La palabra utopía, ¿sueño vano o dinamita de la energía humana?

El tema del consumismo y del consumo consciente es un tema amplio y profundo, pero que genera mucha resistencia, pues hay grandes intereses corporativos por un lado y por otro, la necesidad imperiosa de anestesiar las conciencias individuales. En general, se acepta la teoría de que el consumismo es negativo, pero que es utópico combatirlo. Esto nos lleva a discutir el concepto de utopía.

En la vorágine de elementos que nos hunden en la globalización tal como es actualmente entendida, óyese a los defensores interesados (y a algunos incautos), que han perdido la noción de “conjunto” en beneficio de la “parte” (la de ellos), decir que debemos trabajar en función de “lo posible” y descartar las “utopías”. A pesar de su aparente racionalidad, esto significa rendirse al nuevo dogma.

Esas personas, muchas veces liderando diversos campos de la actividad humana, incluso política y/o académica, se volvieron de repente – tal vez como consecuencia de la caída del muro de Berlín – exageradamente pragmáticas, dejando de lado las enseñanzas que la Historia humana nos proporciona. Tal vez, el propio Marx, concentrándose exageradamente en el Homo economicus y olvidándose do Homo homus, preparó esas mentes para sus actuales estado de petrificación.

Es importante, en este momento, conceptuar la palabra utopía. Se trata, según el diccionario, de aquello que es imposible, considerando el “sentido común” de las personas. Pero si agregáramos a aquella definición un pequeño detalle, tal vez se abra un nuevo mundo de comprensión. En efecto, podríamos conceptuar utopía como “aquello que es imposible… en un determinado contexto”

Así, en la época de Leonardo da Vinci era una utopía volar (por falta de conocimientos científicos); en la época de las dictaduras latinoamericana era una utopía pensar en el reestablecimiento de la democracia y elecciones libres; en el siglo XV era utopía pensar en la existencia de América y hace 50 años era utopía pensar en viajes a la Luna.

Tal vez uno de los primeros utópicos de la especie humana fue un agricultor primitivo, hace muchos millares de años. En esa época los cultivos se hacían a partir de semillas colocadas en agujeros hechos en la tierra, con las manos, lo que ciertamente daría origen a uñas quebradas, sangramiento e infecciones. Era, sin duda, un proceso penoso; pero era “lo posible”. Eso fue verdad hasta que un individuo, digamos Juan, uno entre millones, tuvo la idea utópica de construir alguna cosa como una azada de piedra.

Comunicado este “descubrimiento” a sus colegas, seguramente ellos lo habrán clasificado como “loco” (pues la palabra utópico, bien más sofisticada, apareció mucho después). Sin embargo aquel genio desconocido, Juan, persistió en su idea, y a partir de allí comenzaron a ser creadas diferentes herramientas agrícolas, hasta llegar a las actuales.

Es interesante subrayar que todos los objetos creados por el hombre, sin excepción, comenzaron como utopías, antes de transformarse en realidades concretas, tales como: peines, lámparas incandescentes, lapiceras, zapatos, transistores, autos, computadores o rayos láser. En efecto, todos esos productos – antes de su creación física – fueron ideas utópicas en la cabeza de algunos “trastornados”. Solo después, ellos consiguieron transformarlas en realidades manifiestas.

O sea: utopía no es otra cosa que una prefiguración de la realidad tangible. Esto significa, ni más ni menos, que precisamos convivir con las dos, porque ellas no son otra cosa que dos aspectos de la misma esencia. Por un lado, a un cierto nivel (superficial), ellos se oponen; a otro nivel (profundo) ellos se complementan.

En efecto, el cartesianismo – molde de nuestra cultura occidental – nos condujo a una senda unilateral: la del mundo manifiesto, o sea, “lo real” sería apenas aquello que podemos percibir a través de nuestra percepción sensorial. Y hoy en día, ese “real” está sepultado por una avalancha irresistible de productos tangibles y consumo exacerbado, a los que su apología acaba mostrándolos como lo único válido. Así, el reino de lo intangible (donde vive lo más selecto del pensamiento y del sentimiento humano), pasa a ser desacreditado como un sueño inconsecuente (una verdadera “utopía”).

Históricamente, el ser humano ha sido explorado por los grupos de poder, de las más diferentes formas posibles, gracias al uso de la fuerza. En la sociedad “globalizada”, tan cara al neoliberalismo, la acción es mucho más sutil. ¿En efecto, para que utilizar la represión, con su costo y sus secuelas, si es posible manipular “científicamente” al ser humano?

Como sabemos, el ser humano es muy maleable. Por lo tanto, el sistema le ofrece anestésicos que lo gratifican, y le hacen pensar que es un integrante autónomo de la sociedad, que actúa con inteligencia, que es moderno, que pasa una vida “mejor”, que comprando se alcanza la “felicidad”, etc. Un resumen compacto de esto es él jingle: “¡Todo va mejor con Coca-Cola!”.

No puedo cerrar este artículo, sin mencionar algo que aprendimos (¡quien diría!), con el General Mac Arthur, vencedor de los japoneses en la segunda guerra mundial, hace 70 años. Él dice “no somos viejos por haber vivido un cierto número de años; nos volvemos viejos porque desistimos de nuestros ideales” (una sociedad, mejor, por ejemplo).

Y agrega: “Los años arrugan la piel, pero renunciar a los ideales, arruga el alma. Si alguna vez, el pesimismo inundar tu corazón y te inclinares por el cinismo, que El Creador tenga piedad de tu alma de viejo”.

ENTONCES, JÓVENES DEL SIGLO XXI, VIVIFICAD VUESTROS IDEALES, RESCATADLOS DE DONDE ESTÁN ESCONDIDOS, ALLÁ EN EL FONDO DEL CORAZÓN, ILUMINAD EL NUEVO MILENIO Y SED LOS LÍDERES DEL NUEVO MUNDO, LA NUEVA SOCIEDAD: LA GRAN UTOPÍA. (Aquí están incluidos los “jóvenes” de 60, 70 u 80 años, que no han renunciado a sus ideales).

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