Carta abierta a Cristina Fernández de Kirchner

Perdone usted, pero mi total ignorancia de las reglas de protocolo, me llevan a dirigirme a usted con la consideración y el respeto que trasuntaba la expresión “vecino” en los barrios montevideanos y en los pueblos de mi país. Lo hago para darle las gracias por instalar el tema del revisionismo de algunas etapas de nuestra historia, tanto la común como esa otra que nos han impulsado a vivirlas separados.

Me parece muy positivo y removedor que comencemos a mirar nuestro pasado con otros ojos; que pongamos en evidencia los intereses que se movían y se mueven, en torno a la toma de determinadas decisiones.

Sin embargo, su mérito nace de un error importante, a mi modesto juicio. Aclaro que no soy historiador, ni me he dedicado a la investigación en ese terreno, apenas un simple maestro que se reconoce como lector o “leidor” si prefiere el neologismo, de textos y algún documento.

No resulta válido sostener que Artigas quiso ser argentino y no lo dejaron.

En primer lugar, porque las construcciones ideológicas y políticas de lo argentino y lo uruguayo son muy posteriores a su muerte. No conozco en detalle la rica historia de su país pero si resulta evidente que en la región en la segunda mitad del siglo XIX se produce un giro importante en nuestro desenvolvimiento social y político. Los países de la región usaron el pretexto de lo uruguayo y lo argentino, para crear un sentimiento de nacionalidad marcada por el nuevo orden de cara a las exigencias del mercado capitalista internacional.

Acá, en mi país, es en el período militarista que comienza la reivindicación de la figura de Artigas ya que era la única que no era posible asociar a las dos corrientes partidarias que se disputaban el poder. Sus restos que estuvieran años depositados en la aduana, son rescatados y comienzan las tratativas para levantar ese monumento emblemático en nuestra principal plaza. Se inició entonces un muy particular culto al héroe, mientras se escondía al revolucionario.

Por aquellos días también se comienza a buscar una imagen oficial del caudillo el cual era presentado como general nunca como paisano al frente de un pueblo en armas. Así aparece ese Artigas acartonado, esa cara de pocos amigos dominada por una mirada dura, y de riguroso uniforme militar, parado en una puerta en donde nunca estuvo, seguro. Artigas el caudillo, el jefe de su pueblo, su brazo y su voz, se redujeron al General Artigas y su cuerpo lo volvieron bronce. Encima, para asegurarse que no le diera por irse al campo nuevamente a ponerse al frente de su pueblo, le sacaron el moro y le pusieron un caballo de opereta, indigno de un buen paisano.

En segundo lugar, tampoco es válido involucrar a todos los “argentinos” de entonces y sus descendientes actuales, en un presunto rechazo hacia nuestro caudillo. Quien siempre lo negó, el que se opuso con todos sus medios a su prédica y recurrió a todas las manganetas posibles, fue el centralismo porteño, los “peores americanos” de ahí y con la complicidad de los de acá, que querían revolución, pero muy poquita, casi como un te saco la silla y me siento yo.

Dentro del actual territorio argentino hubo muchos que lo siguieron personalmente hasta el final y otros que continuaron sus ideas más allá de su derrota militar y exilio. Tenga en cuenta que sus últimas columnas estaban compuestas por indios misioneros en su casi totalidad.

Si queremos hablar de ese rechazo a su supuesto anhelo de ser argentino, tendremos que alargar la mirada hacia la larga lista de caudillos federales que fueron masacrados junto a sus seguidores, allá y acá. A ellos también se les negó la posibilidad de ser argentinos y de ser uruguayos. Por solo nombrar alguno de los más olvidados de ese lado del Plata evoco al Chacho Peñalosa y a Felipe Varela. Junto a ellos coloco así mismo la sangre de miles de gauchos que don Faustino Sarmiento, aconsejó no ahorrar.

En definitiva, vecina, Artigas no fue argentino y no quiso, expresamente, ser uruguayo. Dos veces lo fueron a buscar, le enviaron cartas y documentos que devolvió sin abrir. Optó por seguir arando la tierra para generar su sustento en medio de una pobreza digna.

No fue argentino ni quiso ser uruguayo porque el proyecto político, el camino que se había trazado para estas tierras nada tenía que ver con sus ideales. Los traidores, sus enemigos de ayer y hoy, nos han legado unas patrias de gran miopía que no les deja ver a miles de hijos a los que se les niega, más allá de tinta y papeles, su condición de tal. Ya quisiera yo que hoy fuera un Artigas verdadero aceptado por argentinos y orientales; que fuera el ciudadano número uno en estas tierras a las que les legó un credo, como ningún otro.

Para eso, vecina, muchas son las cosas que debemos cambiar ambos pueblos. Tendrán que desaparecer las oligarquías de Buenos Aires y Montevideo, así como sus descendientes y sirvientes. Se deberá ir hacia un modelo de sociedad en donde todos en pie de igualdad, sin privilegios ni prebendas para nadie nos aboquemos a construir la pública felicidad de manera que de una buena vez “los más infelices sean los más privilegiados”

Un cantor de este suelo compuso un tema hace mucho que vale la pena que conozca:

“La patria te dijeron y te dijeron mal la patria, la de Artigas la tendremos que hallar…

Es hora de empezar de nuevo cortando esas alambradas que nos separan del destino soñado por el caudillo. Las que nos separan como pueblos.

A esa tarea, permítame que la invite vecina. Empiece usted de su lado que nosotros lo haremos desde ésta banda. Así nomas de entrecasa y sin protocolo, comencemos a meterle mano. Si en la labor nos lastimamos y alguna gota de sangre se derrama, piense que no hay cosa más sagrada que hacerlo por el prójimo. Si no pregúntele al flaco de la cruz que repartió en vida su cuerpo y su sangre.

No tenga miedo de que le falten fuerzas, son miles las manos que se alzaran para ayudarla y hasta le vamos a alcanzar un mate bien cebado, según la costumbre oriental.

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