Chau Cuba!

Obama y Castro ya se han encontrado en otras instancias, luego del restablecimiento de las relaciones comerciales entre ambas naciones. Foto: Wikimedia Commons.
Obama y Castro ya se han encontrado en varias instancias, luego del restablecimiento de las relaciones comerciales entre ambas naciones. Foto: Wikimedia Commons.

¡Se acabó el bloqueo a Cuba! gritaron los canillitas inexistentes que reparten noticias en la radio y la tv. Esa gran alegría, esa soñada esperanza, me alegró al principio pero luego me produjo un algo de nostalgia, un lágrima de despedida a una Cuba que nunca más será.

Me imaginé un tsunami de mercaderías made in Usa inundando sus playas. Vi a la juventud, los pioneros,  con celulares, mochilas chillonas y  zapatillas con los  colores de la bandera norteamericana.

Me di cuenta -o me di cuenta otra vez- que ya no son barreras, ni fronteras, ni armas lo que pueden detener el imperialismo que penetra sin ideas ni discursos sino con mercaderías, productos y servicios impregnados de  tecnología, que en cada bocado de hamburguesa nos hacen masticarnos los valores que nos sostuvieron durante años, siglos, de luchas sociales

Me imaginé  la cadena de helados Coppelia con sucursales en New York.

No voy a ser objetiva. Cuba no es un país al que pueda ver con objetividad siendo latinoamericana. Cuba fue el sueño de la revolución cumplida. Cuba es la patria del Che, el hogar de  refugiados y perseguidos, el primer país que hizo una campaña contra el analfabetismo y exportó salud al continente. Cuba fue la pequeña isla atrincherada de ideales revolucionarios frente al monstruo grande que pisa fuerte.

No solo temo la invasión productos sino, y sobre todo la invasión por aire, mar y web de las ideas que manejan la dinámica del capitalismo actual.

Fui varias veces, todas las que pude, a Cuba. Y me costó darme cuenta como pensaban los cubanos.

Por ejemplo, en un viaje, cuando fui a tomar el desayuno al hotel había tres personas para cortar el ticket y ninguna hacía el menor gesto. Hablaban entre sí.

Con mi estilo, acelerado y consumista me puse nerviosa: «tres personas y ninguna hace nada». A la segunda o tercera vez que me pasó algo semejante me di cuenta: ninguno de los tres iba a dejar al compañero hablando solo para correr a atender a un turista y entre ellos se iban repartiendo la responsabilidad, sin decir nada, como nosotros pasamos el mate: ¿Quién fue el último? ¿A quién le toca atender ahora?  Y esa lógica me pareció mucho más humana que la de «mercado», que la de atención «express» y sonrisa permanente que tiene los empleados de los Mc Donald’s. El diálogo era más importante que la eficiencia, la justicia y el respeto al compañero más importante que  cumplir las órdenes del patrón.

Una vez tuve que hacer arreglar un reloj en La Habana. Hacía muy poco que se habían instrumentado las reformas por las que algunos oficios pasaban a ser independientes  o privados. El hombre, que atendía en el patio de su casa, después de la siesta, me miró, se dio cuenta que era argentina -de la patria del Che-, y me cobró, digamos, 10 pesos.

Cuando llegué a casa una amiga cubana me dijo que eso era un «robo» que  cambiar la pila del reloj costaba 5 y cuando me encontré, en el Festival de Cine, con un periodista suizo, alto, rubio y con notorio acento extranjero confesó que a él le había costado 2 dólares lo que equivalía a 40 pesos cubanos!

«Acá también estafan a los turistas» me dijo un amigo argentino que no entendió nada.

El relojero cubano no estafaba a nadie. Simplemente no tenía “precio de mercado” para él, en ese entonces al menos, los precios tenían que ver con el sentimiento de pertenencia, con la solidaridad, con la opinión en todo caso.

Y sé que en todos los viajes me aceptaron en los locales “para cubanos“, pagando en “pesos cubanos”, me dieron tarjetas de teléfono “cubanas”, y pude tomar helados en la Coppelia no turística porque soy latinoamericana y los latinoamericanos no somos extranjeros en Cuba, más allá de lo que digan las leyes.

Otra lección de pensamiento socialista a la cubana  la aprendí una vez que  fuimos a cargar nafta  en una estación de servicio  que tenía un cartel «Se aceptan tarjetas de crédito»  llenamos el tanque y cuando fuimos a pagar nos dicen que no hay tarjeta.

“¡Entonces saque la nafta del tanque! fue lo primero que hubiera dicho. En cambio esperé un par de horas a que llegara el jefe, sentada a la sombra, con los tres acompañantes cubanos que  había levantado cuando hacían “dedo” en la carretera.

Cuando llegó nos sentamos a conversar. Me explicó que la fábrica de enfrente los dejó sin teléfono y que la chica de la mañana se olvidó de sacar el cartel.  Todas consideraciones a tomar en cuenta para saber por qué no me aceptaban la tarjeta pero ninguna que me solucionara el problema. Finalmente aceptó mis módicas razones firmé el baucher y nos pudimos ir.

A partir de ahora es probable que la lógica empiece a ser la de los resultados. Premios y castigos medidos en pesos, mejor cumplís mejor ganás. Ninguna explicación es posible frente a la lógica del descuento en el sueldo.

Tal vez no. Tal vez Cuba siga siendo la Cuba amada, pero me temo que ahora Estados Unidos les venda coches a buen precio y los almendrones pasen a terminar sus días en algún museo.

Tal vez no, pero no me imagino a Fidel hablando horas en la plaza llena de bote a bote, porque no habrá más marchas frente a las sedes norteamericanas, ni payasos disfrazados de yankees a los que insultar.

Tal vez no, pero me temo que no van a tener consideración con los latinoamericanos los empleados de  los Mc Donald’s que se instalen en La Habana.

Por eso, por eso estoy triste esta mañana.

Te recomendamos

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje