Para los sufrimientos del alma

¿Está superado el psicoanálisis?

por Elisabeth Roudinesco (*)  

El psicoanálisis, inventado por Sigmund Freud en 1896, es una disciplina que comprende un método terapéutico, un sistema de pensamiento y un movimiento político que le permite transmitir su saber y formar a profesionales.

A pesar de fundarse en la exploración del inconsciente, no debe confundirse con la psiquiatría, rama de la medicina que trata las enfermedades mentales, ni con las diferentes escuelas de psicoterapia que utilizan otras formas de tratamiento de los estados mentales, ni con la psicología que estudia el conjunto de los discursos relativos a las relaciones entre el alma y el cuerpo. Aunque es diferente de todas estas disciplinas, el psicoanálisis no ha cesado de alimentarlas y transformarlas a lo largo de una historia conflictiva.

El psicoanálisis nació en Viena, en el centro del Imperio Austrohúngaro, en los medios de los judíos de las Luces, y se ha implantado en unos cuarenta países situados, menos Japón, en el área llamada de la civilización «occidental». El movimiento se formó gracias a dos premisas: por un lado, la constitución de un saber psiquiátrico, es decir, una visión de la locura capaz de conceptualizar la noción de enfermedad mental en detrimento de la idea de posesión demoníaca, y por otro, la existencia de un estado de derecho que garantice la libertad de asociación y redujese cualquier influencia sobre las conciencias.

UNA CIERTA CONCEPCION DE LA LIBERTAD HUMANA

Las condiciones de existencia del psicoanálisis parecen responder a una concepción de la libertad humana que contradicen la teoría freudiana del inconsciente. En efecto, ésta muestra que la libertad del hombre está tan sometida a determinaciones que se le escapan, que no es dueño de su intimidad. Ahora bien, para que un sujeto pueda someterse a la experiencia de esta «herida narcisista» que le demuestra que no es libre, es necesario que la sociedad en la que se encuentra reconozca conscientemente el inconsciente. De la misma forma, el ejercicio de la libertad del psicoanálisis está relacionado con la constitución de la noción de sujeto en la historia de la filosofía occidental.

Tras cien años de existencia y de resultados clínicos incontestables, el psicoanálisis es hoy en día objeto de violentas críticas, allí donde está mejor implantado, por parte de los adeptos del hombre-máquina que pretenden que todos los problemas psíquicos derivan del derecho y que pueden erradicarse con tratamientos químicos, considerados más eficaces por alcanzar las causas de las heridas del alma llamadas «cerebrales».

Desde las primeras publicaciones de Freud, se tachó el psicoanálisis de «pansexualismo», de atentar contra la dignidad de las familias y reducir las pasiones humanas a «aspectos genitales». Se pensaba que podía llevar a la descomposición de la sociedad. Resumiendo, proyectaban en el psicoanálisis los métodos y las angustias de una época caracterizada por la liberación de las costumbres, la emancipación de la mujer y el declive de la autoridad patriarcal.

EL REINO DEL HOMBRE-MAQUINA  

Hoy en día, vivimos en un mundo en el que cada cual busca el bienestar individual. Más vale no saber nada de su ser íntimo que sentirse perseguido por los fantasmas de la memoria. A pesar de las apariencias, el modelo dominante de la economía liberal no amplía las libertades subjetivas sino que las restringe. Transforma al sujeto en una individualidad biológica de la que exige resultados y productividad. La contrapartida es que suprime cualquier reflexión sobre sí mismo. El hombre moderno de la economía liberal debe ser un hombre llano y sin conflictos. Como un ordenador, no debe mostrar flaquezas.

Al no poder seguir este modelo, tiene dos opciones: deprimirse de tanto callar su angustia, o convertirse en víctima al buscar las causas de su desgracia en la agresividad venida del exterior.

En el primer caso, se parece a un animal amaestrado, convencido de que su malestar proviene de una «enfermedad» de sus genes, sus neuronas, y en el segundo se sitúa bajo una influencia imaginaria, la de los espíritus, los astros, o los complots, los ricos, los malvados, los corrompidos, etc. Por lo tanto, acusa a los demás (o al otro en general) de ser la causa de sus sufrimientos. Intenta entonces encontrar consuelo para su yo herido narcísicamente en múltiples terapias, consideradas más eficaces que el psicoanálisis en la medida en que evitan la exploración del inconsciente.

Así pues, se entiende por qué el ataque contra el psicoanálisis no es el mismo que antaño. El divorcio ya no es un escándalo y cada cual reclama su parte de libertad sexual sin acusar a Freud de ser responsable de un reblandecimiento de las costumbres. Consecuencia de ello es que su doctrina parece pasada de moda e inútil.

LA DEFENSA DEL SUJETO  

Sin poner en duda la utilidad de las sustancias químicas ni subestimar el bienestar que aportan, es necesario reafirmar que no pueden curar al hombre de su malestar psíquico. La muerte, las pasiones, la sexualidad, la locura, el inconsciente, la relación con los demás construyen la subjetividad de cada uno, y ninguna ciencia digna de ese nombre podrá jamás acabar con todo esto. Por otra parte, aunque los malos tratos existan en todas partes, aunque la miseria y el desempleo sean plagas inadmisibles, aunque la explotación, los abusos y las desigualdades persistan y tengan que combatirse a través de leyes, ningún sujeto debe ser considerado como una víctima en sí.

Dicho de otra forma, para que un ser humano llegue a ser un sujeto digno de este nombre, lo primero es no asimilarlo a un ordenador sin pensamiento, ni afecto, o a un animal psicoquímico reducido a unos comportamientos.

La hostilidad actual hacia la doctrina freudiana es una prueba tanto de su éxito como de la pérdida de cierta concepción de la libertad humana en las sociedades occidentales. El desarrollo de una multiplicidad de métodos terapéuticos, que tienden a uniformizar el tratamiento del psiquismo bajo la etiqueta de una denominación de pacotilla (el «psy»), indican esta pérdida así como el declive de la noción de sujeto frente a la de individualidad.

Así como el siglo XIX fue el de la psiquiatría y el manicomio, y el XX el del psicoanálisis y la sustitución del manicomio por sustancias químicas, el próximo será el de las psicoterapias de todo tipo –desde las más serias a las más peligrosas (como las sectas, por ejemplo)–, que se encargarán de las desgracias del psiquismo, contra las que nada pueden las sustancias químicas, en una sociedad cada vez más alienante y depresiva.

Para renovar su originalidad y afirmar su identidad, fuera de los dogmas de escuelas y de las jergas, el psicoanálisis deberá reafirmar sus valores esenciales y universales. Si quiere seguir siendo una vanguardia de la civilización contra la barbarie –es decir, un verdadero humanismo– tendrá que restaurar la idea de que el hombre puede hablar libremente y que su destino no se limita a su ser biológico. Así podrá ocupar su lugar en el futuro, junto a otras ciencias, para luchar contra las pretensiones oscurantistas que quieren reducir el pensamiento a una neurona o confundir el deseo con una secreción química.

(*) Historiadora, directora de Investigaciones en la Universidad París VII

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