Nicaragua, otro clamor desoído

Foto: flickr.com/photos/ilobur
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En las últimas semanas he leído decenas de artículos –con acentos muy discordantes- sobre la situación en Nicaragua. Y he comentado la situación y posibles soluciones con muchas personas, con frecuencia  sorprendidas y agraviadas por el curso de los acontecimientos. Una vez más, pienso que en casos de esta naturaleza –con centenares ya de víctimas- es apremiante hacer una pausa, encontrarse, hablar y conciliar… pensando sólo en el futuro, en todos los nicaragüenses, pero en particular en las generaciones que llegan a un paso de las nuestras y no merecen hacer frente a horizontes tan clamorosamente injustos y ensangrentados.

Un muerto ya son demasiados muertos. Tres centenares es absolutamente inadmisible.

El neoliberalismo ha desplazado –con sus grupos plutocráticos G7, G8, G20- al multilateralismo democrático, cuyo máximo exponente son las Naciones Unidas, y hoy son muchas las situaciones de violencia, opresión y guerra que no hallan los cauces de conciliación adecuados.

El “gran dominio” (militar, financiero, energético, mediático) ha conseguido que la mayoría de la gente no se aperciba de sus responsabilidades y de las capacidades de  expresión y participación que hoy les confieren las tecnologías digitales. Es preciso e inaplazable que “Nosotros, los pueblos” -como se inicia la Carta de las Naciones Unidas, entonces y hasta hace poco prematuramente-  tomemos la palabra y, mediante grandes clamores populares, presenciales y/o en el ciberespacio, manifestemos abiertamente nuestra opinión, nuestras protestas y propuestas.

Se ha convertido en espectadores impasibles y silenciosos a los que hoy ya pueden alzar la voz y manifestar anuencias o discrepancias. Por eso, cuando, por fin, los pueblos se manifiestan y elevan la voz, es necesario, imprescindible, acuciante, atenderlos. Por primera vez en la historia, nos hallamos ante procesos potencialmente irreversibles, que pueden afectar a la humanidad en su conjunto y, a pesar de las alertas y alarmas, siguen desatendidos y los ciudadanos-actores-activos brillan por su ausencia.

No deben acallar por más tiempo la voz de la gente. Y no deben –sobre todo los que representaron antaño la emancipación popular- usar la fuerza y la violencia. Si alguien conoce los frutos indefectibles de la resistencia es quien hoy se resiste a la conciliación y la palabra, que siempre acaba ganando la partida, pero dejando numerosas víctimas de los “contendientes” en el camino, vidas con frecuencia de los más inocentes, innecesarios sacrificios, los que más duelen, los más indebidos. Así lo he pensado siempre con profundo dolor en los procesos de paz en los que he participado: ¡si se hubiera empezado por la palabra en lugar de por la fuerza!

Es un movimiento no violento, desarmado, que ha pretendido, a través de una Mesa de Diálogo Nacional en el que participan representantes del gobierno, que la sociedad civil pueda expresarse libremente, con la mediación de la Iglesia. Se trata de lograr inculcar en ambas partes actitudes que desarticulen cualquier tentación de dominio y opresión. Directrices que motiven y orienten a la “sociedad civil” (campesinos, universitarios, empresarios…) para lograr restablecer un sistema auténticamente democrático y participativo en Nicaragua. Boaventura de Sousa Santos ha escrito recientemente, con su gran autoridad ética y política, que “la oposición al orteguismo cubre todo el espectro político y, tal como ha ocurrido en otros países (Venezuela, Brasil), sólo muestra unidad para derribar el régimen, pero no para crear una alternativa democrática… En las alianzas alcanzadas con la Iglesia y los grandes empresarios se consiguió un considerable crecimiento económico basado en la receta neoliberal: gran concentración de riqueza, dependencia de los precios internacionales, megaproyectos, monopolio de los medios masivos, instrumentalización del sistema judicial y reelección indefinida”…

Desde hace muchos años he colaborado intensamente con el Instituto Martin Luther King de la UPOLI y deseo sinceramente poder seguir haciéndolo durante muchos años más, trabajando en favor de la cultura de paz y no violencia. Fue Martin Luther King quien nos advirtió de la improcedencia de guardar silencio.

La cultura de paz consiste, precisamente, en facilitar la transición desde una cultura de dominio, imposición, violencia y confrontación a una cultura de encuentro, diálogo, conciliación, alianza y paz. ¡De la fuerza a la palabra! Esta es la transición histórica que debe ahora mismo, sin mayor demora, ponerse en práctica en Nicaragua.

En los últimos días el propio Papa Francisco ha intervenido para facilitar una inflexión que permitiera recuperar la total vigencia y posibilidad de éxito del Diálogo Nacional. También el Secretario General de las Naciones Unidas ha abogado para que “se logre un nuevo consenso”.

La violencia no tiene disculpas, la ejerza quien la ejerza. Lo acaecido en la Universidad Nacional de Nicaragua y en Masaya no puede a continuación describirse en términos patrióticos ni reduccionistas. Es necesario que la gran fractura social que existe en estos momentos pueda restañarse a través del  encuentro y del buen sentido. Las resoluciones de instituciones como la OEA deben ser tajantes  y claras. El Presidente Ortega debe adoptar decisiones que permitan recuperar el sentido democrático sin demora. Y esto se consigue con propuestas concretas y convincentes en la Mesa del Diálogo y no con escuadrones de paramilitares.

En el diálogo habrá, lógicamente, disidencias y discrepancias, pero nunca deben mantenerse posiciones inamovibles. Es preciso establecer con claridad que –como acaeció en Argentina y en otros casos recientes- la presión internacional no se halle influida por grandes consorcios mercantiles.

Hay que lograr la reconciliación. La reconsideración del Sistema de las Naciones Unidas es, vuelvo a repetirlo,  absolutamente indispensable para que la humanidad pueda hacer frente a los grandes desafíos –cambio climático, pobreza extrema, nuclear-  que le afectan de manera apremiante en su destino común.

Serenidad y buen juicio para, en pocos días, aclarar y reconducir la deriva de este queridísimo país, símbolo de tantas cosas positivas. Diálogo, diálogo, diálogo para lograr la reconciliación nacional imperativamente, sin un muerto más, sin acciones de fuerza que conduzcan a situaciones irreparables.18 de julio de 2018.

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*Federico Mayor Zaragoza nació en Barcelona, en 1934. Doctor en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid (1958), ha sido catedrático en diferentes universidades españoles y ha desempeñado numerosos cargos políticos, entre otros el de ministro de Educación y Ciencia (1981-82). Entre 1987 y 1999 fue director general de la Unesco. Actualmente es presidente de la Fundación para una Cultura de Paz. Artículo enviado a Other News por la oficina del autor.

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Anexo:

Un dolor llamado Nicaragua

Por Luis Súarez*

Este no es otro artículo de información o valoración política sobre los trágicos  (y, paradójicamente, esperanzadores) sucesos que vive Nicaragua desde el pasado 19 de abril. No aspira a tanto, solo es un lamento nostálgico de alguien que forma parte de una generación para la que la revolución sandinista fue la experiencia solidaria e internacionalista más plena que le fue concedido vivir. Un desahogo personal, podríamos decir.

Aquella revolución que triunfó el 19 de julio de 1979 derrocando la prolongada dictadura de los Somoza, generó el movimiento de solidaridad internacional probablemente más comprometido y extenso que se haya dado desde la epopeya de las Brigadas Internacionales en nuestra guerra antifascista, salvando, obviamente, las diferencias.

La victoria de los ‘muchachos’ sandinistas representó una inflexión en el destino de las heroicas luchas libertadoras latinoamericanas iniciadas al calor de la revolución cubana en el año 59, en su mayor parte ahogadas en sangre por regímenes militares dictatoriales pertrechados y promovidos por el imperialismo norteamericano.

Para quienes aquí combatíamos al franquismo en las décadas de los 60 y 70, Latinoamérica y sus movimientos insurgentes nos resultaban muy próximos, eran luchas hermanas. Los procesos políticos en el seno de la izquierda corrían en buena medida paralelos: el antiestalinismo, el castrismo, el foquismo, el maoismo, el troskismo, la lucha armada… eran debates comunes.

La revolución nicaragüense llegó en el inicio de nuestro ‘desencanto’, es decir, cuando la transición se nos estaba ya revelando como un amaño que dejaría a medias la demolición de la dictadura, y cuando la naciente democracia entronizaba a una derecha apenas travestida de demócrata, y a una inédita izquierda socialdemócrata ausente en la lucha contra la dictadura.
En el terreno internacional, el naciente régimen del 78 también se posicionó pronto en el bando imperialista. Mediante el tramposo referéndum sobre la OTAN (el de ‘de entrada no’, en marzo de 1986), el PSOE consiguió ‘democráticamente’ alinearnos con el bloque militar dominado por el Pentágono.

Ese mismo Pentágono que apenas concedió una mínima tregua al neonato régimen sandinista antes de organizar la contrarrevolución a través de la llamada ‘Contra’, un ejército ilegal y mercenario que empezó a actuar desde los países vecinos, especialmente Honduras, ya desde inicios de los años 80.

Tras la humillante derrota vietnamita apenas 4 años antes, en 1975, el imperialismo gringo ideó nuevas estrategias de dominación e injerencia internacional; la de la ‘Contra’ siguió el modelo de ‘guerra de baja intensidad’: sin intervención directa de sus tropas, sin declarar la guerra, mediante operaciones secretas, violando todos los acuerdos internacionales. La CIA pergeñó para ello un esquema de financiación y apoyo a la Contra que incluyó desde la mediación de los regímenes militares fascistas del cono sur, en particular la dictadura argentina; el tráfico de armas, vendidas en este caso ilegalmente a Irán; o el tráfico de drogas, a través del cártel de Escobar.

Este montaje, con el patrocinio del entonces presidente Reagan, fue desvelado años después como el caso ‘Irán-Contra’ (también ‘Irangate’).

La revolución sandinista fue así, desde sus inicios, una experiencia tan esperanzadora como amenazada. La inteligencia y pragmatismo de sus líderes (los famosos 9 comandantes), forjados en la lucha armada y la represión somocista, y unidos en una dirigencia ideológicamente plural (marxistas de diversa orientación, cristianos de la teología de liberación…), junto con el entusiasmo y sacrificio del pueblo, permitieron su supervivencia en ese marco de pobreza heredada y guerra no declarada de desgaste.
Si bien los sandinistas recibieron desde el principio el apoyo solidario cubano y soviético, tuvieron la prudencia de no aplicar dogmáticamente sus recetas políticas, ni cerrarse a otras muchas fuentes de ayuda y cooperación provenientes de múltiples países y organizaciones internacionales.

Desde España, ya en época de Suárez, se responde positivamente al llamamiento del ministro de Educación, Fernando Cardenal, para una descomunal y transformadora empresa, la ‘cruzada nacional de alfabetización’, lanzada en marzo de 1980, menos de un año después de la toma del poder. Los cientos de jóvenes que acuden serán el primer contingente de la corriente de hermanamiento que va a establecerse entre nuestros países a lo largo de los años 80.

Nicaragua nos llama y nos acoge, nos seduce y nos transforma: brigadistas, cooperantes, oenegeros… todos los medios eran buenos para acudir al llamado de la revolución acosada. Para la mayoría de quienes desde aquí hicimos nuestro tránsito nica, ya fuera por simple curiosidad, mediante voluntariado con o sin organización, como activistas de movimientos solidarios, o formando parte de programas de cooperación oficial, aquella fue la primera experiencia internacionalista sobre el terreno.

Fuera como fuera, con nuestra inexperiencia y provincianismo, quienes por allí pasamos sabemos que Nicaragua nos cambió para siempre; ese país torrencial de volcanes, lagos, poetas, y, sobre todo, buena gente, nos caló hasta el alma.
El actual dolor por Nicaragua, como el de una quebradora, nos agarró hace ya tiempo al contemplar su deriva, tan preocupante como decepcionante, especialmente desde la llegada de Ortega de nuevo al poder en 2007.

Hechos como la cesión de la soberanía para un delirante proyecto de canal interoceánico,  perpetrando una masiva agresión medioambiental al país y el expolio de miles de pequeños campesinos movilizados una y otra vez en contra, han motivado las escasas presencias de Nicaragua en los medios de comunicación en los últimos años.
Y últimamente casi nunca han sido buenas noticias: Comunidades indígenas luchando contra el saqueo de sus tierras y recursos naturales; corrupción y clientelismo a cuenta de los fondos donados por Venezuela (más de 4.000 de millones de dólares en petróleo desde 2006); optimistas datos macroeconómicos (crecimientos por encima del 4% anual), al tiempo que la brecha de la desigualdad se seguía agrandando…

El orteguismo se ha mantenido en el poder mediante su alianza con parte del viejo sandinismo beneficiario de la piñata, la iglesia y la oligarquía tradicional, construyendo un régimen cada vez más autócrata y nepotista, y recurriendo a medidas como la supresión de la limitación de mandatos y la conversión en vicepresidenta de la esposa del presidente, Rosario Murillo.

Y como sucede que la mayoría de los Nica-heridos mantenemos lazos estrechos con aquel país, nuestras fuentes de información son frecuentemente de primera mano. Lo que sabemos así de lo sucedido desde el 19 de abril deja poco margen de duda e interpretación: más de 300 personas asesinadas en las calles y miles heridas, en su inmensa mayoría, manifestantes desarmados a manos, o bien de la policía, o bien de fuerzas paramilitares alentadas y armadas desde un gobierno enrocado en la violencia y el terror como única receta frente a la protesta social. Así lo corroboran los informes de la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos) y de la ANPDH (Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos), por citar algunas fuentes solventes no partidistas.

Y así también nos lo han contado de viva voz algunos protagonistas, como esas líderes estudiantiles que recientemente viajaron por Europa para describir lo que está sucediendo, desmentir bulos y tergiversaciones como la instrumentalización derechista de las movilizaciones, y reclamar la solidaridad.

Todo ello permite afirmar que el orteguismo no sólo ha traicionado al sandinismo consolidando un régimen capitalista corrupto y medioambientalmente irresponsable, sino aplicando además ahora el terror contra el pueblo sin atisbo de respeto por los derechos humanos. Casi 3 meses después del inicio del conflicto, parece haberse instalado un impasse en el que el tándem Ortega-Murillo se muestra ya como un gobierno zombi; aislado, abandonado por la iglesia y los empresarios, pero dispuesto a perpetuarse mediante el uso criminal de sus fuerzas y turbas represivas.
La buena noticia es que juventud nicaragüense, con su arrojo y pasión por la libertad, junto con las madres, los campesinos y el resto de autoconvocados, jugándose todos literalmente la vida en los tranques (barricadas), desde Managua a Diriamba, de Sutiaba a Monimbó, de Granada a Nindirí, nos ha devuelto la confianza en ese país y su pueblo.

Es el momento de nuevo de la solidaridad con Nicaragua. En estos momentos trágicos echemos una mano como buenamente podamos cada cual para que puedan derrotar una vez más a la tiranía y construir una sociedad más libre y justa. Y para que, de paso, nos libremos de este dolor.

 

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