La mujer china: involución, 70 años después de la Revolución

Foto de archivo
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Se las ve por los cuatro costados del planeta, trabajado a miles de kilómetros de su patria, y sin embargo siguen siendo grandes desconocidas.

Pasan siete décadas desde que la gran revolución china cambió el rostro del mundo para siempre. Para el fundador de la República Popular China Mao Zedong era imposible construir un estado socialista y sin desmantelar el patriarcado milenario que habia convertido a la mujer en una esclava integral, pendiente de una “Linterna roja” para sobrevivir. «Las mujeres sostienen la mitad del cielo«, proclamó Mao, y se puso a dividir la milenaria historia de la mujer china en “antes y después de la revolución del 1949”.

Antes, la mujer existía solo como esposa, madre y una posesión más del hombre. El matrimonio feudal era forzado y arreglado y en su gran mayoría con menores, quienes carecían de cualquier derecho sobre su propio cuerpo.

Y después, hubo un periodo de una profunda y amplia transformación en la situación de la mujer y otro llena de retrocesos, y algo de decepción sin perder la esperanza.

Las dos etapas del feminismo maoísta

  • Las medidas socialistas, entre los años 50 y 70: Para valorar los logros de la revolución dirigida por el Partido Comunista de China (PCCH) habría que conocer la situación anterior, las demandas del movimiento feminista chino y también compararla con un país de su misma categoría como la India. El maoísmo:
      • Reconoció en 1950 la igualdad entre el hombre y la mujer.
      • Declaró universales y gratuitas (o a bajo costo) la educación y la sanidad, cuyas principales beneficiaros eran la inmensa mayoría de niñas y mujeres.
      • Legalizó la igualdad en el empleo y salario entre los sexos, y asignó una paga para las bajas por maternidad.
      • Estableció una Ley de Matrimonio basada en la libre elección y la igualdad de los sexos, la monogamia y la protección de los derechos de los hijos.
      • Cerró los burdeles, prohibió prostituir a las mujeres, y atendió con el lema de “Nueva perspectiva” a sus víctimas, facilitándoles formarse en un oficio para un nuevo comienzo.
      • Prohibió el negocio del opio, que habia convertido a cerca de 90 millones de hombres y mujeres en adictos.
      • Acabó con la práctica de “Vendar los pies”, iniciada en el siglo X, que sometía a las niñas a partir de los seis, siete años a un terrible dolor, deformando sus pies. Aunque la leyenda popular relaciona esta mutilación con el fetichismo de pies pequeños para los hombres, la investigadora Laura Bossen asegura que su objetivo no era otro que económico: mantener a las muchachas sentadas delante de los telares, o realizando otros trabajos manufacturado (fabricar zapatos, redes de pesca, etc.) y así impedir que las niñas hicieran de niña: asociarán actividades como jugar, saltar y bailar con el dolor. Sea como fuere, aquellas niñas sin infancia de adulta ni podían huir de las palizas del esposo ni mucho menos ir caminando hacia una vida autónoma y libre.
      • Puso fin a la venta de niñas y al infanticidio femenino, elevó la edad nupcial a los 18 años. En la India, como contraste, hoy tiene lugar el 40% de todos los matrimonios infantiles del mundo, millones de ellas entre 11 y 13 años, y condenadas al analfabetismo, a sufrir violaciones maritales, la violencia, embarazos mortales, y quedarse atrapadas en el circulo vicioso de la pobreza.
      • Estableció granjas, cultivos, cocinas y guarderías comunales en favor de la liberación de la mujer.
      • Palió la feminización de la pobreza, con la reforma agraria, la colectivización de la tierra, y la protección de la población ante las inundaciones y las sequias, acercándole a la autosuficiencia alimentaria. Condonó las deudas de las familias a los señores terratenientes, creó guarderías gratuitas para las trabajadoras, entre otras ayudas sociales.

Como resultado:

      • En 1975, la esperanza de vida había subido de 32 a 65 años. En 2016 fue de 76,25 años, mientras en la India era ocho años menos.
      • La tasa de alfabetización, que era del 15% en 1949, fue elevada al 90% a finales de 1970. En 1958, unos 16 millones de mujeres habían aprendido leer y escribir, cuando en el país de Mahatma Gandhi (quien en las mismas fechas estaba muy ocupado en impedir que el movimiento anticolonial india se convierta en una revolución socialista) la tasa de alfabetización femenina en 2016 fue el 59,28%.

En este titánico esfuerzo no estaban incluidas medidas serias contra las tradiciones arraigadas misóginas.

  • La “Revolución Cultural”, los oscuros años atrapados entre 1966 y 1976: las prisas por una industrialización rápida, para sacar el país del subdesarrollo y de paso protegerse del “social imperialismo soviético” y el imperialismo estadounidense, convirtieron a “las camaradas” en “mujeres de hierro”, seres necesarios para levantar la patria desde las fábricas y granjas, que además siguieran realizando las “tareas femeninas” en el hogar? Las mujeres chinas, antes de la Revolución trabajaban interminables jornadas en el campo y también en el hogar lavando, cocinando, cuidando a los hijos, el esposo y los abuelos, y lo hacía también después de la Revolución, en favor del progreso de la patria masculina.
      • Potenciar la economía del mercado y la masiva privatización de las empresas públicas, fueron un duro golpe a las conquistas revolucionarias. Se desmantelaron las guarderías en las fábricas privatizadas, y se despidieron a las mujeres “sobrantes” forzándolas a regresar a casa y desempeñar su papel “natural” de madre, esposa y cuidadora de la familia feliz.

El regreso del sexismo y nuevos desafíos

San Valentín del 2012. Xiao Meili y otras dos compañeras se ponen un vestido de novia cubierto de falsa sangre y caminan por el centro de Beijing denunciando la violencia que sufren en el hogar al menos una cuarta parte de las mujeres chinas como afirman los datos oficiales.

Protesta en Beijing denunciando la violencia que sufren en el hogar las mujeres chinas.
Protesta en Beijing denunciando la violencia que sufren en el hogar las mujeres chinas.

China lleva años experimentando un declive en las posiciones económicas, sociales y políticas de la mujer: En el informe de la brecha de género global del Foro Económico Mundial del 2018, la tierra de Mao ocupó el puesto 103 de 149 países, bajando tres rangos respecto al año anterior: EEUU está en el número 51, Rusia 75, y la pequeña gran Cuba en el 23.

¿Dónde están las feministas?

El movimiento feminista chino tiene un siglo de historia. Mujeres pioneras, anarquistas y comunistas, como He-Yin Zhen (1884-1920) o Qiu Jin (1875- ejecutada en 1907), abanderaron las demandas de las mujeres por un cambio social y por la igualdad. A partir del 1949, el feminismo chino, formó parte del poder y con más o menos fortuna incluyó sus demandas en las políticas estatales.

Hoy, salvo organizaciones de mujeres vinculados al gobierno, se persigue, incomprensiblemente, cualquier crítica mínimamente organizada de los ciudadanos: El 8 de marzo del 2015, 10 feministas chinas fueron arrestadas en Beijing, por repartir panfletos sobre acoso sexual que sufren millones de mujeres del país. Cinco de ellas fueron puestas en libertad, mientras otras cinco permanecieron en la cárcel, acusadas de “espía” (del Occidente, claro). El hashtag #FreetheFive, dos millones de firmas recogidas y la presión interna e internacional consiguieron su liberación un mes después. En 2001, China incluyó los abusos físicos entre los motivos de solicitar el divorcio y en 2005, añadió unas enmiendas a la Ley de Protección de los Derechos de las Mujeres para incluir el acoso sexual. En 2011, y después de que la señora Kim Lee publicase en las redes sociales unas fotos de su rostro magullado, golpeado por su esposo Li Yang, y se multiplicasen las denuncias, China aprobó su primera ley en prohibir la violencia “doméstica”, aunque se negó tratar la violencia sexual contra la mujer.

Entre los actuales desafíos de la mujer china, están:

      • Conseguir que las autoridades y la sociedad dejasen de considerar “asunto privado”  a la violencia que sufre la mujer en el hogar.
      • Exigir que las carreras universitarias y los empleos dejasen de ser sexistas y divididos en “aptos/no aptos para la mujer”: a pesar de que en China, como muchos países, hay más mujeres en la enseñanza superior que hombres, el ministerio de educación  prohíbe que las chicas se matriculen en carreras como la ingeniería naval “porque meses a bordo de un barco sería difícil de soportar para las mujeres”, o la Universidad de Tecnología y Minería de Jiangsu, que garantiza trabajo para sus titulados, solo admita a hombres, porque “las mujeres no podrían transportar equipos pesados ​​de minería –[¡no sabe que la rueda se inventó hace 7000 años!]-, y “no podrían escapar de la mina con rapidez en una emergencia” . ¿En serio? En otros centros, como la Universidad de la Policía Popular de Beijing, hay cuotas para las aspirantes: un 15% de las plazas.
      • En 2017, sólo el 63% de la fuerza laboral femenina tenía un empleo remunerado, un 2% menos que en 2007, a la vez que la brecha salarial aumentó en las zonas urbanas y aún más en las rurales.
      • La guinda de este despropósito lo pone la representación de la mujer en el poder: China nunca ha tenido una presidenta de la república, ni tiene ministras, mientras en los países del entorno, como Corea del Sur, Tailandia, Myanmar o Singapur, ha habido o hay mujeres gobernando, pero, sí que puede presumir de ser el único país del mundo con una larga tradición de tener mujeres imanes de mezquita: la señora Ma Guixia, es una de ellas. Las llaman ahong (de la palabra persa “akhund”, jeque) que dirige los rezos en las mezquitas de Ningxia. En el Comité Permanente del Politburó del PCCH, entre los 25 hombres de pelo negro y bien engominado no hay ni una sola mujer, pero sí que entre 2980 diputados hay algunas: un 24%, aunque frente al porcentaje de las diputadas de Ruanda, un 61% y de Cuba el 53% – el primer y el segundo país del mundo con mayor número de parlamentarias-, no es para tirar cohetes.

El movimiento feminista chino intenta no politizarse, ni enfrentarse al poder, para evitar ser acusado de querer importar la ideología “occidental”, ¡como si la propia ideología del PCCH, el marxismo, no hubiera nacido en “occidente”!

Si bien es obvio que un sistema milenario no se erradica en unas décadas, también es cierto que el nuevo estado chino, en nombre del Pueblo, siguió la vieja estrategia de los antiguos estados en establecer un férreo control sobre los ciudadanos, un mal que padecen todos los viejos imperios de Asia que fusionan el autoritarismo, el centralismo y la masculinidad-misógina.

Los “socialismos” como el chino transmiten la errónea idea de que la justicia social es incompatible con las libertades fundamentales -de asociación, prensa, expresión, etc. En la misma línea, en Occidente, después del 11S., el poder consiguió que los ciudadanos renunciasen “voluntariamente” de sus libertades conquistadas durante siglos de lucha, en favor de un espejismo de seguridad: ¡átame, pero no me mates!

China y su peculiar “socialismo” han sacado a 850 millones de personas de la pobreza en los últimos 30 años, según el Banco Mundial, y el objetivo del gobierno es rescatar de la pobreza a los 300 millones de mujeres y hombres que viven por debajo del umbral de pobreza antes del 2030. Un gran mérito manchado por ser el estado que aplica la pena de muerte a decenas de delitos. Un número indeterminado de las personas en el corredor de la muerte son mujeres, acusadas de asesinato en el “ámbito familiar”, posiblemente de sus maridos, crímenes cometidos en un contexto de violencia de género que no se atiende.

Aun así, China y sus mujeres guardan muchas sorpresas.

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