Mentiras históricas

Cinco mitos que creemos todos del Titanic son en realidad inventos del cine

El hundimiento del Titanic tiene cinco puntos que el cine nos ha convencido fueron reales, pero que los historiadores desmienten de plano.

Primero: el Titanic era considerado “insumergible”. En realidad nadie lo dijo y se lo considera el mayor de todos los mitos: La White Star Line nunca lo afirmó, y nadie habló de la insumergibilidad hasta después del naufragio, ya que el Titanic era segundo de su gemelo, el Olympic, que ya había efectuado el cruce atlántico sin contratiempos.

La última canción de la banda no fue el himno “Más cerca de mi Dios”, aunque es cierto que ninguno sobrevivió.

Los testigos que escucharon ese himno, salieron mucho antes de hundirse el buque y nadie sabe si los siete músicos tocaron hasta el último momento.

El capitán Smith ha tenido siempre el final valiente y épico de quien lucha y se hunde con su barco.

Smith no atendió las advertencias sobre el hielo, y tampoco mandó frenar la nave cuando le dijeron que el hielo estaba en el camino.

Smith dejó que los botes salvavidas salieran parcialmente llenos, nunca emitió  la orden de “abandonar el barco” con lo cual muchos confiaron que nada pasaría, y evitaron intentar salvarse. Tampoco había hecho el capitán simulacros de emergencia con anticipación.

Los pasajeros condenados

Los últimos dos puntos –quizás los más terribles- son el empresario malvado.

Bruce Ismay presidente de la constructora del Titanic, ha sido acusado por el cine de abandonar a su suerte a todos y huir en un bote, amenazar a los marineros para pasar primero, e incluso de decidir a quienes salvar.

Los historiadores afirman que los testigos dicen que Ismay ayudó hasta el último momento a embarcar gente. Pero el constructor estaba peleado en Estados Unidos con William Hearst magnate de la prensa, que lo hundió en todos los medios.

Finalmente se responsabilizó a los marinos de cerrar las rejas que separaban la tercera clase de las demás, condenándolos a morir.

Las rejas estuvieron siempre cerradas, lo que era una exigencia de las leyes de inmigración de Estados Unidos, para los buques que transportaban emigrantes ante el temor de la peste y la obligación de la cuarentena.

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