La confianza inversionista

Desde el consenso de Washington se ha pregonado que la  confianza inversionista y la inversión extranjera constituyen la panacea del desarrollo para las naciones emergentes. Gracias a esta limitada manera de comprender la economía, los gobiernos de américa latina han permitido el ingreso de capital extranjero en condiciones tributarias muy cercanas a las que se usan en un país invadido.

Las condiciones en que ese capital extranjero negocia con los gobernantes de esas naciones  presentan en materia ambiental, repetidas situaciones de deterioro irreversible y aprovechamiento irracional del recurso natural.

En otras modalidades del balance que se debe hacer con esas inversiones, conocemos que su interés apunta casi que de modo exclusivo a la minería o a la extracción de materia prima o a la explotación exhaustiva de la dotación ambiental. Poco o nada en transformación de materia prima, servicios profesionalizados y tecnología.

Otro renglón del mercado que despierta el apetito de los inversionistas extranjeros lo constituye el mercado financiero. Dicho de otro modo: capital puesto a disposición del renglón más expoliador y estéril de la economía.  En este campo el mercado financiero, asegurador y bursátil, reporta ganancias inverosímiles, con proyecciones de fantasía y ninguna creación de infraestructura perdurable.

En sectores de la economía como la agricultura, los inversionistas extranjeros aseguran sus inversiones rápidamente: la cuestión consiste en que los capitales foráneos se amparan en los sistemas de soporte crediticio de las naciones que penetran.  En otras palabras: los bancos estatales se convierten en soporte o garantía de ese capital, con lo que, en caso de pérdida o imponderables, el patrimonio público protege al inversionista extranjero, pero en caso de ganancias, que las tienen, y en buena cantidad, estas se despachan a las cajas fuertes y a las bolsas de valores de Europa, Estados Unidos, Canadá y China.

Lo singular consiste en que el periodo de inversión fuerte ya cesó. Nos encontramos en la etapa de recuperación de inversión, situación que empuja al capital foráneo al retorno a su lugar de origen.

En efecto, las economías de América latina reportan en las últimas semanas, la salida de nueve mil millones de dólares hacia el mercado bursátil de la recuperada economía gringa. Situación inexorable que se repetirá de manera constante durante 2014 y que refleja el beneficio obtenido por el capital extranjero gracias a políticas tributarias laxas y permisivas, las cuales afectan los intereses de estas republiquitas bananas.

El capital no es malo en sí, lo malo es la forma en que los administradores latinoamericanos negocian su ingreso y la forma en que se presenta su egreso.

La participación en dividendos es una idea profana que nuestros gobernantes repelen y califican de desestimulante de la inversión, siendo que muchos inversionistas están dispuestos a aceptarla en condiciones beneficiosas para las partes. Un ejemplo de la participación en beneficios y dividendos lo constituye Dubai.

La inversión extranjera y la confianza inversionista no han dejado en américa latina nada significativo en materia de infraestructura o empleo. Tampoco en capacitación o calificación de profesionales o tecnólogos, menos en lo relacionado con sostenibilidad de proyectos, o recuperación e indemnización al daño causado en materia ambiental.

Una divisa romana lo explica mejor: Vinieron, vencieron y se fueron. Y un verso de una canción chilena concluye la aventura: «… y solo nos fue quedando miseria y sudor de obrero».  

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