Yenia Dumnova: In memorian

por Leticia Brando

En tiempos del zar Nicolas II, la familia de Yenia Dumnova había gozado de una vida de privilegios por los negocios con cueros de su abuelo mercader. La revolución comunista provocó el pasaje de sus bienes al soviet local.

De niña, Yenia escuchaba a la maestra que le hablaba sobre la crisis del capitalismo y sobre los niños hambrientos, y se enorgullecía de acariciar los principios de la revolución. Lo interesante es que logró unir las ideas con la acción.

Entre las personas que la conocieron, parece inevitable hablar de la belleza física de Yenia y de su poderosa seducción. Por ello no extraña que Mario Jaunarena haya quedado prendado con la joven rusa. Pero no sólo a causa de su aspecto exterior. Sin duda, el intelecto de Yenia cautivó más al joven secretario del embajador uruguayo, Emilio Frugoni, que ya estaba dando sus primeros pasos en el socialismo y luego se convertiría en una de las figuras clave del Partido Socialista del Uruguay.

Recordemos que Yenia no había transitado una adolescencia común. Antes de conocer a Mario, en 1941, plena Segunda Guerra Mundial, estuvo cavando fosas antitanques para la defensa de Moscú.

«En los parques las mujeres cavaban trincheras. En las plazas los soldados instalaban cañones antiaéreos, los integrantes de las milicias populares voluntarias aprendían a cumplir órdenes militares que les daba un oficial jovencito. Me asombré de que no tuvieran fusiles sino palos de madera….

Las chicas de mi grupo trabajaban en silencio, haciendo de tanto en tanto breves descansos. El sol ya estaba bastante alto cuando escuchamos el aterrador bramido de un avión y gritos desaforados: ¡Cuerpo a tierra! ¡Cuerpo a tierra!»

Yenia fue testigo de la muerte de su amiga Nadia y habla de ello en su libro «Contrapunto de recuerdos»(1991), donde hace una recorrida por sus vivencias en la Rusia natal y sus días en la dictadura uruguaya y chilena. Todo eso debió enfrentar Yenia y mucho lo superó gracias a su inquebrantable voluntad.

MOSCU, 1944: FIN DE LA GUERRA, COMIENZO DEL AMOR

En junio de 1944 Yenia había retomado los estudios de arte en Moscú y, pese al hambre, ya se avecinaba el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por esa misma época se encuentra en el Metro con cuatro personas de aspecto europeo: «Un viejito ceremonioso, un gordito elegante, un cuarentón con el jopo que le caía sobre la frente y un joven con largas pestañas negras que parecían que podían despertar la brisa, describe en su libro «Contrapunto de recuerdos».

Una semana después, Yenia vuelve a ver al «gordito», que resultó ser Bernardo Elpern, diplomático uruguayo que le habló en ruso perfecto, y le advirtió que no la dejaría ir hasta que ella aceptara encontrarse con uno de ellos.

«Yo ni me daba cuenta bien dónde estaba el Uruguay, más o menos por alguna novela de Julio Verne suponía que estaba en América del Sur, y pensé que sería interesante conocer a un joven uruguayo y ver qué parecían los uruguayos. Elpern entró en una cabina y telefoneó al Hotel Nacional, que estaba enfrente… En un abrir y cerrar de ojos apareció el más joven. Me habló en inglés, dijo llamarse Mario, que tenía 24 años y me pidió que le mostrara la ciudad».

Mientras Yenia oficiaba de guía turística, «nos enamoramos. Nuestras relaciones platónicas terminaron en un soplo. Nos sentíamos muy felices, íbamos al teatro, a los conciertos en el Conservatorio de Moscú, a los museos y parques con sus lagos y laguitos, y con el único inconveniente de que a las diez noches yo estaba obligada a abandonar el hotel, lo que era una situación un tanto humillante».

El 23 de agosto de 1944, la feliz pareja decide festejar la liberación de París por los nazis con el casamiento. Llevaban dos meses de intenso noviazgo.

«Allí estaba sentada una mujer de edad indefinida con gesto de sufrimiento, un pañuelo le cubría media cara, que ella apretaba tristemente con una mano. Se notaba de lejos que le dolían las muelas. En tiempo de guerra no había demasiados candidatos para casamientos y la mujer estaba aburrida. Callada, nos miraba de mal humor. Nosotros, algo turbados, dimos unos pasitos inciertos sobre la alfombra.

–Ustedes, ¿qué? preguntó con una vocecita finita de falsete la mujer del pañuelo -¿casarse o divorciarse?

Otra vez nos miramos uno al otro para darnos ánimo y dijimos: casarse.

-Pasaportes, dijo, pero cuando vio que el de Mario era de un extranjero, se puso radiante, se sacó el pañuelo de la cabeza, se levantó para abrazarnos y besarnos, deseándonos toda la dicha posible: por primera vez casaba a un extranjero», escribió Yenia

ELEFANTE BLANCO:  MIRADA Y JUZGADA

Luego del casamiento, los problemas de clara raíz kafkiana se acrecentaron a la par del amor de la joven pareja. Debieron enfrentar la persecución del gobierno soviético; las calificaciones de Yenia que solían ser excelentes, descendieron sin explicación; también le quitaron la cartilla de racionamiento. Huir del régimen de Stalin parecía ser la salida.

Gracias a las intensas gestiones del embajador Emilio Frugoni, del presidente de la Cámara de Diputados, Luis Batlle Berres y del ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, las autoridades soviéticas permitieron que su ciudadana saliera del país.

En noviembre de 1945 la pareja logra partir de Moscú. En Montevideo, Yenia se integra a la Juventud Socialista, concurre a la escuela industrial, ingresa a la Facultad de Humanidades, pega carteles y dibuja para el periódico «El Sol».

«Al principio, al llegar al Uruguay en plena guerra fría, yo me sentía una especie de elefante blanco. Todo lo que hacía y todo lo que decía era comentado. Aspirantes a Casanovas trataron de conquistarme en la forma más burda. Tenía que actuar con toda prudencia y dignidad. Debía estar siempre bien y correctamente vestida, sin exagerar, caminar con elegancia, cocinar bien, guardar y disimular mi indignación al escuchar tremendos disparates sobre mi país y mi pueblo».

REFUGIADORA DE REVOLUCIONARIOS

Durante el régimen de Stalin, Yenia no pudo comunicarse con su familia. Recién en 1957 pudo visitar a su madre, sus tíos, su hermana que ya tenía dos hijos, y sus amigos. En Montevideo se había afiliado al Partido Socialista del cual su marido había sido secretario, pero al regreso de la Unión Soviética toman la decisión de irse del partido y comienzan a militar con todos los sectores de izquierda. Hasta 1972, Yenia y Mario vivieron en un apartamento en Pocitos, que sirvió de lugar de reunión con sindicalistas y fue también refugio de militantes tupamaros como el poeta y dramaturgo Mauricio Rosencof.

«Pensaba yo, a decir verdad, que los métodos de los tupamaros no eran ade

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