Lampedusa

Durante cientos de años y con unas modalidades crueles, los hijos de la venerable Europa calmaron su sed de riquezas con las mujeres, hombres y territorios africanos. Los italianos en Etiopía y otras naciones del norte de África impusieron odiosos esquemas de colonialismo racista mientras extraían sus recursos naturales sin reconocer a aquellas naciones el más mínimo centavo en materia tributaria.

Cualquiera que desee establecer con que recursos se financiaron las  obras de infraestructura que dieron riqueza a Italia, España, Holanda, Bélgica, Alemania y Portugal, solo por mencionar a algunos, encontrará el sudor del africano como respuesta y sus riquezas naturales como evidencia. A estos pueblos les quitaron hasta la dignidad.

En las embarcaciones españolas, portuguesas y holandesas, hasta bien entrado el siglo XIX, centenares de secuestrados africanos iniciaban el viaje al infierno de la esclavitud con la complicidad cínica de  las autoridades religiosas y administrativas de las naciones de origen de los secuestradores.

Esas mismas instituciones Europeas que ayer bendijeron el secuestro y el genocidio, hoy penalizan severamente al pescador que le ofrezca la mano a un náufrago de procedencia  africana.  Del mismo modo en que los navegantes negreros castigaban al grumete que les daba agua o comida adicional a los secuestrados africanos encadenados en las entrañas de sus barcos.

Fue necesario que más de cinco mil personas en la última década murieran ahogadas o incineradas en las costas de la apacible isla de Lampedusa,  para que el mundo se enterara de que la legislación de los europeos no ha cambiado un ápice desde la época de la esclavitud cuando se trata de los personas de raza negra procedentes de África.

El texto del código penal italiano le llama favorecimiento a la inmigración clandestina, y se incurre en ese delito cuando se rescata del mar a una mujer de raza negra que apenas respira y aun permanece aferrada al cuerpo muerto de su bebé de cinco meses de nacido.

En otras partes del mundo a ese rescate se le denominaría solidaridad o acto humanitario, en Italia se le llama delito. «Yo soy un salvaje y no entiendo» decía el gran jefe Seattle, cuando encontraba estas contradicciones.

La tierra de Ferri, de Garofallo, de Ulpiano y de Cicerón, parece que aun tiene nostalgia por Mussolini, Nerón y Calígula. Cientos de cadáveres de personas de raza negra en el mediterráneo así lo indican… también su código penal.

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