Villa Sara

Desde un conjunto extenso de trabajos académicos se insiste en denominar esta etapa de la sociedad, para algunos, global, como la era de la información. Como nunca disponemos de medios de comunicación y ello ha modificado nuestra cotidianidad.
Se hace especial hincapié en la circulación que se registra a nivel de todos los medios existentes y en la disponibilidad de medios eficaces al alcance de todos. Así nos apabullamos con la cantidad de mails que se cruzan a diario, los videos que se suben a las redes, los mensajes, fotos y demás. El espacio lo vemos reducirse a la mínima expresión y todo se vuelve aparentemente una cuestión de cercanías.
Sin embargo, detrás de todo esto hay una marcada tendencia que construimos entre todos, consciente o inconsciente. Ella se manifiesta en los grandes silencios que elaboramos. Todo aparece reducido a escala de nuestro micro-universo por donde abundan, los que se pasean con un yo hedonista, superficial y hasta algo voyeur.
Eso nos lleva a envolvernos cada uno en su propia burbuja y estar alejado de los demás. De ahí a la indiferencia solo media un paso.
La mayoría de los grandes medios, mientras tanto, en su afán de mercantilizar la información, procuran difundir aquello que vende como reconoció una de las figuras de uno de los canales. La noticia es una mercancía que debe satisfacer un gusto determinado que ellos mismos han contribuido a formar y alimentan a diario. Sólo importa el espectáculo y su venta. Se dedican horas enteras a todo lo que tiene que ver con los acontecimientos de la farándula argentina o a hechos deportivos que muchas veces son elevados a gestas patrióticos, mientras se ignora lo que pasa en el propio país. Ignoramos la realidad de nuestro Uruguay. Estamos hundidos en la ignorancia del otro, del compatriota.
Cuando yo era chico recuerdo que mi padre me decía: Vino el Dr a lo de … y nombraba un vecino, vaya a preguntar si precisan algo. Eso es algo que suena irreal. Vivimos en un mismo edificio y apenas, algunos, nos decimos: Buenos días.

Hoy quiero acercarlos un poco a la realidad de Villa Sara. No se trata de un barrio marginal, ni un asentamiento, es una pequeña población separada de la ciudad de Treinta y Tres por el río Olimar. Allí un grupo de vecinos han emprendido una lucha muy desigual contra la contaminación del aire que respiran y contra el deterioro del escaso monte criollo que rodea al curso de agua.
Tal como lo define U. Beck, están enfrentados a una distribución desigual del riesgo y desde luego ellos llevan la peor parte.
Para muchos este tipo de denuncias y movilizaciones constituye un poner palos en la rueda al progreso, a la creación de puestos de trabajo en la zona, que resultan imprescindibles.
Nada que ver. La consigna que levantan estos vecinos es simple ellos quieren las fuentes laborales pero exigen que las mismas no se transformen en una trampa para la salud de la población. El planteo es sencillo y directo insisto, no se oponen a la actividad que desarrollan las empresas Arrosur y Galofer, simplemente reclaman que adopten las medidas correspondientes para no afectar a los residentes en la zona.
Es claro que estas empresas especulan con el desconocimiento de la población y con la gran zanahoria de los puestos de trabajo y de un supuesto progreso que todo lo promete. Mientras tanto sostienen que el grado de contaminación es mínimo y está dentro de los estándares permitidos. Repitiendo así todo un arsenal de argumentos que se emplean a lo ancho y largo del mundo.
El problema se plantea cuando planteamos las cosas en términos humanos porque no tenemos que olvidarnos que tras esos porcentajes siempre están aquellos. Digamos, por ejemplo, que el riesgo pudiera alcanzar a un 1 %. Sería algo mínimo, pero si dentro de ese 1 % está un familiar?¿Qué hacemos? ¿Nos conformamos con el hecho de que es un costo a pagar en el altar de un supuesto desarrollo? ¿Dónde está la responsabilidad social de las empresas, eso que tanto lugar ocupa en los foros internacionales de las grandes transnacionales? Hemos aprobado leyes que señalan la responsabilidad empresarial por accidentes de trabajo en determinadas circunstancias, pero que sucede cuando las empresas ponen en riesgo la salud de todo un barrio o población?
Parecería que estamos condenados, una y otra vez a la vieja maldición de la Malinche. Durante el período colonial el Cerro Potosí se “comió” más de un millón de indígenas que eran obligados a trabajar allí para enriquecer a unos pocos. En nuestros días una situación como esa nos provocaría, al menos quiero creer, total rechazo y condena. Sin embargo, se pretende que en pro del desarrollo productivo aportemos no solamente el trabajo sino la salud de todos los habitantes de un área determinada. Esto no es cuestión inventada por unos supuestos “locos” ecologistas que están contra todo avance. Es por el contrario una de las tantas luchas que libran organizaciones en diferentes zonas en pro de calidad de vida, tanto para el hoy como para el mañana.
Los vecinos de Villa Sara se enfrentan a una situación similar a la que vivieron, hace unos años los habitantes de Sayago, pero tienen una gran desventaja: están a más de 280 km de Montevideo y eso significa que no existen en el “mapa comunicacional” de los grandes medios. Están fuera del área de interés.
Villa Sara, qué es? Esto expresarán muchos. Debe ser algo insignificante del que no tengo idea de dónde está ni de quienes la habitan, pensarán otros.
Sin embargo ellos también, aunque a alguno les cueste creerlo, son uruguayos y sujetos de derecho. Ellos tienen derecho a la calidad de vida mínima y a que se proteja el entorno en el que desarrollan su vida.
Este no es un problema que se resuelva con multas, las autoridades deben comprobar los hechos denunciados por los vecinos y proceder a la clausura de las actividades hasta que las empresas solucionen los problemas. Los márgenes de ganancia que manejan estas empresas les permiten perfectamente hacer frente a este costo. No en vano están instaladas en una región donde los salarios equivalen a un 78 % del que se paga por igual tarea en Montevideo. Con ese “ahorro” sólo, pueden perfectamente hacer frente a los gastos que demanda el acondicionamiento de la planta y proceder a pagar los salarios correspondientes mientras se llevan adelante los trabajos.
Una vez me contaron una historia de un ciudadano que dijo: Se llevaron a los gitanos y no me importó, yo no era gitano. Se llevaron a los judíos, tampoco me importó, yo no era judío. Se llevaron a los comunistas, pero yo tampoco era comunista. Hoy me llevan a mi y ya es tarde para que me importe.

Los vecinos esperan. El resto de los uruguayos debemos tomar conocimiento de estos hechos, sacudirnos la indiferencia y saber que se repiten a lo largo del país.
Como país hemos levantado la consigna de Uruguay Natural, que a poco que lo analicemos vemos que es una gran patraña, mientras existan problemas, como los que enfrentan estos vecinos. Es por eso que vale su consigna:
SI AL TRABAJO; NO A LA CONTAMINACIÓN.

 

 

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