No Me Llames Negro

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NO ME LLAMES NEGRO
Padre Orlando J. Addison
Junio de 2015

Es muy común en Latino América llamar “negro” o “negra” a descendientes africanos y las personas que utilizan este término no lo consideran racista o discriminatorio. Muchos razonan que lo hacen por cariño o sin manera de ofender. Sin embargo, para muchos afrodescendientes, el término es ofensivo y repugnante ya que detrás de la palabra hay una historia obscura relacionada con el término, una fuerte expresión discriminatoria, expresión que data desde el siglo XV.
La palabra “negro” o “negra” es un vocablo que se utilizó para describir la condición social y económica de un grupo étnico, poniendo a un lado su importancia racial. Es una expresión que marca el pasado y que halló raíces en el vulgo. No es la palabra “negro” o “negra” la que causa ofensa, aclaro, ya que todo negro y toda negra estamos conscientes de nuestro cromatismo; el repudio está en la condición inhumana con la que fue asociado el término en siglos pasados y la que aún permanece atrapada entre los rincones de cada letra, entre el sonido del que lo verbaliza.
El problema que tiene la palabra “negro” o “negra” para los afrolatinos es su asociación, en nuestra cultura, con el ocultismo, lo prohibido, la tristeza, la muerte, el demonio y todo lo negativo. También se asocia con el periodo del esclavismo, una etapa obscura de nuestra raza que deshumanizo a los africanos y sus descendientes, ubicando a la comunidad afrodescendiente en lo más bajo de las sociedades. Aun en nuestros días, cuando las sociedades latinas se refieren a los afrolatinos como “negros” nos ubican entre los más pobres, entre la sociedad servil, y otras clases sociales inferiores. La palabra “negro” tiene una gran conexión con el esclavismo, segregación y discriminación en el continente Americano. Sin embargo, para otras culturas el color negro tiene un significado muy diferente. Por ejemplo en la antigua China era símbolo del Norte y del agua, y en la cultura Japonesa, Kuro, es símbolo de aristocracia, edad y experiencia. Esto contrasta su significa en la cultura Latinoamericana.
El origen de la población africana en América Latina fue el resultado del comercio forzado de millones de africanos al hemisferio por mercaderes europeos, para trabajar como esclavos en sustitución de los indios. La idea de introducir africanos al continente surgió de la Iglesia a través de Fray Bartolomé de las Casas, quien vio esta población como una alternativa para detener la explotación y exterminación de los nativos de la región. Lo que Las Casas considero como opción, se convirtió después en pesadilla para los africanos y para el mismo sacerdote, quien al ver la injusticia por la que fueron sometidos los africanos, lucho sin éxito para cambiar su propuesta inicial.
Al trascurrir los años, surgieron intelectuales quienes desarrollaron teorías filosóficas y sociales para justificar la esclavización e inferioridad de los africanos y los afrodescendientes. Uno de estos filósofos fue el Alemán Christoph Meiners, quien dividió las razas en dos grupos, al primer grupo considero “la hermosa raza blanca” y al segundo lo catalogo como “la horrible raza negra.” Meiner declaro en sus escritos que una de las principales características de las razas es que, o es hermosa u horrible, por la que concluyo que la única raza hermosa es la raza blanca. Las razas horribles las considero inferiores, inmorales y parecidas a los animales. Otro filósofo quien introdujo similar teoría contra la raza africana fue el Francés Joseph Arthur de Gobineau, este designo a los africanos como una raza claramente inferior basado en el tipo de alimento que la comunidad consumía.
Estas y otras teorías filosóficas dieron paso al debate sobre el alma humana de los africanos y sus descendientes y para solventar el debate la Iglesia llego a la conclusión que las personas de raza negra no tenían almas, en cambio los indígenas de América estaban dotados con almas, por ende no podían ser esclavizados. Todo esto contribuyó a crear un concepto negativo hacia la raza negra en América Latina, catalogándolos como seres inferiores, sin alma, sin derechos y como propiedad mercantil. Desafortunadamente una gran porción de estas filosofías aún viven en la sociedad Latinoamericana y se manifiestan en el trato institucional hacia las comunidades afrodescendientes que residen en la mayoría de los pises Latinos.
La aportación a Latino América de los africanos y sus descendientes, en cuanto a lo tecnológico, fuerza de trabajo, cultura y participación en las luchas de las independencias, son desconocidas por la mayoría de los latinos, esto se debe al enfoque académico y cultural concentrado únicamente en el periodo de su esclavización. El objetivo es mantener a los afrodescendientes sumisos y al pueblo en general ignorante sobre su contribución al desarrollo de cada región.
La mayoría de afrodescendientes Latino viven en lugares aislados o en comunidades pobres, esto no es casual o porque la comunidad desea vivir en estas condiciones. Es debido a que los gobiernos de turno no se han interesado en proveer en estos lugares, adecuada educación a través de la construcción de buenas escuelas y maestros capacitados. No existen modelos que contribuyan a la inspiración de afrodescendientes alcanzar posiciones de prestigio y liderazgo en nuestras sociedades, héroes y heroínas, destacados empresarios, líderes en la televisión y muchos otros medios que ayuden a despertar el interés de niños y jóvenes afrodescendientes ocupar estos espacios. No se incluyen lecturas positivas de afrodescendientes en las academias, no hay estatuas de personajes afrodescendientes en los parques y museos, tampoco figuran en las monedas. El único medio en donde se le permite brillar a la comunidad, es en el área del fútbol.
En muchas sociedades Latinas los afrodescendientes somos totalmente ignorados; sociedades como Argentina, Chile, Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay, Panamá, México, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua y otros. La mayoría han hecho nada o poco para cambiar en sus sociedades la filosofía de siglos anteriores con respecto a los africanos y sus descendientes. Aunque esta filosofía no se verbaliza, es innegable su presencia en el trato a la comunidad por sus gobernantes y la sociedad dominante.
El verdadero problema no radica en el que se nos llame negro ya que, como exprese anteriormente, ningún afrodescendiente niega su cromatismo, al contrario estamos muy orgullosos del color de nuestra piel. El verdadero problema radica en el estigma histórico que la palabra “negro” aun sobrelleva en nuestras sociedades. Mientras no se reconoce en Latino América, de manera positiva, la presencia africana, afrodescendientes, su contribución al desarrollo social, económico y político y mientras no se le da oportunidades para sobre salir en las sociedades, llamarnos “negro” continuará teniendo para nosotros las mismas características propuestas por filósofos de los siglos XV, XVI, XVII, y por la iglesia, características como “horribles”, “inferiores”, “inmorales”, “apariencia de animal” y sin “alma”.
Finalizo compartiendo con ustedes el siguiente poema publicado en mi poemario bilingüe “La Noche Tuvo Miedo”, escrita en forma de protesta contra el comentario hecho en la televisión por un comentarista deportivo hacia un jugador suramericano afrodescendiente quien al fallar el gol se refirió a él con las siguientes siglas, “NHDP”.
NO ME LLAMES NEGRO

No soy una percepción visual
generada por el cerebro
mediante los fotorreceptores,
ni color que devora la luz
al esconderse el sol tras el orbe,
donde las estrellas cuelgan del vacío
y la luna flota sobre un mar de tinieblas.

No me llames negro,
porque la palabra se asemeja a lo prohibido,
a la manzana que pintó la piel de Adán,

cicatrizó la silueta de Eva,
a los monstruos que vomita la noche
cuando llora la niebla,
al corazón calcinado por el odio
y a la boca del alma que mastica venganza.

No me llames negro,
con este tono marcaron la piel de África,
robaron de su seno a sus hijos,
depilaron su espíritu guerrero,
usurparon su reino,
los declararon hijos del fuego.
No me llames negro,
este no es mi nombre,
mi nombre quedó adherido
a los látigos que mordieron mi espalda
con los dientes de la noche.
Fue flor pisoteada por la bestia
que fluía del pecho nevado,
por los carruajes que circularon las calles
de sueños truncados.

No me llames negro,
porque soy más que eso.
Soy un mortal que por mis venas
corre sangre de ilusiones
que declara la guerra al fracaso.
Un hombre sostenido por los huesos
del amor,
que respira aliento de poesía
y en los adentros un tambor que repica gozo.
No me llames negro,
porque este no es mi nombre.
Como tú, yo también soy humano,
hecho de las manos de Dios,
creado a su imagen para que juntos
construyamos un cielo.

No me llames negro,
llámame Orlando
porque este es mi nombre,
el que recibí cuando fui marcado por el agua,
cuando mis palabras se mezclaron con el llanto
y mis ojos veían marcianos a mi alrededor.

El Padre Orlando J. Addison es sacerdote Episcopal, Vicario de la Iglesia Holy Faith en Port St. Lucie, Florida. Es poeta y novelista, su última obra literaria, Ernesto Gamboa, a la venta en Amazon.com. Nació en Honduras y representa la segunda generación de inmigrantes Jamaiquinos a Honduras.

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