Estados Unidos y la quimera posracial

Miembros de grupos supremacistas blancos, como el Ku Klux Klan, frente a la estatua del general Robert E. Lee. Foto: Facebook / CBS19 News
Miembros de grupos supremacistas blancos, como el Ku Klux Klan, frente a la estatua del general Robert E. Lee. Foto: Facebook / CBS19 News

Desde hace algunos meses –en consonancia con el proyecto de remoción de monumentos de la confederación que se viene realizando en algunas ciudades de Estados Unidos, por su simbología esclavista y racista- algunos funcionarios locales han planeado quitar del Parque de la Emancipación en la ciudad de Charlottesville, Virginia, la estatua de Robert E. Lee, el icónico general que encabezó el ejército confederado durante la Guerra de Secesión.

En rechazo a esta acción en el mes de mayo se llevó a cabo una manifestación dirigida por el nacionalista blanco Richard Spencer y en el mes de julio se realizó una marcha del Ku Klux Klan. La noche del viernes 11 de agosto cientos de nacionalistas marcharon en el campus de la Universidad de Virginia con antorchas mientras entonaban consignas racistas, como antesala del sábado 12 de agosto cuando se realizó una marcha denominada “Unamos a la derecha”. Esta movilización fue convocada por los grupos de supremacistas y nacionalistas blancos y, entre sus asistentes, podían contarse seguidores del presidente Donald Trump luciendo prendas con el lema de su campaña: “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.

Este hecho motivó una contra marcha de los movimientos antirracistas, quienes –como se evidencia en las fotografías y videos– fueron empujados, insultados y vapuleados por los grupos supremacistas. La marcha se tornó violenta casi de inmediato y alrededor de las 13:45 un automóvil dirigido por James Alex Fields de 20 años, embistió furiosa y premeditadamente contra la manifestación antirracista en la cual fue asesinada Heather Heyer de 32 años, y al menos una veintena de personas resultaron heridas.

El gobernador de Virginia, Terry McAuliffe, rápidamente se pronunció y afirmó: “Yo tengo un mensaje para todos los supremacistas blancos y los nazis que vinieron a Charlottesville hoy. Nuestro mensaje es claro y sencillo: Váyanse. No son bienvenidos en esta gran comunidad. Les debería dar vergüenza. Pretenden que son patriotas, pero son todo menos un patriota. (…) Ustedes vinieron hoy para lastimar a la gente, y sí lastimaron a la gente. Pero mi mensaje es claro: Somos más fuertes que ustedes. Han hecho que nuestra comunidad se fortalezca. No van a triunfar, no hay lugar para ustedes aquí. No hay lugar para ustedes en EE.UU. Trabajamos hoy aquí para unir a las personas. Les recuerdo a todos que somos una nación de inmigrantes. A menos de que seas indígena, los primeros barcos llegaron a Jamestown, Virginia en 1607 y desde entonces muchas personas han venido a nuestro gran país a unirnos. Nuestra diversidad, ese mosaico de inmigrantes, es lo que nos hace tan especial. Y no vamos a dejar que nadie venga a destruirlo. Así que por favor váyanse. Y nunca vuelvan. Llévense su odio y fanatismo”.

 

No obstante, no fue esta la respuesta del presidente de los Estados Unidos, ni siquiera estuvo cerca. Donald Trump –quien desde su campaña presidencial ha coqueteado con los grupos supremacistas, de quienes además recibió apoyo-, calificó lo ocurrido de: “indignante muestra de odio, intolerancia y violencia de muchos lados, de muchos lados”. El presidente se cuidó de señalar el racismo, de condenarlo, no hizo referencia a los grupos supremacistas, nacionalistas y neonazis, opto por la vía fácil y en apariencia “neutral”: responsabilizar de igual manera a los agresores y a las víctimas. Ante el rechazo que generaron dichas declaraciones, un portavoz de la Casa Blanca dijo a los medios de comunicación: “El presidente estaba condenando el odio, la intolerancia y la violencia de todas las fuentes y todos los bandos. Hoy hubo violencia entre tanto los manifestantes como los contra manifestantes”.

No ha sido sino 48 horas después del suceso y debido a las presiones de la ciudadanía que, desde la Casa Blanca Trump se ha pronunciado al respecto, señalando que: “El racismo es maldad, y aquellos que causan violencia en su nombre son criminales y maleantes, incluidos los del KKK neonazis, supremacistas blancos y otros grupos de odio que son repugnantes. (…) Condenamos en los términos más fuertes posibles este despliegue de odio, intolerancia y violencia que no tiene lugar en Estados Unidos”.

Ante estos hechos algunas personas han respondido con sorpresa e incredulidad, quienes al igual que el presidente de los Estados Unidos, parecen estar despertando a la realidad y percibiendo por primera vez la existencia de racismo. Pero estos hechos no son novedosos, casuales o aislados, tampoco responden a  discrepancias en el contexto de marchas y contramarchas; es una muestra de que el racismo no ha desaparecido, y por el contrario, se ha profundizado y fortalecido. La creencia en la existencia de una sociedad posracial post-Obama no es más que una quimera, así lo atestiguan los 917 grupos de odio activos en 2016 en todo el país sistematizados por Southern Poverty Law Center, entre estos destacan: al menos 130 grupos del Ku Klux Klan, 100 Blancos nacionalistas, 99 Neo-nazis, 78 Racistas Skinhead, 43 Neo-confederados, 14 Anti-inmigrantes, entre otros, los cuales se erigen como garantes y ejecutores del aniquilamiento físico y simbólico de toda divergencia étnica y cultural, en pro del sostenimiento de la supremacía blanca.

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