Argelia sumida en una inquietante incertidumbre

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El pueblo ha ganado la primera batalla: el presidente Abdelaziz Bouteflika de 82 años renuncia a presentarse a un quinto mandato y aplaza las elecciones previstas para el abril, cediendo ante las protestas pacíficas de millones de ciudadanos. Pero, que nadie se haga demasiadas ilusiones: Bouteflika, que ha sido el mandatario con más años en el poder en Argelia (desde el 1999), ha sido el rostro civil de una camarilla militar que controla la totalidad del estado. Dice el historiador argelino Mohamed Harbi que “Cada estado tiene su ejército. Sin embargo, es el ejército argelino que tiene su estado”.

Aunque, durante los últimos años han tenido lugar numerosas protestas contra las injusticias sociales, la inflación, el desempleo y una escandalosa corrupción, las actuales son las más extensas desde la independencia del país del colonialismo francés en 1962.

La economía rentista y monoproductora de Argelia basada en la venta del petróleo y gas y a merced de las fluctuaciones de los precios del mercado, el despilfarro y la corrupción generada en la esfera del poder por los ingentes ingresos en poco tiempo, así como descuidar el desarrollo de otras industrias, han sido una de las raíces de los problemas político-sociales del país: cuando en 1985 EEUU y Arabia Saudí decidieron bajar el precio del petróleo de 35 a 10 dólares el barril, con el objetivo de derrumbar la económica de la Unión Soviética, vinculada fuertemente con la venta del gas, Argelia también sintió los devastadores efectos: sus exportaciones cayeron en un 40%, y el estado tuvo que paralizar las inversiones y los programas sociales, aumentando la pobreza que ya padecía cerca del 70% de la población. El descontento popular y la sutil dictadura argelina que impedía el protagonismo de las fuerzas democráticas, despejaron el camino para el triunfo del grupo de la extremaderecha islamista el Frente de Salvación Islámico (FIS) en las elecciones del 1991. Que el régimen de los militares, en shock, cancelara los resultados, provocó una guerra civil que dejó cerca de 50.000 muertos en una década.

En 2005, Bouteflika ofrece al FIS la integración sin justicia a través de la “Carta de Paz y Reconciliación Nacional”, dando a sus líderes la oportunidad de resurgir en otro momento de crisis político-social. Luego, en vez de potenciar el secularismo, empoderar a la sociedad civil e invertir en el desarrollo del país, se pone a construir mezquitas para promover un islam “verdadero, moderado,” mientras bajo el pretexto de la “lucha contra el terror religioso” limita las libertades civiles. Resulta que en los países donde los regímenes dictatoriales semisecualres capitalistas han intentado contener el avance de las fuerzas de izquierda, no sólo mediante una dura represión sino también utilizando la religión contra ellas (a menudo, con el método “indoloro” de invertir en levantar miles de templos), al final han tenido que pagar su pecado: ejemplo del Sha de Irán o los militares de Turquía.

La población no dudó en apoyar al presidente para poner fin a la violencia: con la experiencia del Irán del 1979 en la retina, saben que un totalitarismo religioso siempre es más destructivo que una dictadura incluso militar. Años después, las mujeres y los hombres egipcios, entre la espada y la pared, también dieron su respaldo implícito al general al Sisi, salvándose del régimen de Hermanos Musulmanes de Mohammad Mursi, para no regresar al medievo.

Las políticas de Argel han propiciado el contundente regreso de la religión a la esfera pública, reflejado en la vestimenta de sus mujeres: quedan en la memoria lejana las mujeres como Djamila Boupacha que desafiaron la guillotina.

La caída de los precios del petróleo, de nuevo, ha sido el factor determinante en provocar la tensión actual: el gobierno, que con el precio del barril sobre 100 dólares consiguió bajar el nivel de la pobreza hasta el 5% en 2011, a partir del 2014 que los precios bajaron hasta la mitad, recurrió a la política de austeridad, recortando los presupuestos sociales (como la entrega de viviendas gratuitas a los desfavorecidos), y dejar de subsidiar el combustible y los alimentos. Además, Argelia ha tenido que reducir la cantidad del gas exportado, tanto por el aumento del consumo interno como por la disminución en la producción. De hecho, es el único socio de la OPEP que bombea por debajo de su cuota autorizada. Por si fuera poco, el proyecto del gaseoducto trans-sahariano firmado por Argelia, Nigeria y Níger en 2009, y con un presupuesto de 12.000 millones de dólares, que iba a transportar en 2020 el gas nigeriano a España, sigue sin realizarse.

Así terminó la era “concordilla” de Bouteflika cuando con el dinero del petróleo podía comprar la paz social. Hoy, el 67% de los 41 millones de argelinos que tiene menos de 30 años y ven un futuro sin la perspectivas soñada convierten el país en una bomba de relojería: que Argelia tenga la mayor tasa de natalidad del norte de África, un 2,8 hijos por mujer, o que cerca de10 millones personas vivan por debajo de la umbral de pobreza, y que haya una brecha de género que le sitúa en el puesto número128 sobre 182 países (2018), mientras su gobierno sigue siendo el mayor importador de armas en África, aseguran un inevitable estallido social. La creciente inestabilidad en la vecina Libia, donde los grupos terroristas “Yihadistas” patrocinados por la OTAN, Arabia Saudí y Emiratos Árabes campan a sus anchas, así como la presencia de dichos elementos en Túnez , Malí y Níger, podrá acabar con la falsa “estabilidad” de Argelia creada desde un inmovilismo.

La geopolítica de Argelia

Argelia (“Las islas” en árabe), después del 2011 de que EEUU e Israel rompieran a Sudán por la mitad, se ha convertido en el país más grande de África. Su ubicación geográfica -estar rodeado por el mar Mediterráneo, Túnez, Libia, Níger, Malí, Mauritania, Sahara Occidental y Marruecos-, el ser la décima reserva de gas mundial, así como la conexión de los gaseoductos del sur de África a Europa, le convierten en un país clave para:

  1. Francia, que además de ser el principal socio económico de Argelia y la patria adoptiva casi 3 millones de ciudadanos de ascendencia argelina, es consciente de que es el destino preferido de la gran parte de miles de jóvenes que planean emigrar de su país. El país norafricano también es un importante proveedor de gas natural a Europa. Por lo que, los argelinos deben estar vigilantes de lo que sucede en el Eliseo, ya que Paris ha sido uno de las principales patrocinadores del islam más derechita: Fue el presidente Valéry Giscard d’Estaing quien acogió en 1980 al Ayatolá Jomeini, un férreo anticomunista y un enemigo de las libertades para luego trasladarle a Teherán con un Airfrance escoltado por los F-4 Phantom, abortando la revolución democrática iraní.
  2. El Mundo árabe: Argelia es el miembro díscolo de la Liga Árabe, dirigida por Arabia Saudí. Ha rechazado entrar en la Alianza Militar Islámica contra el Terrorismo (formada en 2015 con la participación de 41 países, incluidos Turquía, Pakistán, Malasia y Egipto), por ser una “organización bajo la influencia occidental” que no de los árabes; se ha negado a calificar “organización terrorista” a Hizbolá, Partido de Dios chiita libanés y a los Houthies yemeníes, a participar en la guerra genocida contra Yemen, a enviar tropas a Siria y entregar el asiento de Bashar al Asad en la Liga a los opositores, y sobre todo alejarse de Irán. De hecho, las relaciones entre Argel y Teherán son tan sólidas que la República Chiita de Irán está construyendo mezquitas en la Argelia sunnita. Para los ayatolás, el país que formó parte del imperio fatimí chiita (entre 909 y 1171) es una puerta a África y un importante aliado en la OPEP. El gobierno de Argel sospecha que los saudíes utilizan el precio del petróleo, así como a los grupos wahabíes para someterle a sus exigencias. La visita del Príncipe saudí Mohammad Bin Salman a Argelia en diciembre pasado, levantó una ola de críticas en la opinión pública por “asesinar a civiles y niños yemeníes” y su implicación en el asesinato del periodista Khashoggi.
  3. Rusia: Las cálidas relaciones entre Moscú y Argel se remontan en la era soviética, cuando los académicos rusos le incluyeron en el grupo de países que supuestamente caminaban en la ficticia “Vía de desarrollo no capitalista”. Rusia, que es el principal proveedor de armas de Argelia, se ha ofrecido ayudar a diversificar su economía, promover la producción de equipos agropecuarios, la investigación geológica, la extracción de minerales y construir reactores nucleares. Gazprom negocia con la compañía argelina Sonatrach la realización de operaciones de fractura hidráulica para extraer gas y petróleo de su subsuelo. Kremlin, que mantienen una “neutralidad positiva” en la disputa entre Marruecos y Argelia sobre Sahara Occidental, – con un leve apoyo al segundo-, podrá hacer de mediador en este conflicto, utilizando sus históricas relaciones con el Frente Polisario.

 

En cuanto a EEUU, su presidente Donald Trump, mandó en 2018 suspender la ayuda militar y humanitaria de 17 millones de dólares al año al país, por votar en el Consejo de Seguridad de la ONU contra la decisión de Washington en reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. Que Trump no sepa, casi con seguridad, ni dónde está Argila en el mapa, no impedirá que utilice la fórmula de Barak Obama, la de “Leading from Behind”, Dirigir desde Atrás, para intervenir en los acontecimientos cruciales en curso del rebelde país norteafricano.

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