Ilusión trascendental

Cuando la razón hace de las ideas objetos reales, es decir, si aplica las categorías más allá de los fenómenos a los noúmenos, cae en la ilusión trascendental. Y esto ha sucedido en la historia de la metafísica de forma reiterada. La logomaquia, el puro verbalismo, y las discusiones respecto a los matices de significación de términos es una constante en muchas obras. La misma Escolástica con sus distinciones minuciosas respecto a la realidad, parece que muestra un alto nivel de abstracción, que complejiza el conocimiento del mundo empírico, y de los mismos conceptos e ideas.
Si yo aplico las categorías más allá de los fenómenos, o sea, a los noúmenos, y hago de lo contenido en las ideas objetos empíricos, caigo en la ilusión trascendental. Lo incorpóreo o inmaterial no puede ser objeto de las categorías, precisamente, por su espiritualidad. Las ideas de la razón según Kant: alma, mundo, Dios son puros entes pensados; no tienen valor en el mundo de los fenómenos.
Las tarea de la dialéctica trascendental es: mostrar las falacias o falsas argumentaciones en las que ha caído la metafísica tradicional al intentar hacer corresponder a las ideas trascendentales: Yo, Mundo y Dios con un objeto en la experiencia. De todos modos, la ontología o la metafísica no son sinsentidos, porque es un conocimiento que aunque sea especulativo se puede fundamentar en un análisis de la realidad, desde un enfoque descriptivo, valorativo y conceptual. De hecho, la filosofía es metafísica de lo mundano, de la realidad empírica.
Kant denomina ilusión trascendental a la tendencia inevitable de la razón humana a buscar lo incondicionado, la esencia de las cosas. Esto conforma un fenomenismo gnoseológico, ya que no conocemos la realidad que origina los fenómenos. Puesto que es incognoscible. Existimos en un mundo de apariencias, en la realidad fenoménica o apariencial.
Kant hace referencia a la ilusión trascendental en la Dialéctica trascendental, dónde critica la Metafísica. Esta ilusión se produce porque la Metafísica desea alcanzar principios supremos que no tengan que ser comprobados en la experiencia (Ideas Trascendentales: Alma, Dios, Mundo), por lo que solo se guía por las formas puras de la razón, sin atender a las formas a priori de la sensibilidad (espacio y tiempo), ni a las categorías del entendimiento. Y la base de todo conocimiento debe ser lo empírico a lo que se aplica el sujeto cognoscente.
Es decir, la Metafísica se extralimita, por eso cae en paralogismos (argumentos circulares) y antinomias (argumentos contradictorios entre sí). La Metafísica debe buscar el conocimiento fijándose en el fenómeno (lo dado) y no en el noúmeno. Ya que la cosa en sí no puede ser conocida porque no es fenoménica, no está en la experiencia. Si bien la Metafísica es una tendencia natural del ser humano, aunque no es conocimiento científico.

Copleston escribe al respecto:«Sostenía, ciertamente, que si las categorías se aplican a Dios, no sólo son incapaces de dar conocimiento de Dios, sino que tienen un contenido tan vago e indeterminado que no pasan de meros símbolos de lo desconocido».«Pensar a Dios a base de las categorías esquematizadas equivaldría a introducir a Dios en el mundo sensible. Pues al hacer un uso regulativo de la existencia de Dios no afirmamos que exista un ser correspondiente a esa idea».
Lo que se deduce de estos planteamientos kantianos y de otros muchos de sus obras es que Kant es un gran filósofo agnóstico. Lo esencial es el cumplimiento del deber por el deber. Su ética deontológica insiste en la bondad y se fundamenta en el imperativo categórico. Es una moral formalista que rechaza el consecuencialismo, y las éticas teleológicas.

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