Villa Sara II.

Como ya escribiera, en la localidad de Villa Sara, (Dpto de T y Tres), se vive en estos días un muy serio problema de contaminación del aire y afectación en el monte que rodea al río Olimar. En este último la vegetación está muriendo por la acumulación de cenizas –fruto del mismo proceso – que impiden el normal desarrollo de los ciclos naturales.
La situación por la que atraviesan los vecinos es contradictoria. Por una parte, es relativamente sencillo alcanzar una solución, ya que se trata de colocar filtros adecuados y proceder a otra forma de vertido o eliminación de los residuos. Para nada se está frente a un desafío tecnológico profundo y complejo. Es más, se supone que esto debería estar previsto en el proyecto inicial, con su respectivo análisis de costo.
Acá, sin embargo, comienza la otra cara, la difícil. Es una vieja práctica en nuestro país el aplicar la técnica “psp” que no significa otra cosa que el clásico “por si pasa”. Las empresas simplemente procuran elevar sus márgenes de ganancia con prescindencia de su responsabilidad social. La economía parecería que cosifica a las personas las que pasan a importar exclusivamente si son potenciales recursos o fuentes de ganancias directas. El resto se rige por la conocida ley de Soca, al que le toca, le toca y a embromarse por no tener suerte.
En ese marco, si pasa y nadie protesta, se sigue adelante contra viento y marea y el que venga atrás que arregle. En todo caso, con las ganancias hacemos otra empresa que se encargará de remediar el daño ocasionado, generando así una fuente de ganancia adicional.
Si aparecen protestas, se les toma la temperatura y mientras tanto se pelotea la situación. Para ello es fundamental victimizarse en los medios de prensa, descalificando a las personas que se movilizan y a sus argumentos. Mientras siguen acumulando ganancias y negocian de manera que el costo de las transformaciones, terminen pagándolo, directa o indirectamente, los afectados para mantener los sagrados márgenes de utilidad.
No puedo dejar de pensar que los estudios de impacto ambiental, así como los procesos de habilitación que empresas de estas características deben reunir al instalarse en medio de centros poblados, no pueden dejar de detectar este tipo de problema y exigir medidas concretas antes de comenzar a actuar. Frente a esta realidad no encuentro más explicación que suponer que todo se lleva a delante con criterios burocráticos o que los estándares que se manejan no están en relación con lo que la población desea.

Estoy seguro que si Galofer o Arrosur, las empresas en cuestión, decidieran funcionar en el centro de un barrio como Carrasco – en Montevideo – de inmediato serían bloqueadas y obligadas a buscar otro lugar, más allá de todas las promesas que realizaran. Si los ciudadanos de Carrasco no están dispuestos a sufrir las consecuencias de estos emprendimientos, por qué deben hacerlo los vecinos de Villa Sara? No quisiera pensar que se los considera de segunda, pero resulta evidente que son menos iguales en derechos que aquellos.
¿En algún momento se les explicó la repercusión que tendría en el medio ambiente el funcionamiento de las mencionadas empresas y por lo menos se les dio la oportunidad de mudarse, aunque esto, no considero que sea la solución? ¿El Ministerio de Salud Pública instrumentó una evaluación permanente de la salud de los habitantes y la posibilidad que se vieran afectados por esa contaminación? Es evidente que no. Lo único que ha estado presente es la vieja zanahoria de los puestos de trabajo, el desarrollo, el crecimiento y toda una serie de frases huecas que pululan por los discursos de todo pelo.
Este problema nos pone frente a la necesidad de reflexionar a fondo sobre el significado de desarrollo. ¿Debemos entenderlo exclusivamente como un crecimiento de la capacidad productiva de una región? ¿Se trata de producir más? ¿Con qué fin? Si el desarrollo no se traduce en una mejora de la calidad de vida de la población toda, qué sentido tiene una mayor producción? La única respuesta que honestamente se me ocurre es que beneficia a alguien y a ese alguien le importa tres pitos lo que les pase a los demás. Total él no vive en el área y no debe sufrir las consecuencias.
Es inevitable que toda acción humana afecta de una manera u otra la naturaleza, pero cuando la misma pone en riesgo la salud, entendida en su más simple de acepción, se justifica? ¿Cuando el vertido de ceniza afecta el equilibrio de un río que ya de por sí tiene problemas muy serios, los cuales más temprano que tarde deberán ser abordados, no hacemos nada porque significaría ir contra el progreso? El río Olimar, como tantos cursos de agua de nuestro territorio se van convirtiendo poco a poco en agua muerta. Esta encaminándose al mismo destino de ríos emblemáticos del mundo. Aquella agua que cantaba “cumba como el que más” como dice la canción, ya no es la misma. ¿Hasta cuando la indiferencia?
Estamos frente a un carnaval macabro de emprendimientos que poco nos aportan en este presente y están sembrando sombras sobre el futuro.
Hemos asistido a promocionados proyectos megamineros, por ejemplo, que han demostrado – antes de iniciarse – toda su condición endeble. Más allá de los sueños de miles de millones de dólares que se manejaban con total liviandad y sin asidero alguno, bastó una oscilación en el mercado internacional para que todo fracasara.
Estos emprendimientos a los que tanto se apuesta dependen de decisiones estratégicas macroeconómicas en las que el país no tiene la menor posibilidad de incidir. Vamos a recoger migajas de las ganancias pero nos toca en el reparto, la totalidad del deterioro y contaminaciones del suelo. Nos corresponde el hipotecar nuestros recursos hídricos y el afectar la calidad del aire.
Se ha impulsado un modelo agrícola basado en el empleo de productos químicos sobre los cuales ignoramos qué consecuencias pueden tener a largo plazo. Pero en la última década multiplicamos por cinco las importaciones de dichos productos. Modelo agrícola que por otra parte ha acelerado la expulsión de los pequeños propietarios vaciando nuestros campos. Todo eso mientras levantamos la bandera del Uruguay Natural. Un Uruguay Natural que no tiene más existencia que los afiches en los que se escribe esta afirmación. Lamentablemente esta situación que denuncio no es la única en el país, son muchos los que están siendo afectados por situaciones similares o peores.
Los vecinos de Villa Sara esperan una respuesta a su reclamo. Quieren adelanto, quieren el progreso, pero no a costa de la salud o a verse obligados a abandonar ese “su pueblo”. Ya es hora de que exista un proyecto nacional de desarrollo de cara a los intereses de toda la población, que los riesgos y beneficios se repartan por igual y con conocimiento cabal de los primeros.
En medio de todo esto, nuevamente junto a esos vecinos de la querida Villa Sara digo bien fuerte para que algún sordo selectivo que anda por ahí escuche:
SI AL TRABAJO, NO A LA CONTAMINACIÓN. SOLUCIONES YA.

 

 

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