HURACÁN HARVEY

Peluches, disfraces y ropa de gala: las cosas inútiles que la gente dona en los desastres

Durante los eventos climáticos, como el huracán Harvey, la gente se vuelve -por dicha- inmensamente generosa. Aunque ese mismo espíritu de empatía y desprendimiento puede convertirse en un problema.

Decenas de miles de animales de peluche, donados a los niños de Newtown, Connecticut, después del tiroteo en el Sandy Hook Elementary School, llenan un almacén. La mayoría de las donaciones fueron enviadas. Foto: Chris Kelsey
Decenas de miles de animales de peluche, donados a los niños de Newtown, Connecticut, después del tiroteo en el Sandy Hook Elementary School, llenan un almacén. La mayoría de las donaciones fueron enviadas. Foto: Chris Kelsey

Muchos de los artículos que los estadounidenses están donando para los afectados del huracán Harvey, que está devastando Texas y New Orleans, terminan resultando inútiles. A veces, incluso, se convierten en un estorbo para las organizaciones que buscan hacer llegar alimentos, ropa y medicinas a aquellos que quedaron damnificados.

«Generalmente después de un desastre, las personas con buenas intenciones donan cosas que no pueden ser usadas en la respuesta a un calamidad, y de hecho pueden ser dañinas», dijo Juanita Rilling, directora del Centro de Información Internacional sobre Desastres en Washington, DC.

Rilling ha pasado más de 10 años explicándole a los estadounidenses cuál es la mejor forma de colaborar con los afectados de los eventos climáticos, pero le ha resultado difícil que la gente entienda que hay cosas que, lejos de ayudar, entorpecen.

En todos lados pasa

En 1998, el huracán Mitch golpeó Honduras, dejando más de 11.000 fallecidos y 1.5 millones se quedaron sin hogar. Rilling estaba trabajando entonces en el país centroamericano, atendiendo la tragedia, cuando recibió una llamada de uno de sus expertos en logística: un avión con suministros alimenticios y médicos no podía aterrizar porque la pista estaba atiborrada con miles de cajas, bolsas y paquetes de ropa, como tacos altos de mujer, trajes de fiesta y ropa de invierno (en Honduras la temperatura promedio todo el año es de 28°C, aproximadamente).

Los voluntarios de organizaciones humanitarias llaman a este fenómeno «el segundo desastre». 

Algo semejante sucedió en diciembre de 2004, cuando un tsunami arremetió contra Indonesia; Sri Lanka; Tailandia; India y Maldivas. En la localidad costera de Aceh, Indonesia, quedaron miles de toneladas de ropa amontonadas, pues la gente después del desastre no necesitaba tantísimas prendas de vestir. Lo que debería ser una ayuda terminó siendo un factor de contaminación y molestia.

En un momento dado, los trabajadores de las ONGs no tenía chance de doblar, clasificar, separar y destinar la ropa, por lo que la gran mayoría solamente se pudrió en patios exteriores y en la costa. Al final, solamente le rociaron gasolina y le prendieron fuego.

La gente ha donado pelucas y disfraces, calabazas decorativas de Halloween, y hasta bolsas de té usadas porque «la gente cree siempre se les puede sacar otra taza», critica Rilling.

Ropa donada repartida en una cancha de baloncesto después del huracán Sandy, en el Bronx, Nueva York. Foto: helpaftersandy.org
Ropa donada repartida en una cancha de baloncesto después del huracán Sandy, en el Bronx, Nueva York. Foto: helpaftersandy.org

Hasta el agua es problema

La gente cree que es urgente enviar miles y miles de botellas de agua a las zonas que han sido afectadas por un desastre natural. La experta explica al noticiero de CBSNews que unos 100.000 litros de agua embotellada pueden saciar la sed de 40.000 personas en un solo día, pero genera hasta 400.000 envases de plástico desechable y tiene un costo de hasta 300.000 dólares.

En cambio, las organizaciones de socorro pueden potabilizar esa misma cantidad de agua usando sistemas de purificación cuyo costo no supera los 300 dólares. 

El caso más extremo es el de madres que -con el corazón en la mano y con una buena intención de por medio- enviaron leche materna envasada a los niños damnificados por el terremoto de Haití. Claramente, la leche se descompuso y terminó convirtiéndose en un oloroso y putrefacto problema.

«Es desgarrador para el donante, es desgarrador para las organizaciones de socorro, y es desgarrador para los sobrevivientes, porque las donaciones, si fueran en dinero en efectivo, serían mucho más eficaces, así se podría comprar lo que la gente necesita cuando lo necesitan», concluye Rilling.

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