

Pero tengo una sospecha sobre el tipo de sitio cultural que el presidente loco de Estados Unidos tiene en mente. Está en el mismo centro de Teherán. Tiene paredes de concreto, es feo, está repleto de eslóganes anacrónicos y fue abandonado hace mucho por sus ocupantes originales. Los iraníes lo llaman la guarida del espionaje.

Se trata de la embajada de Estados Unidos en Teherán donde fueron tomados en rehenes 52 estadounidenses en noviembre de 1979. Durante mucho tiempo el inmueble ha sido un símbolo de humillación para Estados Unidos. Es el complejo cuya captura por parte de los así llamados estudiantes del ayatola Jomeini comenzaron toda la catástrofe estadounidense-iraní; o como diría Seamus Heaney, el odio arraigado. El edificio juega un papel activamente pernicioso que está en el centro de las vidas políticas iraní y estadounidense. Es, potencialmente, el edificio cultural más importante de toda la capital.

¿No sería esto muy atractivo para Trump? Presidente loco de Estados Unidos ordena que dron sin piloto haga estallar embajada estadounidense vacía.

Eso sí sería de importancia cultural.

 

Robert Fisk
Robert Fisk

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