A propósito de los sucesos en Francia.

Es difícil formarse una composición propia sobre los recientes acontecimientos acontecidos en Francia. A la relativa escasa información que se nos proporciona sobre el proceso que desembocó en estos hechos, se suma el que todo proveniene de fuentes afines. Resulta claro que el objetivo es desencadenar una respuesta inmediata desde lo emotivo, dejando de lado cualquier otro tipo de análisis. Así como han sido capaces de filmar una guerra sin muertos, hoy se regordean con otro tipo de imágenes que a la vez que “satanizan” definen un enemigo.
Quizás por haber sido formado dentro de un pensamiento fuertemente influido por la cultura francesa, quizás por haber asimilado en un sentido amplio aquello de la libertad, igualdad y fraternidad y sin quizás alguno porque me duelen las muertes que se sucedieron, es que siento el impulso de escribir este intento de reflexión.
Siempre resulta fácil seguir la corriente, dejarse empujar por los deseos de otros y ser uno más en el montón. Pero en mi caso, me aferro a la razón casi como una divinidad, tal como fuera presentada por la propia Francia en el pasado.
Un camino simplista consistiría quedarse en la inmediatez de los hechos y sumarnos a las múltiples voces de condena. Quiero desde el comienzo dejar bien en claro que no comparto para nada este tipo de actos, sean impulsados por las razones que se quiera. El terrorismo, en todas sus manifestaciones no encuentra en mí sino la más enérgica condena. Pero quedarse en este punto me parece una simplificación peligrosa de lo que sucedió, hay que ir más allá de la superficie de las cosas para entenderlas.
En el plano de la cultura Francia y Europa en general desde hace mucho han impulsado una mirada eurocéntrica de la realidad. Ello se refleja en sus ideas sobre el funcionamiento social, la filosofía, la economía, la historia y en general los campos afines. Su forma de ver el mundo a partir de su propia realidad las lleva a plantear las ideas y sistemas desde una propuesta universal. Eso les permitió en el pasado trazar una división tajante en el mundo entre quienes eran civilizados y quienes formaban el universo de la barbarie. La condición de “bárbaro” implicaba que su espacio era conquistable por derecho propio en nombre de los valores universales de una determinada cultura que pasaba a ser hegemónica. Esto produjo un proceso de aculturación del que muy pocas regiones pudieron escapar, aunque más no fuera parcialmente.
La condición para pasar a integrarse en el gran circuito económico internacional, encontrar un lugar en la distribución mundial del trabajo, era muy simple, era necesario adoptar las grandes líneas culturales que definían un determinado orden. Por acá comenzamos a entrever las patas a la sota.

Las burguesías nacionales invirtieron mucho tiempo y mucho esfuerzo en consolidar un espacio propio dentro de límites definidos. Este es el prolongado proceso de construcción de los estados nacionales. Esa cultura a que apuntábamos tiende a contribuir a ese proceso y justificar a expansión de esas fronteras.
Esa mirada eurocéntrica no admite formas alternativas, se muestra claramente intolerante y en su nombre se han llevado adelante una muy larga lista de atrocidades. Si bien en el pensamiento occidental se ha abandonado la línea religiosa como sustento del cuerpo de ideas, no por ello podemos afirmar la presencia de una racionalidad absoluta. Muy al contrario. Occidente ha desarrollado una sordera selectiva e irracional, muy extendida. Sordera que les permite apropiarse de todo aquello que pueda servir a sus propósitos, pero cerrado totalmente a aceptar la presencia de alternativas y respetarles el espacio.
La lucha por la hegemonía en el terreno del pensamiento es tan compleja y extendida como los demás enfrentamientos que se procesan en el seno social.
Desde los lejanos días de la edad media, las relaciones de occidente con el área islámica han sido por demás complejas. Por momentos se vivieron períodos de enfrentamientos y por momentos nos encontramos con un fluido intercambio. Esto último posibilitó, entre otras cosas, un período cultural tan rico como lo fuera el Renacimiento, período en donde comienza a definirse el proceso que desemboca en la Europa moderna.
Importa tomar en cuenta todo lo señalado hasta acá para entender que occidente, paso a paso, se ha vuelto de espaldas a la cultura no occidental. Así como se practicara el exterminio de la población nativa, como sucediera en Australia o se crearan enclaves en las colonias que vivían de acuerdo a las normas de la metrópolis, se volvían indiferentes a todo lo que no encuadrara en su lógica particular.
Esa forma de pensar no desapareció. Está presente en los medios en el tratamiento que se le da a todo lo árabe e islámico entre otros. Está también detrás del calificativo de sudaca que se nos adosa. Por otra parte todo lo no europeo y con limitaciones norteamericano es presentado como áreas poco “civilizadas”. Suman decenas las películas y seriales masivas que nos presentan a todo ese universo como un mundo oscuro, dominado por siniestros villanos que son enfrentados por “libertadores occidentales” que se hacen presentes a los efectos de sacar esa poblaciones de la miseria y la ignorancia.
No nos puede extrañar que el terreno del humor esté presente ese sentimiento de descalificación del pensamiento islámico. No cabe en la cabeza que cosas que resulta totalmente indiferentes en el entorno propio, no lo son para pueblos enteros. Esto es sentido por estos como un insulto y no podemos esperar una flor como respuesta.
Occidente ha invadido su espacio, ha desconocido su forma de vida, se ha burlado de sus creencias y costumbres, los ha mantenido en la miseria y encima los considera seres de segunda y los insulta. No creo que sea el mejor escenario para un intercambio intercultural fructífero.
Tengamos en cuenta que a diferencia de los occidentales estos pueblos encuentran en lo religioso la materia prima a los efectos de construir un pensamiento ideológico que les permita conservar su identidad. Esto le da un valor muy especial a lo religioso como un articulador social de primera línea. En ese marco no puede llamarnos la atención que se desarrollen células fundamentalistas que practican un fanatismo extremo y se muestran como contrarias a todo lo occidental.
Muchas de esas facciones han sido utilizadas como herramientas de guerra por parte de occidente que les ha facilitado logística y las ha armado. El problema es cuando las mismas se han vuelto ingobernables. Así de la noche a la mañana nos enteramos que un tal Bin Laden desde una cueva en Afganistán era capaz de amenazar la seguridad y estabilidad de todo occidente. Una y otra vez aparecían noticias que daban cuenta de sus amenazas y acciones. Cuando dejó de ser útil, cuando se desgastó el recurso, simplemente lo mataron, hicieron las respectivas películas y se buscó un nuevo objetivo.
El terrorismo, modernamente, luego de superado el escenario colonial clásico, ha pasado a ser una herramienta eficaz utilizada por el poder hegemónico. Hay tres formas básicas: ejercido por poderes locales alineados con los centros de poder, las dictaduras latinoamericanas presentan ejemplos en abundancia en este sentido; grupos unidos en torno a determinada identidad que se oponen a quienes constituyen la categoría de “otros” y la tercera forma, es la que se produce mediante la intervención directa que no se ha dejado de aplicar. Francia misma ha intervenido en Chad en reiteradas oportunidades y con variados pretextos enviando tropas para solucionar problemas internos.
Estos grupos son armados y financiados a la vez que impulsados a realizar determinados actos destinados a desestabilizar a quien se define como el enemigo. En ese sentido se han mostrado como eficaces. Tenemos el ejemplo de Libia en donde alcanzaron la categoría de un ejército capaz de dar por tierra con el poder de Kadaffi, a quien ejecutaron sumariamente. Claro que sin solucionar ninguno de los problemas de la población libia, al igual que ha sucedido en Líbano e Irak por mencionar tan solo dos ejemplos.

Mientras son “favorecidos” son presentados como “luchadores de la libertad”, el problema es que cuando dejan de ser útiles, no pueden ser desmantelados como quien cierra una determinada industria. Se vuelven hacia sus aliados y sostenedores con los mismos argumentos y tácticas que se les enseñaran. Es entonces que pasan a ser condenados y calificados de terroristas, pertenecientes al “eje del mal”.
Desde el punto de vista político estos grupos, en todos los casos, terminan por ser funcionales al poder hegemónico, el cual se sirve de los mismos para justificar sus políticas. Por ende son unos de los tantos recursos puestos en práctica a los efectos de ejercer el poder.
En este caso el que sale beneficiado es el Estado francés. Su gobierno ha seguido una política económica errática frente a la crisis y ha optado por permanecer atado a Alemania. Eso ha determinado que se profundicen las diferencias sociales y surjan conflictos en diversos sectores. Este acto terrorista ha puesto una nueva piedra en el camino a ese gobierno, abriendo las puertas para que la derecha más descarnada ejerza presión y aproveche en beneficio propio esa exaltación de la sensibilidad generada por los medios. A las ya duras condiciones para los inmigrantes, a la xenofobia latente en la sociedad francesa, se suma ahora la solicitud de un giro a la derecha, cercenando libertades y apuntando hacia el horizonte de un estado policial. No otra cosa pretenden los seguidores de Le Penn.
Ahora circula la versión de que todo ha constituido una operación de “bandera falsa” llevada adelante por la inteligencia norteamericana a los efectos de fortalecer la posición del estado francés. No sé qué grado de certeza puede tener esta afirmación, pero nadie puede dudar de quienes han sido favorecidos en estos atentados. Por otra, parte involucrar libertad de expresión, judíos y ciudadanos franceses ha dado el resultado esperado. A partir de ahí se ha construido una determinada sensibilidad que permita justificar determinadas medidas inmediatas que no hacen sino alejar a Francia de sus banderas históricas de libertad, igualdad y fraternidad.

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