NAZIS

«Los judíos son nuestra desgracia»: Los nazis que explicaron por qué amaban el nazismo

En 1934, el escritor estadounidense Theodore Abel creó un falso concurso para engañar a cientos de personas para que describieran por qué amaban tanto al Partido Nazi. Lo que dijeron parece peligrosamente relevantes hoy en día.

Foto: Flickr / Archivos Nacionales de Noruega
Foto: Flickr / Archivos Nacionales de Noruega

El sociólogo estadounidense Theodore Abel quería entender por qué una gran parte de la ciudadanía alemana apoyaba al Partido Nazi de Adolfo Hitler. Para escuchar razones directamente de las personas, inventó un concurso ficticio en el cual invitaba a los alemanes a contar sus motivos para apoyar al nazismo. Lo que recibió en 683 cartas -escritas posteriormente a la elección de Hiter en 1933- podría parecer peligrosamente relevante hoy en día.

Recientemente, el Hoover Institution, un centro de estudios de políticas públicas con sede en la Universidad de Stanford en California, publicó 584 de esas cartas. Estos testimonios personales no solo son útiles para comprender por qué tanta gente se sintió atraída por los nazis en la década de 1930, sino que también brindan información sobre las mentes de los millones de alemanes que en la actualidad se están volcando a los partidos políticos de extrema derecha, como el Alternative für Deutschland (AfD, Alternativa para Alemania).

Un año después de que el fuhrer (palabra alemana que significa «jefe» o «líder») ascendiera al poder, Abel intentó conversar con muchísimos de los 850.000 miembros del partido nazi, pero ninguno aceptó dar una entrevista, y fue entonces cuando tuvo una idea: ofrecer un premio de 125 Reichsmarks (marcos imperiales, la moneda usada durante el nazismo) a quien pudiera escribir una carta con la descripción «más hermosa» del por qué se habían unido al movimiento político.

En ese momento, el dinero del premio equivalía a más de la mitad del salario promedio mensual en Alemania, e incluso Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda nazi, apoyó públicamente el concurso.

Cientos de respuestas

Las presentaciones iban desde cartas de amor escritas a mano al nazismo, hasta testimonios de 12 páginas, mientras que los participantes conformaban una muestra representativa importante de la sociedad alemana; desde soldados y oficiales de las SS hasta oficinistas, amas de casa, niños y mineros.

En muchas de las misivas se alegraban de que Hitler hubiese terminado con la República de Weimar, fundada en 1919 después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, y a la que culparon por el estado económico en el que quedó el país después de la guerra y por la guerra. También se mostraban esperanzados con las promesas del fuhrer, quien ofrecía la introducción de un orden sociopolítico altamente estricto. Bernard Horstmann, un minero de Bottrop en el oeste de Alemania, escribió que pensaba que el gobierno anterior había promovido «la traición de la gente y a la patria».

Una carta de Ernst Seyffardt, oriundo de Duisburg, ciudad del oeste de Alemania, se titulaba: «El Curriculum Vitae de un alemán de Hitler». Seyffardt escribió que se unió al Partido Nazi porque quería contribuir a «devolver la paz y el orden a nuestra patria».

Otra carta decía que Hitler y su partido eran algo así como víctimas de una persecución. «Debido a que Adolf Hitler y su partido enfrentaron tantas críticas y resistencia entre la prensa, me interesé particularmente en unirme a su movimiento», escribió un miembro del partido llamado Friedrich Jörns.

Muchas de las cartas revelaron que la mayoría de información a la que accedió la parte de la sociedad que eligió a Hitler provinieron en gran parte del periódico semanal Der Stürmer, afin al partido nazi, y del libro Mein Kampf, escrito por el mismo Hitler.

Otra carta proveniente de alguien que solo se identificó como Schwarz explicó cómo leer el Mein Kampf le había hecho desconfiar no solo de la mayoría de los periódicos tradicionales, sino también de los judíos y polacos por la forma en que sus «actividades catastróficas, como especie, han arruinado al mundo». Aunque Schwarz continuó admitiendo que nunca había tenido contacto personal con ningún judío, y que no podía probar que los polacos eran «poco fiables», escribió que «confía en sus instintos al respecto». La enfermera Lisi Paupié estuvo de acuerdo en su propia carta: «Los judíos son nuestra desgracia, eso está claro».

 

 

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