"DOMINUS DOMINORUM HOMINI"

La primer contradicción histórica del Papa Francisco

Hace pocos días el Papa Francisco, el huracán de los cambios estratégicos en la segunda religión del planeta Tierra, cometió su primer error histórico.

Avaló la canonización simultánea del “ Papa bueno”, como llamaban a Juan XXIII, el Papa del cambio renovador, el dirigente pontificio que retornó a las fuentes inspirándose en la Iglesia primitiva de las primeras centurias y la de Juan Pablo II, el Papa del statu quo, artífice de la restauración thermidoriana en la Iglesia de los pobres, aquella comunidad espiritual fundada hace 2.000 años por un humilde carpintero hebreo de Nazareth, la misma que pretende refundar Francisco, con sagacidad y cautela, rescatando las semillas igualitarias de los primeros cristianos.
Ignoro si fue una concesión táctica a la poderosa burocracia vaticana, que ya tenía decidido canonizar al principal baluarte de los conservadores, mucho antes de la elección del Cardenal Jorge Bergoglio para ocupar el sillón de Pedro, el pescador de Galilea.

Ubicar en un mismo pedestal a Angelo Giuseppe Roncalli, el renovador de Sotto Il Monte, arquitecto del edificio intelectual y filosófico más humanista en la historia de la Iglesia Católica en el último milenio, que fue el Concilio Vaticano II del 21 de enero de 1959, con Karol Wojtila, la máquina de demolición más feroz de ese Concilio, derruido pieza por pieza, durante los 27 penosos años de su administración, la segunda más extensa desde la cruxifixión del primer Papa,

Pedro el galileo, parece algo difícil de explicar y entender.

Pero Wojtila, surgido en el seno de una Iglesia polaca, profundamente conservadora, que no ha dudado en apoyar a las formaciones políticas de ultraderecha y racistas, como el PIS de Polonia, no solo demolió el Concilio de la igualdad, también enterró la revolucionaria propuesta de Medellín de 1968, la Teología de la Liberación, y la colegialidad en el gobierno vaticano fortaleciendo la tendencia absolutista restauradora del viejo sistema romano medieval, profundamente pre-conciliar.

Su reinado fue autoritario, alejado de toda horizontalidad. Bien lo define el sólido teólogo suizo Hans Kung analizando el legado de Wojtila: “Les pido a los obispos que exijan un nuevo Concilio, porque la Iglesia Católica va camino a convertirse en una gran secta. El absolutismo de Roma no logró sepultar al Concilio Vaticano II pero sí lo ha traicionado. El Papa debería ser el servus servorum, el servidor de los servidores y no el dominus dominorum homini”.

Agregando algo que Francisco está ensayando: “Debemos entender también a los agnósticos y a los que no tienen religión alguna, no es posible enviar a todos al infierno, sería inmenso”.

La canonización para los católicos no es una condecoración sino la constatación de la santidad de un miembro de esa fé común que los une, capaz de realizar hechos sobrenaturales. Para los no creyentes es el otorgamiento de la medalla más preciada obtenida por un hombre excepcional de un grupo humano religioso.

Es imposible entonces, entender para los que no creen en milagros, cómo la Iglesia Católica pudo darle esa condecoración a un hombre que defendió al corrupto Banco Ambrosiano, que protegió a la pedofilia y a sus dos más conspicuos abusadores de menores, los cardenales Bernard Law de los EE.UU. y Hans Hermann Groer de Austria, sin olvidar su apoyo al siniestro Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, sacerdote con dos mujeres y varios hijos a los que sometía sexualmente, que sancionó a diestra y siniestra a los teólogos de la liberación, que se negó a la beatificación del obispo mártir de El Salvador, Arnulfo Romero, porque ese gesto “sería instrumentalizado por la izquierda” y que tuvo el descaro cuando Monseñor Romero le entregó en El Vaticano, en 1979, pocos meses antes de su asesinato, las pruebas de las violaciones de los derechos humanos en su país y las amenazas de muerte que a diario recibía del gobierno homicida, de decirle sin rubor: “pués entonces llévese mejor con su gobierno”.

Es el mismo San Wojtyla, cómplice de las dictaduras latinoamericanas, el mismo que salió al balcón de la Casa de la Moneda en Chile, el 2 de abril de 1987, al lado del tirano Pinochet, saludando ambos al escarnecido pueblo chileno, sin pronunciar una sola palabra de protección a ese pueblo sometido por el dictador.

Los creyentes podrán decir que si bien todo esto es cierto, también es cierto que se comprobaron milagros y se cumplieron las normas canónicas necesarias para la beatificación y santificación.

Pero eso tampoco es cierto. Todas esas normas fueron violadas para que San Wojtyla tuviera un lugar en el sancta santorum. Eran necesarios 30 años después de muerto para que se abriera un proceso de beatificación a un bautizado. Pues se eliminaron de un solo golpe 23 años, y a los 7 años de apenas fallecido Wojtyla, se abrió ese proceso para el Papa viajero.

Entre otras salvaguardias el proceso estaba semi garantizado por la institución del “abogado del diablo”, una especie de fiscal que ponía todo tipo de trabas y escollos, para evitar maniobras o fraudes que desacreditaran el honor de la santidad. Pues se eliminó el cargo y la función para facilitar el fraude. El abogado del diablo mutó en abogado de dios. También los milagros se redujeron a 2, porque 3 no pudieron encontrar y los 2 que dicen haber hallado, son inverosímiles.

Este proceso de canonización de Juan Pablo II, pontífice que pasará a la historia como el Papa verdugo de la modernidad, de la Iglesia de los pobres y del Concilio Vaticano II, es una vergüenza histórica.

Confiamos en que el aval de Francisco fue una necesidad táctica ante los poderosos intereses burocráticos que lo rodean, como lo rodearon a Juan Pablo I, que desapareció del mundo de los vivos a los 33 días de asumir. Todo indica que su pontificado será renovador, por lo menos en su fronda, y quizás en algunas raíces. Es soldado de un ejército espiritual, inteligente e innovador, como los jesuitas, curtidos en históricas batallas, expulsados por los poderes conservadores de antaño de muchas comarcas del mundo por su valentía frente a los poderes autoritarios, que alcanzan por primera vez la primera magistratura espiritual con jurisdicción sobre 1.220 millones de seres humanos que siguen los pasos del hebreo crucificado por oponerse a la oligarquía religiosa de su época.

Su jefe fue un ser humano excepcional, Ignacio de Loyola, el mismo que hace 300 años rodeado de sus seguidores en las puertas mismas del Vaticano, les decía mientras servían a los pobres de los barrios romanos: “¿no será aun más conforme a la voluntad de Dios si nos esforzáramos porque los pobres de Roma pudieran valerse por sí mismos”.

Se adelantaba a Mao Tse Tung, que siglos después prefería enseñarle a su pueblo a pescar antes que darle pescado. O a los abolicionistas que antes que bregar por un tratamiento humano y justo para los esclavos estaban decididos a combatir por la supresión de la esclavitud.

Creo que el Papa Francisco, es primo hermano de estas ideas en el campo social, no me refiero al religioso y que tampoco le teme al socialismo. No se asustaría si le recordáramos con Berdiaeff que “el comunismo no es sino la parte del deber no cumplido por los cristianos”.

Es quizás, la última oportunidad para una Iglesia que olvidó su génesis igualitaria.

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