ANIVERSARIO

Cien años de la Primera Guerra Mundial: fragua de la revolución bolchevique

"La guerra es el mejor regalo que el zar pudo hacerle a la revolución", afirmó Lenin al iniciarse la Primera Guerra Mundial. Su comentario fue premonitorio: el conflicto precipitará, en 1917, el derrumbe de un Imperio Ruso ya trastabillante.

Primera Guerra Mundial: Soldados rusos en las trincheras (Bosque de Sarikamish)
Primera Guerra Mundial: Soldados rusos en las trincheras (Bosque de Sarikamish)

El desarrollo de la guerra y sus consecuencias no pararán de llevar agua al molino de la revolución bolchevique: derrotas en cadena, gastos militares ruinosos, hambrunas e indignación popular ante el baño de sangre.

«Por supuesto, la guerra ayudó a los bolcheviques. El gobierno zarista no pensaba más que en la guerra y no se daba cuenta del peligro que lo acechaba», afirma el historiador ruso Vitali Dymarski.

Paradójicamente, el régimen de Nicolás II se había lanzado a la guerra con la esperanza de encauzar hacia un enemigo externo la agitación revolucionaria y la indignación popular provocadas por la miseria del campesinado ruso y las condiciones infrahumanas de trabajo en las fábricas.

«El gobierno apostaba por un auge del patriotismo», dijo Dimarski en una entrevista con la AFP.

Una pésima administración de la guerra

El cálculo pareció funcionar al principio. Las huelgas obreras prácticamente cesaron tras la orden de movilización general en julio de 1914. El Parlamento, por su lado, urgía a la población a unirse «en torno al zar, que conduce a Rusia en un combate sagrado contra el enemigo».

«Pero el régimen zarista se reveló incapaz de administrar financiera y políticamente la guerra», analiza otro historiador ruso, Alexandre Shubin.

De 1914 a 1917, las tropas rusas sufrieron dos millones de bajas, principalmente a causa de la insuficiencia de su armamento.

La industria rusa producía en 1914 unos 550 millones de cartuchos por año cuando su ejército, el más grande del mundo en ese momento, necesitaba el cuádruple. También faltaban fusiles, cañones y hasta uniformes.

Las industrias rusas se reorientarán en consecuencia, al igual que en los demás países beligerantes, para satisfacer las demandas del frente, en detrimento de las necesidades de la población civil.

La consecuencia se hace sentir rápidamente: «Las ciudades rusas sufren de penurias de alimentos y los precios se disparan», subraya Shubin.

Los bolcheviques (fracción radical del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, que tras la revolución adoptaría el nombre de Partido Comunista), verán entonces que su hora ha llegado y llamarán a la población a «transformar la guerra imperialista en guerra civil» contra el zar.

«Abajo la guerra»

La campaña lanzada por Lenin bajo la consigna «¡Abajo la guerra!» encuentra un terreno abonado entre los millones de soldados mal equipados y mal alimentados confrontados cada día a la muerte.

Una primera revolución, en marzo de 1917 (febrero en el calendario juliano, vigente entonces en el Imperio Ruso), provoca la abdicación de Nicolás II. Se instala un gobierno provisorio sumamente débil, que mantiene al país en el conflicto y se vuelve muy pronto impopular.

En noviembre, los bolcheviques toman el poder. Su primera decisión: proponer el cese de las hostilidades a los países en guerra con Rusia.

El 3 de marzo de 1918, el nuevo régimen soviético firma con Alemania y sus aliados la paz de Brest-Litovsk.

Pero el fin de la violencia tardaría en llegar para los rusos, que se sumen durante cuatro años en una atroz guerra civil que dejará diez millones de muertos en ambos bandos y entre la población civil, víctima de hambrunas y epidemias.

Revoluciones fracasadas

«La revolución en Rusia se hubiera producido de todos modos, pero la Primera Guerra Mundial la hizo aún más cruel y devastadora», afirma Shubin.

Los líderes de esta primera revolución comunista piensan además que esta fue solo el preludio de la «revolución mundial», que debería empezar a propagarse en Europa y en particular en las potencias centrales sometidas a tremendas privaciones materiales.

Pero esta profecía no se cumplió, pese a algunos amagos.

Poco después del desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro, bajo el impacto de la derrota, los comunistas liderados por Bela Kun tomaron el poder en Budapest en marzo de 1919, pero la experiencia dura solo hasta agosto, cuando cae bajo una ofensiva contrarrevolucionaria apoyada por las democracias occidentales.

En Alemania, la revolución bolchevique encuentra eco en la población agobiada por los padecimientos y en el ejército, dislocado por la derrota. Los estallidos insurreccionales se multiplican y precipitan la abdicación del emperador Guillermo, el 9 de noviembre de 1918, en vísperas del armisticio. Los espartaquistas de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo tratan de implantar un régimen socialista, con el apoyo de Moscú, y se enfrentan a la república socialdemócratada que dirige el país tras la partida del káiser.

El aplastamiento sangriento de esa experiencia, a inicios de 1919, pondrá fin al sueño de los revolucionarios rusos de subvertir el viejo orden en Alemania, y a partir de allí en toda Europa, para instaurar una «dictadura del proletariado». AFP

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