¿Hacia dónde va la nueva Europa?

«Puede decirse que una época termina cuando sus ilusiones básicas se han agotado», una frase de Arthur Miller que se aplica también a las elecciones europeas que acaban de celebrarse. Esas elecciones mostraron cual fue el desencanto con Europa como un ideal que ha crecido hasta un punto peligroso.

Es cierto que las elecciones europeas han sido siempre más acerca de asuntos domésticos que sobre Europa. Fue el momento para comprobar cómo los partidos nacionales fueron calificados por el electorado, con sus gobiernos como los primeros en ser juzgados.

Pero esta es la primera vez, desde el nacimiento del proyecto europeo, que una parte sustancial del electorado ha engrosado a partidos que se identifican a sí mismos como enemigos o escépticos de Europa.

Es revelador ver la sensación de alivio con que el sistema ha declarado que los partidos anti-europeos sólo recibieron el 20 por ciento de los votos. Sin embargo, el 20 por ciento de las preferencias, con una abstención cercana al 50%, es una muestra notable.

Además, una gran mayoría del 80% que votó por los partidos pro-europeos, no mira con mucha simpatía a la Comisión Europea, responsable del proyecto.

Según el Eurobarómetro, los que tienen opinión positiva de Bruselas se redujo de 72 por ciento en 2000 a 37 por ciento el año pasado. Si la tendencia actual continúa, en las próximas elecciones europeas solamente uno de cada tres europeos todavía albergarán alguna fe en la Comisión y, por extensión, a la credibilidad de la construcción europea.

Mucho se ha escrito sobre el desencanto que ha abierto las puertas a un 20 por ciento de los miembros del nuevo Parlamento Europeo, los que en realidad son enemigos internos de la propia institución.

Es un hecho que el programa de austeridad impuesto por la Comisión Europea (bajo instrucciones alemanas) ha dado una pésima imagen de Europa, sobre todo a los millones de jóvenes desempleados.

En realidad, los eurócratas aparecen cada vez más lejos del escrutinio público y aislados en un laberinto de reglas burocráticas, como también es cierto que los líderes de los estados miembros se han instalado cómodamente, no han tenido carisma y nunca se han conectado con la gente.

Pero el verdadero problema es mucho más simple y bastante más trágico: el sentido de la solidaridad y el destino común que acompañó el nacimiento y crecimiento del proyecto europeo ha desaparecido.

La palabra clave que ha arrastrado y acompañado a esta Comisión durante los últimos cuatro años, ha sido «reapropiación». Todos los gobiernos, fuertes o débiles, han estado mirando al espacio supranacional europeo como algo para recuperarse tanto como sea posible.

En los últimos cuatro años, Alemania sencillamente ignoró todo elemento de solidaridad con el resto de los países europeos, pensando sólo en sus intereses. La canciller alemana, Ángela Merkel, es la dirigente más fuerte de Europa, pero preocupada fundamentalmente con los intereses alemanes.

Existen numerosos informes sobre cómo la prioridad absoluta detrás de la ayuda concedida a Grecia, Irlanda y Portugal era para reembolsar los préstamos de los bancos alemanes y sólo después dirigidos a las prioridades nacionales de los destinatarios.

La balanza de pagos alemana es otro excelente ejemplo de cómo Alemania no se preocupa por el desequilibrio interno que su política actual está creando en Europa. Dicho simplemente, todo el mundo compra a Alemania, pero Alemania no compra a nadie.

Algunos analistas piensan que su política no se dirige hacia Europa. Argumentan que Alemania quiere ser una gran Suiza, y no participa en cualquier política internacional. Se ha mantenido al margen de todas las decisiones importantes, desde Libia hasta Siria y en Ucrania ha sido considerablemente silenciosa. Sin embargo la egocéntrica participación de Alemania en Europa es ahora la regla, incluso con los países más débiles.

Un buen ejemplo es la tragedia de los inmigrantes, ahora básicamente rumbo a Italia y ya suman varios miles por mes. En 2013, la cifra oficial fue de 140.000 personas. Emigran porque no hay estados que funcionen en muchos países árabes, los que también se han convertido ellos mismos en fuentes de emigración, como es el caso de Siria. Se estima que tan solo de Libia, han emigrado 25.000 personas. Si bien es difícil contabilizar cuántos han perdido la vida durante la travesía del Mediterráneo, una estimación común es de más de 7.000.

La reacción de Europa ha sido de indiferencia total. Italia está invirtiendo cerca de 100 millones de euros en el rescate de los inmigrantes, y cualquier llamamiento a la solidaridad ha caído en saco roto. Tal vez ahora, Matteo Renzi, el primer ministro italiano, que se anotó el mayor éxito electoral de todos los líderes europeo, será capaz de cambiar la situación.

Pero lo que es importante destacar es que la Comisión Europea no ha movido un dedo, citando la falta de apoyo de los países miembros (léase Alemania y el resto de los países del Norte.)

Cuando se trataba de rescatar a Grecia, que representaba el dos por ciento del presupuesto de la Unión Europea, se consideró necesario castigar a las personas que vivían encima de sus posibilidades y porque falsificó los presupuestos presentados a la Comisión Europea. Luego, lo mismo se dijo sobre Irlanda y Portugal (un reclamo muy dudoso porque ambos países se encontraban en una situación totalmente diferente).

El economista Paul Krugman, ganador del premio Nobel, advirtió que era la primera vez que la economía se había convertido en una ramificación de la moral, y que en el pecado y la deuda, Alemania utiliza el mismo término. No sólo no existía la solidaridad, sino que se lanzó una campaña sobre la austeridad como la brújula moral necesaria para construir una situación macroeconómica sólida. La gente, por supuesto, forma parte de la microeconomía: pero ha sido ignorada sistemáticamente, a favor de los bancos, para los que se encontraron todos los fondos necesarios para el gran rescate.

El tema de la inmigración es el mejor ejemplo para entender que la crisis de Europa es una crisis de valores, los que están bien patentes en las diversas constituciones y forman parte de la retórica de la identidad europea. Más allá de la solidaridad y los valores, fueron la justicia social, la participación y la responsabilidad. En esos cuatro aspectos, la Comisión Europea está en gran parte ausente. Hoy en día, sería muy difícil encontrar un ciudadano europeo que de alguna manera sienta obligaciones con otros ciudadanos europeos.

Lo mismo se puede decir de ciudadanos estadounidense, ruso, indio o chino … pero ellos tienen estructuras comunes que se ocupan de corregir las desigualdades regionales y ayudar al desarrollo general. Este no es el caso de Europa, que tiene sólo un elemento real de unidad: el euro, ¡que es como inspirar un ideal en un billete de banco!

Luego, existe una gran diferencia en las realidades del norte y del sur de Europa. Alemania cuenta ahora más de 10 millones de trabajadores extranjeros y recibe más inmigrantes que de los Estados Unidos. Sin embargo la industria alemana y el mundo económico saben bien que sin los inmigrantes Alemania dejaría de ser competitiva.

Según proyecciones de la ONU, Europa debe recibir por lo menos 20 millones de inmigrantes en los próximos diez años para seguir siendo económicamente competitiva con Estados Unidos, cuyos inmigrantes mantienen a la población laboral en constante equilibrio. Sin embargo, ¿cuál ha sido la lección de las últimas elecciones? Que el tema de anti-inmigrante fue tan fuerte que abrió las puertas del Europarlamento a cerca de 50 diputados. Toda crisis es la búsqueda de un chivo expiatorio, pero entonces vamos a abandonar la retórica europea.

Es de todos modos claro que si no hay un cambio radical del modo en que Europa es percibida por los ciudadanos, las próximas elecciones serán aún más negativas para el proyecto europeo. Ahora, por primera vez, el Europarlamento tiene una voz a través de la designación de la nueva Comisión Europea. Posiblemente, los países deberían dejar de poder colocar a personas oscuras al frente de las instituciones. Decisiones anteriores han puesto en la vanguardia a figuras raramente legitimadas por la voluntad de los ciudadanos.

No obstante, será interesante ver si los gobiernos no encuentran una manera de evitar esta indicación. Y en cualquier caso, no es trata de colocar revolucionarios a un primer plano.

Es suficiente mencionar el caso de Jean-Claude Juncker, ex jefe de gobierno de Luxemburgo. Cuando todavía era primer ministro y presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (ECOFIN), que reúne a los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea, realizó su famosa inauguración de la reunión diciendo: «Nosotros, todos los jefes de gobierno sabemos qué hacer, sólo que no sabemos cómo ser reelegidos cuando lo hacemos «, muy en la onda del presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, que dijo:» Si le gusto al Frankfurter Allgemeine Zeitung, soy la ruina de Europa; pero si le plazco a Europa, pierdo el apoyo de Alemania. »

Tal vez el nuevo valor para la identidad europea es la realpolitik.

Roberto Savio
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