Habría un sospechoso de brindar información confidencial de EE.UU. a Rusia
Trump niega las sospechas de que habría compartido información clasificada con diplomáticos rusos pero se resiste a asegurar que todos sus colaboradores están libres de culpa.
El presidente estadounidense, Donald Trump, asegura que no entregó ni compartió información sensible o confidencial con los representantes del Gobierno ruso, que visitaron la Casa Blanca hace unos pocos días.
Niegas las acusaciones que se ciernen en su contra, pero no mete las manos al fuego por los 17 colaboradores, asistentes y asesores, que tuvieron contacto con la comitiva rusa. «No hubo connivencia de mi parte ni de mi campaña, pero solo puedo hablar por mí: con Rusia, cero», dijo con el semblante vehemente que le caracteriza en las conferencias de prensa, por las que pasas casi como usando guantes de seda para no dejar huella.
No ha dejado de criticar la investigación que se vino encima del ahora llamado Rusiagate, calificándola como «la mayor cacería de brujas» en la historia de Estados Unidos. «¡Ésta es la mayor caza de brujas individual de un político en la historia estadounidense!», escribió Trump en Twitter, un día después de que el ex jefe del FBI, Robert Mueller, fuera designado como investigador especial de la supuesta injerencia rusa en las pasadas elecciones presidenciales de EE.UU.
Mano dura
Mueller fue director del Buró Federal de Investigaciones (FBI, del inglés Federal Bureau of Investigation), la principal agencia de investigación criminal del Departamento de Justicia de los Estados Unidos.
Ahora, la supuesta filtración de datos altamente clasificados a diplomáticos y militares rusos es el principal escándalo que le complica la estrategia a Trump, que ya de por sí juega en una cancha que él mismo embarró.
Le han bastado cuatro meses para darse cuenta que no todo es como él quiere: su campaña política fue algo nunca antes visto en la historia moderna, desmesurada, desproporcionada en afirmaciones, manipulación de datos, mentiras y ocultaciones. Al llegar a salón oval, se dio cuenta que la división de poderes es más clara de lo que esperaría. No ha podido acomodar las fichas a su favor ni poner funcionarios sumisos a su antojo, y más bien se le viene encima la investigación, liderada por Mueller, conocido por su integridad, honestidad y sangre fría.
Mueller fue designado por el fiscal general adjunto, Rod J. Rosenstein, y la decisión no se le comunicó sino hasta media hora antes de hacerse pública y cuando ya estaba en firme, algo que, para los analistas políticos, es muestra de independencia por parte de la Justicia.
Un escueto comunicado de la Casa Blanca pareció mantener el decoro y el respeto por el nombramiento del investigador especial, pero la paz tardó poco en Washington. Al día siguiente, el mismo airado y furibundo Trump que todos conocemos aseguró en Twitter: “Con todos los actos ilegales que tuvieron lugar en la campaña de Clinton y la Administración Obama, jamás se nombró un fiscal especial”. Quince minutos después de ese tuit volvió a arremeter: “Esta es la mayor caza de brujas a un político en la historia americana”.
Sospechoso
Según publicó la tarde de este viernes The Washington Post, se ha identificado a un supuesto implicado, que estaría insertado en las más altas esferas gubernamentales de EE.UU.
El nombre de este colaborador sospechado no ha trascendido, tampoco su relación con el escándalo, pero el simple hecho de que un colaborador cercano de Trump esté bajo la lupa del FBI, desestructura al mandatario y le pone una presión que no se sabe si está preparado para soportar.
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