Un halcón disfrazado de paloma

El gobierno francés está recibiendo notas de solidaridad desde los más remotos puntos del planeta. Los recientes atentados perpetrados por fanáticos islamitas lo colocan en la posición de víctima. Resulta sorprendente que un país plenamente identificado con el rol de agresor, hoy sea objeto de la solidaridad mundial.

La explicación es que no cabe otra reacción que la de condena y repudio ante el uso de la violencia. No hay ser humano en el planeta que pueda justificar la masacre en la sede la revista Charlie y las posteriores tomas de rehenes en un supermercado y en una imprenta. Sin embargo, esta unísona condena a la violencia fundamentalista a la que me sumo, no debe confundirnos al punto de querer abrazarnos fraternalmente con quienes la practican y por tanto la provocan. Francia tiene un prontuario terrorista que no se borra con estos recientes episodios que le han dado a probar un poco de su propio veneno.

El Maestro Douglas Ifrán, con su agudo enfoque crítico, me escribía en un intercambio epistolar vía mail mientras ambos tratábamos de reaccionar ante los lamentables episodios de las últimas horas: “En Francia y en Europa occidental continúa imperando una mirada de la realidad eurocéntrica que se manifiesta en todos los planos. Esto que en su momento constituyó la base del accionar colonial, caracterizado por la violencia extrema llevada a territorios que eran definidos como incivilizados. Esta Francia que hoy se muestra tan afectada, es la misma que llevó adelante una política genocida en Argelia que ocasionó a mediados del siglo XX la muerte de más de un millón de personas. Casualmente la resistencia argelina también era calificada de terrorista. Es la misma que continúa enviando paracaidistas al Chad interviniendo en los asuntos internos de esta región. Es también la misma que directa o indirectamente ha apoyado las múltiples intervenciones en medio oriente”.

El Periodista Carlos Aznarez, por su parte resume muy bien el pasado y el presente francés en una nota publicada poco después del atentado a la Revista Charlie: “Francia, la de la guillotina, en la que perdieron la vida tantos inocentes (desoladoramente pobres la mayoría de ellos, que no tuvieron el más mínimo derecho a la defensa). Francia, la de cuatro centenares de pruebas atómicas en otros tantos sitios del planeta, contaminando y destruyendo el ecosistema. Francia, la de las guerras imperiales y colonialistas en Argelia, en Chad, en África y el Medio Oriente. Basta recordar el poderío militar francés, capaz de arrojar al vertedero aquellas frases ilustres de «Libertad, Igualdad y Fraternidad», arrasando con sus uniformados poblaciones enteras, bombardeando territorios muy lejanos de sus lugares habituales de residencia, torturando salvajemente a los revolucionarios haitianos y argelinos, encarcelando por cientos a militantes vascos, bretones o corsos (todos ellos, embarcados en rebeldías independentistas), o exportando la doctrina militar de exterminio hacia diversos puntos del planeta”.
En el programa argentino 678, el colega Orlando Barone, en medio del debate sobre estos tristes hechos registrados en París, trajo a la memoria una escena de la película La Batalla de Argel, en la que un francés le pregunta a un terrorista árabe por qué coloca bombas en supermercados y restaurantes matando a gente inocente. El terrorista le responde: porque no tengo aviones para tirarlas desde el aire como hacen ustedes.
Como muy bien razona mi amigo Ifrán, “el terrorismo practicado por estos grupos pretende ser una respuesta violenta a la violencia recibida. Lo paradójico es que este tipo de acciones terminan por ser funcionales al poder que se combate”. Esa es la razón por la que Francia hoy increíblemente, empuña la bandera de la tolerancia y la libertad de expresión, como si fuera su mayor defensora.

Pero este momentáneo disfraz tras el que se oculta, no es más que eso y el montaje mediático creado para lucirlo, pronto queda en evidencia. Basta detenerse a pensar un instante o esperar lo que demora en extender sus garras un halcón que quisiera simular ser una paloma.
Aníbal Terán Castromán

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