Ante amenazas globales, alianzas globales

Miles de flores y velas depositadas en el lugar de los atentados en Barcelona. Foto: Twitter@Queency83
Miles de flores y velas depositadas en el lugar de los atentados en Barcelona. Foto: Twitter@Queency83

Matanzas en Barcelona, en Niza, en Londres, en París…

Pacto inaplazable para un nuevo concepto de seguridad.

Ahora, como en las anteriores luctuosas ocasiones, lo primero es confortar a las víctimas, a sus familiares y allegados, en toda la medida de lo posible. Ayudarles a superar estos momentos aciagos… pero, sobre todo, es apremiante actuar resueltamente de tal modo que se eviten más víctimas. Deber de memoria permanente de estas víctimas y de todas  las víctimas, porque todas las vidas valen lo mismo. Y todas las muertes. Hay que medir y valorar los sucesos con el mismo “rasero moral”… Los que mueren de desamparo y extrema pobreza todos los días; los que -¡más de 6000!- han ensangrentado el “Mare Nostrum” en 2016; los que mueren en las guerras de Siria, Yemen, Libia; los que, en gran número, perdieron la vida o quedaron mutilados o desplazados en la intolerable invasión de Irak por ambiciones hegemónicas…

«El Mediterráneo debe ser un mar para unirnos y no para separarnos, un mar de encuentros y no de prejuicios, un mar de vida y no de muerte”

Sin embargo, tenemos que reconocer con sonrojo que los abominables crímenes perpetrados por el “Estado islámico” (Isis o Daesh) en los últimos meses arrollando a personas inocentes no han sido motivo suficiente para vencer las resistencias para llevar a la práctica cambios radicales en materia de seguridad. El negocio es el negocio y –como ya advirtió Eisenhower- el “gran poder” de la tierra no lo detentan los gobernantes  sino el “complejo bélico-industrial”, que alienta insaciablemente mayores inversiones para la seguridad de las fronteras -¡occidente, España incluida, acaba de aumentar sus gastos militares y en armamento!- sin preocuparse en absoluto de la seguridad alimentaria, sanitaria, ecológica, educativa…  de quienes viven dentro de las mismas. No me canso de repetir que es inadmisible desde todos los puntos de vista que cada día se dediquen más de 4000 millones de dólares a gastos de defensa al tiempo que se mueren de hambre miles de personas, la mayoría de ellas niñas y niños de uno a cinco años de edad.

Pero de estas víctimas cotidianas no guardamos recuerdo alguno. Ni de los refugiados e inmigrantes con quienes no se cumple el deber de acogida y de ayuda al desarrollo para que puedan vivir dignamente en sus lugares de origen.

La Europa insolidaria que nos estremece y sonroja no sólo es incapaz de llevar a cabo la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea sino que aplaza el cumplimiento del gran acuerdo de cooperación que ya se ha proyectado en varias ocasiones para hacer frente al terrorismo, mediante una serie de medidas bien articuladas: coordinación permanente con intercambio de datos, experiencias, etc. a través de los servicios de inteligencia en interacción constante a escala europea, y sustancial incremento del número y preparación de los agentes de seguridad, adoptando todas las medidas preventivas posibles y evitando las acciones que pueden incitar el rencor, la animadversión, el fanatismo. Quien siembra odio cosecha terror. Los ojos de los niños inmigrantes confinados en auténticos campos de concentración no transmiten, precisamente, signos de amistad y convivencia pacífica.

Tolerancia cero, porque son el gran enemigo, con el racismo y la exclusión. Desde luego, tolerancia cero con el yihad, pero igual contundencia con el racismo de Le Pen, las manifestaciones fascistas y neonazis, el “supremacismo” de algunos blancos de los Estados Unidos, tratados por cierto con inadmisible tibieza por el Presidente Trump… Intolerancia cero con los países árabes que, desde su colosal riqueza han acallado las reacciones internacionales por su descarada ayuda a las variantes del islamismo que fomentan el Isis…

Está claro que la gobernanza mundial no puede hallarse en manos de 7, 8 o 20 países prósperos: la actual plutocracia ha conducido a la deriva actual que requiere, con auténtica emergencia, cambios radicales.

Contamos con todos los referentes escritos y verbales necesarios para tomar conciencia y actuar, para no distraemos, para no evadirnos. Hace ahora quince años, en Granada, se publicó el “Manifiesto del 2 de enero” para la convivencia, bajo los auspicios de la Consejería de Relaciones Institucionales de la Junta de Andalucía, bajo la coordinación de Paco Vigueras: “No podemos guardar silencio por más tiempo ante los cadáveres que aparecen en nuestras playas. Nos vienen estos despojos humanos que ponen de manifiesto la decadencia moral del actual orden económico. Nos duele la mirada afligida del superviviente, que es detenido y expulsado, o queda atrapado en la alambrada de la clandestinidad. Son las víctimas del nuevo muro de la vergüenza, levantado por la Europa excluyente en la frontera sur, que nos golpean a todos en la conciencia. El Mediterráneo debe ser un mar para unirnos y no para separarnos, un mar de encuentros y no de prejuicios, un mar de vida y no de muerte”.

Como vemos por cuanto antecede, se trata de unas amenazas globales ante las que sólo caben acuerdos globales. La única manera de impedir nuevas acciones bélicas inaceptables, de encauzar conflictos armados en curso, de mantener tráficos de toda índole, de mediar con autoridad en situaciones de enfrentamiento en cualquier parte… es reforzar el multilateralismo democrático, convocando al efecto, con urgencia histórica, con el apoyo generalizado de los medios de comunicación, una Asamblea General de las Naciones Unidas que resolviera la eliminación de los medios masivos de exterminio, facilitar los procesos de paz, y garantizar la habitabilidad de la Tierra. Estas Naciones Unidas cumplirían, por primera vez desde su fundación, lo que estable la Carta: “Nosotros, los pueblos”. La Asamblea General contaría  con el 50% de representantes de los Estados y el 50% de representantes de entidades de la sociedad civil. Al Consejo de Seguridad actual se le añadirían un Consejo Socioeconómico y otro Medioambiental.

Que nadie se engañe: sólo un acuerdo a escala global de esta naturaleza permitiría hacer frente a los desafíos a los que debe hacer frente la humanidad en estos momentos, y en particular a aquellos en los que se pueden alcanzar puntos de no retorno. 20 de agosto de 2017.

Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundación Cultura de Paz, ex ministro de Educación de España
y ex director general de la Unesco. Artículo publicado en OtherNews por el autor.

 

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