Sigifredo «el Mulato» Guridi, socialista, tupamaro y duraznense

En la alborada trágica y esclarecedora del Uruguay que despertaba de su última noche de ficción burguesa apequeñoburguesada, una tumultuosa y enérgica pueblada obrero-estudiantil copó la historia oriental, copando las calles y los febriles ´60 que en su segunda mitad dejaron al país rotunda y dramáticamente partido en dos y enfrentado sin medias tintas: el pachequismo, de un lado y, del otro, el pueblo laburante repodrido de versos y durísima represión de siniestro cuño fascista que venía ganando el cerebro de la rosca vacuno-financiera desde hacía por lo menos un par de décadas y no únicamente desde el ámbito policíaco-militar que operaba como su auténtico y fiel “brazo armado”, criminal, sin moral y sin un gramo siquiera de eso que los gerontes del sable, la disciplina y la muerte, llaman “honor”.

Movida por una bronca largamente amasada en la subestimación batllista hacia el pueblo sin credencial, sin partido y sin más derechos que los que apenas se le arrancaba a una crema privilegiada ya demasiado acostumbrada a descargar sus crisis en el lomo de la clase trabajadora y la juventud pobre, aquella muchachada más armada de pasión y de coraje que de armas propiamente dichas, no demoró en hallar su identidad histórica sintetizada en una sola palabra “mágica” y motora: “¡Revolución!”… y una consigna magistral que reunía a los que el país de la mentira, había unido indisolublemente desde sus primeros balbuceos dependientes y obedientes al imperialismo de turno: “¡Obreros y estudiantes, unidos y adelante!”.

Aquella verdadera masa de muchachada en fresca insurrección fue colocándose en la cresta arrolladora de una ola impresionante de agitación social que únicamente podría ser interrumpida, precisamente, por el más desembozado y rastrero terrorismo de Estado al que siempre había intentado escaparle el finado e iluso “Uruguay de los Batlle”, un Uruguay al que la práctica social concreta le había roto hasta sus más sesudas y sólidas fabricaciones teórico-estratégicas de defensa y “eternización” del tranquilo y pacato poder burgués “a la uruguaya”.

En esas turbulencias llenas de luces y sombras del medio siglo de la verdad, casi que a punto de convertirme en un resentido de mierda y terminar por ahí metiendo el caño a diestra y siniestra de resultas de algunas vivencias de los 15 años que te dejan hecho pomada, tuve la fortuna de conocer al “Toto” en el territorio indiscutible donde nace cualquier revolución que pretenda perdurar y poner cabeza abajo a los explotadores y a los oportunistas: el ámbito sindical, ése territorio clave y definitorio muchas veces subestimado y estigmatizado gracias a la performance lamentable de algunas y algunos que se reciben antes de “dirigentes” y “referentes” que de trabajadores con conciencia de clase mismo y real sentido de pertenencia.

“El Toto”, ya cuarentón y de una solvente contextura ideológica enriquecida en el contacto laboral con lo más corrupto y verdugo de la superestructura oligárquica (empresa “El País” / “El Plata”, versión matutina y versión vespertina del periodismo antipueblo por excelencia), me cazó al vuelo apenas la casualidad me había puesto en improvisado dibujante de “Acción”, último reducto del periodismo “batllista” post “Pepe” Batlle y primero de un pseudo batllismo pachequista alcahuete total de la vacunocracia cipaya, mentor cagón y bien zorro del fascismo vernáculo en efervescente y clandestino ascenso.

Tras algunos chamuyos al pasar en los prolegómenos de la construcción de una agrupación “clasista y combativa” en el difícil entorno sindical de la APU (Asociación de la Prensa Uruguaya), nuestra relación se inició verdaderamente en aquella huelga del ´67 de casi cinco meses desatada por otra de las sucursales cagatintas de entonces (empresa SEUSA, editora del matutino “La Mañana” y el vespertino “El Diario” –en cuyo edificio funciona hoy un reducto de “la muralla” de la “Suprema Corte de Injusticia”–, ambos voceros del “riverismo” al que se le caía la baba relamiéndose por un país al estilo de la España de Franco), pionera en materia de despidos masivos, por centenares, cuando ya comprar un diario era un verdadero lujo y una auténtica ayuda económica a las rotativas productoras de ponzoña y agentes proimperialistas disfrazados de parlamentarios y ministros, lo más chupamedias que pudieras imaginarte por entonces, precursores de una “casta” miserable que hoy ya no sorprende mucho que digamos.

“El Toto” tuvo el reflejo que le sugirió que adentro de ese guacho semi-lumpenizado, capaz, sin embargo, de moquear por el asesinato del Ché, atrás de ese pseudo dibujante todavía imberbe entreverado entre los “veteranos” de la “Lista 30-Renovación”, de la APU, que pasaban días enteros discutiendo cómo parar al carneraje que pretendía seguir escribiéndole e imprimiéndole sus páginas amarillas al “cuarto poder” que despedía gente a diestra y siniestra; debajo de ese casi resentido social virtualmente apto para el choreo o alguna macana peor, podía haber también un botija apto para el compromiso revolucionario socialista o algo que se le pareciera.

Sin ningún prurito lo digo: “El Toto”, “El Mulato”, “El Lobo” Sigifredo Guridi, todavía medio canario de a pié venido de los pagos del Sarandí del Yí duraznense, hizo de mí –ayudado por las circunstancias históricas y un cierto “romanticismo” que ojalá nunca se pierda– un tipo más o menos gente, más o menos revolucionario, más o menos compañero; más o menos sensible y atento a todo aquello que en todas y todos, aunque sea en grado mínimo, debería convertirse en valores ideológicos básicos que no se aprenden en los libros, pero sí en la vida misma, real y no virtual, vivida como uno entre millones, pero no “anónimo” y distante, sino uno/todos, uno/clase, uno inexistente si no es con muchas y muchos, pero no sin identidad propia y sin personalidad independiente crítico-autocrítica.

No puedo ocultarlo: estas son las palabras de reconocimiento a uno de los nuestros que se marcha por un rato, que más me han costado desde que vengo sintiendo la necesidad de hacerlo al menos para no darles el gusto a los putos de siempre de que nos vayamos muriendo sin que nuestras voces hablen para homenajear a los mejores, por lejos (y no creo que “El Toto” se enoje por este concepto que no tiene un carajo de elitismo ni sobreestimación arrogante, sino que son las palabras que mejor expresan un legítimo y bienaventurado estado del alma ante esta “parca” que en sí misma es la confirmación dura pero sublime de lo que a veces nos cuesta descubrir y expresar en vida).

No explicaré aquí los recónditos y angustiados motivos por los que estas palabras me cuestan un huevo y la mitad del otro; simplemente diré lo que anoche, mientras una entusiasta muchedumbre casi adolescente, sin credencial ni partido, puteaba a Aratirí y sus mandaderos a unos metros del pobre Artigas y su caballo que es de bronce y no es de bronce, me surgía del pecho y de las entrañas:

“Mulato, esta es tu obra, y ella no muere con vos”.

Más nada. Sigifredo Guridi seguirá siendo lo que es: un revolucionario de hecho, íntegro, moral, no un tira bombas o un lírico llorón tirando mierda sobre los que ni siquiera merecen un gramo de mierda…

Los que lo conocieron bien en la APU, en “Renovación”, en el viejo Partido Socialista de “El Bebe” y “El Viejo Cultelli”, y en el MLN al que él no quiso “agiornar” ni endiosar tras la derrota, lo saben mejor que yo.

¡Cháu, “Mulato” de ojos verdes y mirada hermana, seguirás coreando y puteando por 18 a los que nunca dejaremos de putear, apuntalando piquetes anti rompehuelgas como en el ´67, comprometiéndote en todo lo que abajo se entienda necesario, rompiéndote el traste sin reclamar ni aceptar charreteras al pedo ni títulos otorgados por los “fiscales” y administradores profesionales de las virtudes revolucionarias de bijouterie!.

¡Habrá socialismo para todos, incluidos los que nunca lo han deseado y los que lo han traicionado!.

¡Hasta la Victoria, Tu Victoria, Siempre, “Toto”, con un abrazo muy fuerte que es mío y es de todas y todos!.

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