O nos preparamos o no habrá salvación

No dispongo ni de tiempo ni de “condiciones subjetivas” adecuadas para compartir algunas re-flexiones propiamente políticas sobre las connotaciones de la actual masacre sionista contra el pueblo palestino.
Solamente dispongo de un estado de ánimo que a estas alturas capaz que es lo único que puede salvarnos del suicidio colectivo que significa permanecer casi inertes, apenas protestones, mascu-llando sesudos análisis sin consecuencias prácticas, frente a la salvajada de los dueños del mundo, pues el sionismo, hoy queda más que claro, no es otra cosa que la cara descubierta, atrevida, soberbia, criminal, con desparpajo y alevosía, del imperialismo en lo que podríamos denominar su fase agónica de conquista y sometimiento total del mundo al precio que sea.
La cobarde y repugnante agresión sobre este pueblo masacrado, sus características mafiosas, chantajistas, patoteras; en fin, todos los adjetivos que se quieran agregar, pone en evidencia que no puede haber un solo pueblo en el mundo que pueda dudar, todavía, respecto a las proyecciones de la actual arremetida genocida y, por ende, respecto a la imperiosa e ineludible necesidad de preparar corazones, nervios y neuronas colectivas, para encarar a lo largo y lo ancho del planeta la única guerra justa: la de los oprimidos contra los opresores. La guerra por la salvación; la única guerra en la que pelear signifique pelear por y para nosotros mismos.
Será seguramente una guerra muy dura y tal vez muy prolongada; nos toparemos con el uso más bestial de toda la tecnología de punta de la industria de la muerte y el terrorismo; nos toparemos con gente que pretenderá ser neutral, y por eso mismo, imperdonablemente cómplice de los monstruos imperial-sionistas desesperados al ir descubriendo que su guerra de rapiña y sujeción total se convierte en guerra general popular de rompimiento de las cadenas de la esclavitud moderna que representa el sistema capitalista y su modo de producción holgazán, ladrón y violador de la condición humana.
Sea como sea, ni lo dudo, las víctimas del pueblo caídas en “nuestra única guerra” justa, serán muchas menos, muchísimas menos, inimaginablemente menos que las víctimas del presente de esta “gran paz social” de los ricos, por hambre, por enfermedades, por epidemias, por contaminación y por genocidios ejecutados desde “drones” muchísimo más taimados y maulas que la puñalada del rapiñero que nos asalta a la vuelta de la esquina.
Porque la “paz social” burguesa, aunque vivamos en lugares donde no se dispara un tiro, es la paz del sometimiento, la humillación y la muerte “civilizada” del capitalismo nuestro de todos los días.

Por supuesto que hay que redoblar las expresiones de repudio innegociable al crimen imperial-sionista de hoy en la llamada Franja de Gaza; ni se duda… Pero a la vez hay que ir comprendiendo –y actuando en consecuencia– que Palestina prefigura el futuro no muy lejano de todos los pueblos del mundo, sin excepción, que será espantoso, horroroso, verdaderamente dantesco, si desde ya no asumimos que hay que prepararse, que hay que convencerse de que será esta podredumbre de mafia burguesa, muy a su pesar, la que nos ponga en las manos, para usarlas. las armas –las armas no en sentido figurado o metafórico– de nuestra salvación, o no hay salvación posible.
¿Hay que armarse, hoy, donde sea?. Sí, hay que empuñar primero que nada nuestra arma prin-cipal: la comprensión, la asunción moral, la percepción realista de que la sobrevivencia del capi-talismo significa el exterminio seguro de la humanidad, entre genocidios y todas las demás formas burguesas de la muerte.
Palestina enseña, además, que para estar en condiciones de pelear con expectativas ciertas de salvación en la guerra que ya empezó, no hay otra que estar bien arrimados, bien apretados en cuerpo y alma, a pesar de las naturales diferencias de toda índole entre los oprimidos del mundo grande y del mundo chiquito de cada país o región.
No hay otra, y no verlo –no sentirlo, no incorporarlo a nuestra vida práctica como algo tan im-prescindible como el aire que respiramos–, nos iría convirtiendo, de hecho, en “neutrales” y cómplices imperdonables de ese (este) imperialismo contra el que hemos predicado la vida entera y que es uno solo, brutal e irreductible por medio de llamados a la paz y reclamos a los organismos “civilizados” de los mismos mafiosos que se matan de la risa de sus supuestas “resoluciones”.
No sé, es lo único que puede ocurrírseme observando las fotos de los 10 niños masacrados hoy mismo en un parque de diversiones de la vejada Palestina: o nos preparamos para la única guerra justa o no habrá milagro que nos salve en ningún punto del planeta.
No sé; estoy seguro que mañana despertaré aun más convencido de este punto de vista que no tiene casi nada de “análisis político”, pero que tampoco se distraerá escuchando las cifras de las empresas encuestadoras obsequiándonos “los avances” del paquete “democrático” de otro octubre de porcentajes y personajes que todavía funciona en varias Franjas de Gaza dominadas no por medio de misiles y atentados terroristas de la peor estofa mafiosa, sino por medio del simple y renovado juego de la mosqueta burguesa.
No estaré cuando nuestra única guerra justa esté en pleno apogeo, pero tal vez estas palabras de hoy sirvan para que, dejando de lado “el análisis político”, los borbotones de nuestra sangre llena de odio y bronca, nos aclaren las ideas, la ideología y esa sensibilidad fina que se necesita para entender que la unidad de los pueblos no es un antojo, y que a veces ella surge, sin discursos, sintiendo que cada oprimido que cae masacrado, soy yo mismo, violado, mutilado, arrastrado por el barro para ser metido en la fosa común hecha con las mismas retroexcavadoras con que se proyecta extraer el hierro de Valentines o instalar la próxima planta de celulosa al servicio del imperial-sionismo asesino que mata en Palestina y nos va matando a todos haciéndonos la idea de que la bestia es indoblegable.
Mi último deseo antes de tratar de dormir si es que puedo sacarme de las sienes las imágenes de los gurises asesinados mientras jugaban en el “parque Rodó” palestino, es que estas palabras puedan llegar también, como respetuoso y alentador saludo, a esas mujeres y esos hombres ejemplares que en la Franja de Gaza, resisten y gritan, llorando, “¡VENGANZA!” con los cadáveres de sus hijos en brazos, como lo hacían hace 75 años las heroicas judías y los heroicos judíos que cortaban en mil pedazos al militar nazi o al alcahuete que podían capturar en su inolvidable e im-perdonable holocausto fabricado por el imperialismo, el mismo de hoy.

Gabriel -Saracho- Carbajales, Montevideo, 29 de julio de 2014, Año de la Dignidad.-

 

 

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