EDITORIAL

Adiós, Fidel de América

La Historia está de duelo. Ha muerto el biógrafo que reescribió la historia en suelo americano, autor del golpe de timón más socialmente fecundo desde que Colón descubriera el islote de San Salvador en 1492.

Fidel junto a varios guerrileros en la Sierra Maestra de Cuba en 1957.
Fidel junto a varios guerrileros en la Sierra Maestra, Cuba, en 1957. (foto: R. Corrales)

A veces las palabras sobran, pero no alcanzan. No por esperada, tras 90 años de una existencia destinada solo a los héroes, la desaparición física de don Fidel Castro Ruz, puede mitigar el dolor de todo americano honrado que aun cree en ese sueño milenario de justicia, igualdad y libertad, que él encarnó como pocos.

Aun conmocionado por la noticia me piden una reflexión sobre su muerte y no sé qué decir. Solo podría responder con un libro, porque ha sido tan vasta y fértil su trayectoria y su influencia en el mundo, que solo una investigación rigurosa sobre este ejemplar salido de la imaginación de Nietzche, con las luces y sombras que todo revolucionario porta en su destino, podría colmar parcialmente una respuesta.

Su dignidad y valentía, ya antológica, ante el imperio más grande de la historia universal, no tiene parangón. Solo comparable a la resistencia de Masada frente al imperio romano.

Fue el único revolucionario social que modificó de raíz las estructuras de una Nación corrupta, explotadora, injusta, desigual, transformando su soberanía prostituida por el Imperio, en una de las soberanías más orgullosas y altivas del planeta, y pudo mantenerla durante medio siglo sin doblar la cerviz.

«Un hombre que sabía a dónde iba y por eso el mundo se apartó para dejarlo pasar»

Los otros grandes revolucionarios sociales, los Gracco, Espartaco, Tupac Amaru, Tiradentes, Babeuf, Robespierre, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Sandino, Arbenz, Caamaño Deno, Salvador Allende y muchos más, sin contar los revolucionarios que surgieron después de 1973, fueron derrotados en sus objetivos y no pudieron cristalizar la sociedad nueva a la que destinaron sus vidas. Podría existir una segunda excepción, la del gran timonel Mao Tse Tung, pero una mirada profunda sobre el proceso actual de la República China, más emparentada con el capitalismo de estado que con el comunismo igualitario, permite abrir dudas sobre el aserto.

El triunfo de Ho Chi Ming en Vietnam, se enmarca más en las fronteras de una guerra de liberación que en un territorio de revolución social. Y ni siquiera puedo mencionar como otra excepción a la revolución coreana de Kim Il Sung, una tiranía dinástica que sojuzga sin misericordia a su pueblo y avergüenza a todos los socialistas del orbe con sus crímenes impúdicos.

Solo el pueblo cubano conducido por su líder histórico y un puñado de revolucionarios entre los que se encontraba la llama indoblegable de Ernesto Guevara de la Serna, pudo implantar y mantener durante medio siglo, una revolución social que transformó a la Nación antillana y desató un tsunami moral en nuestra América dependiente, dejando perplejos a los grandes poderes universales, que no podían explicarse la magnitud de la insolente Odisea.

Federico Fasano junto a Fidel Castro sosteniendo una copia del periódico La República.
El 13 de octubre de 1995, Fidel Castro concedió a Federico Fasano la única entrevista a un medio uruguayo en su vista a Montevideo.

Fidel se va, empero, sin el gozo de ver consumada su victoria, al mantenerse aun, pese a los solemnes acuerdos, el bloqueo genocida que tanto sufrimiento derrama sobre su pueblo.

Los debes de la revolución cubana, existen y no deben ser ocultados, todo proceso revolucionario los lleva con pesar. Los partos revolucionarios carecen de los alivios peridurales. Las revoluciones combinan la tragedia con la esperanza. Cuba no fue la excepción. Pero sí podemos decir que fue mucho menos cruenta y dolorosa que la revolución francesa y la revolución soviética, donde fueron devorados por la propia revolución, por la burocracia y por la patología estalinista, los mejores hijos de la revolución, Robespierre, Babeuf, Olympe de Gouges, Trotsky, Kamenev, Zinoviev, Bujarin y muchos más.

Al conocer la noticia no pude menos que recordar esas entrañables reuniones a horas insólitas, a las 4 ó 5 de la mañana, cenando con Fidel, mano a mano para hablar de utopías, donde el tiempo y el sueño no parecían encontrar su lugar en la agenda del incansable «Caballo».

Debo reconocer que mucho aprendí de sus ideas, acompañadas de múltiples ejemplos y también debo decir que él sabía escuchar. Mis críticas sinceras, sobre todo en el área de la comunicación y el periodismo no fueron rebatidas. Tomaba nota. Incluso aceptó mi propuesta de introducir en la isla, Le Monde Diplomatique en español, publicación que yo dirigía y que contenía artículos críticos pero honestos y rigurosos sobre la revolución que él comandaba. Y la prestigiosa publicación francesa circuló en Cuba durante varios años mientras fui su director.

«Fidel se va, empero, sin el gozo de ver consumada su victoria, al mantenerse aun, pese a los solemnes acuerdos, el bloqueo genocida que tanto sufrimiento derrama sobre su pueblo»

Se agolpan en mis recuerdos, tantas y tantas anécdotas que no alcanzan estas líneas dictadas al compás de la emoción, a las pocas horas de la muerte de un alma, de aquellas que Brecht hubiera considerado imprescindibles. Exceden este manojo apurado de recuerdos.

Solo quisiera recordar cuando nos estrechamos en un abrazo, al pisar Montevideo, el 13 de octubre de 1995, también a las 5 de la mañana en el hotel Valmont, siendo La República el único diario al que concedió el encuentro. Lo recibí con un título en plena tapa: ¡Bienvenido a casa, Fidel de América!. Y acto seguido publiqué mi columna de bienvenida como director de La República, titulada “Cuando un hombre sabe adónde va, el mundo se aparta para dejarlo pasar”. Ni una sola coma, modificaría a ese artículo de bienvenida.

En homenaje a su vida, -los romanos cuando un héroe fallecía, no decían “ha muerto”, decían “ha vivido”, reproduzco a continuación ese artículo que tan bien traduce lo que pienso hoy de Fidel.

Dice así:

“Los derechos se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan. Este grito ferozmente digno pertenece a José Martí, héroe y mártir de nuestra América, la pobre.

Desde esa tierra de hombres, corajudos e inoportunos, nos llega hoy un hombre que calza un alma varios números más grande que él. Un hombre que se casó con una gran querella: la liberación aún inconclusa de la balcanizada Nación latinoamericana.

Castro da un discurso frente a la estatua de José Martí en La Habana. Foto: Wikimedia Commons.
Fidel Castro da un discurso frente a la estatua de José Martí en La Habana. Foto: Wikimedia Commons.

Hombres como él irrumpen muy de vez en cuando desde el fondo de ese imponente montón de polvo que se llama historia. Un hombre que aprendió que para cambiar al mundo hay que someterlo a crisis y uno mismo tiene que entrar en peligro.

Un hombre que sabía a dónde iba y por eso el mundo se apartó para dejarlo pasar.

En 1959 portaba en sus alforjas la ganzúa capaz de abrir la puerta para pasar de una sociedad a otra. Muchos no se animaron. El la usó. Y puso de rodillas durante 36 años a un imperio. Fue como Ghandi, un provocador moral. E hizo suyo el grito anónimo del mayo francés: Seamos realistas, pidamos lo imposible.

Dio un inmenso golpe de timón a la historia de América Latina iniciando en nuestras comarcas la gran catarsis regional pendiente. Interrumpió el centenario proyecto conservador en su patria chica e intentó, cercado y hostigado por la más formidable coalición bélica y económica en su contra, superar sin éxito la contradicción entre justicia y libertad.

La implacable intransigencia de sus adversarios, y el débil proceso de acumulación democrática inoculado en las raíces antillanas desde épocas pretéritas, contribuyeron decisivamente para impedir el tránsito prometido del reino de la necesidad al reino de la libertad, pilar del socialismo científico y humanitario.

Hoy, nos consta, está decidido a dirigir una vez más a su pueblo; esta vez para empujar las puertas aún entornadas del proceso democrático para que se abran cien flores y compitan cien escuelas de pensamiento. Es su segunda gran querella. Apostamos por ella. Bienvenido a nuestra casa, Fidel de América».

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¡Bienvenido Fidel!

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