Por el pueblo haitiano, por el pueblo congoleño y por Tania Ramírez también…

Por el pueblo haitiano, por el pueblo congoleño y por Tania Ramírez también…

“Pienso en la fría mañana en que te fui a ver,
allá donde La Habana quiere irse en busca del campo,
allá en tu suburbio claro.
Yo con mi botella de ron
y el libro de mis poemas en alemán,

que al fin te regalé.
(¿O fue que te quedaste con él?)

Perdóname, pero aquel día
me pareciste una niñita sola,
o quizás un pequeño gorrión mojado.
Tuve ganas de preguntarte:
¿Y tu nido? ¿Y tus padres?
Pero no habría podido.
Desde el abismo de tu blusa,
como dos conejillos caídos en un pozo,
me ensordecían tus senos con sus gritos”.

Nicolás Guillén (Cuba / 10 de julio de 1902 – 16 de julio de 1989)

Martha era hermosa y era negra.
Era un verdadero alarde de destreza estética de la naturaleza en su caprichosa e incesante búsqueda de creatividad sin recetas –un poemita, la verdad-, a mediados de aquellos turbulentos ´60 en los que hasta en el Río de La Plata sonaba el eco atrevido, impresionante, de las voces de la comunidad negra norteamericana en imparable y enfurecida rebelión contra la salvaje y más que secular segregación del estado yanqui de los tiempos de Kennedy y Jhonson, que eran también los tiempos de las criminales agresiones sobre el pueblo vietnamita y el pueblo dominicano, entre otras “pequeñas” y cotidianas violaciones de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, en un mundo al que los magnates de la mafia del petróleo, el acero y el macroconsumismo, pretendían, ya, dominar y hacer pomada a su antojo.

Martha, sin embargo, no tenía ni la más pálida idea de que el grito “Soy hermos@ porque soy negr@”, como proclamaban con indisimulado orgullo Cassius Clay (Muhamad Alí) y la sudafricana Miriam Makeba en nombre de toda la negritud basureada del “primer mundo”, aludía a su propia condición racial también ninguneada en un paisito “re liberal y democrático” como el Uruguay, en el que apenas si encontrás un médico negro en miles, una monja, un cura, un guarda de ómnibus, algún que otro oficialito de las FF.AA., aunque sí, en abundancia, mucho miliquito raso, mucho gurí mangando en los bondis o clasificando basura, muchas caderas africanas agitando para los turistas en “las llamadas” y mucho supuesto relato histórico describiendo dóciles negritos que le cebaban mate al prócer indiscutido.

En la primera cita de aquella adolescencia vigorosa que todo lo podía, Martha, quinceañera y educada para negarse a sí misma, se apareció con sus lindísimas motas de carbón completamente estiradas y, encima, recubiertas con un asqueroso fijador capilar que la hacían parecerse más a un mal dibujo animado con grotesco casco acrílico de astronauta o jugador de rugby, que a una bonita muchacha montevideana del color de las noches de otoño y las deliciosas aceitunas maduradas en el olivo del fondo de casa.

La parte negra de mi alma de blancucho naturalmente deseoso de impensado amor interracial, se vino al piso. No pensé en ella, por desgracia; pensé sólo en mí, me sentí defraudado y ofendido por interpretar, en realidad, que Martha había visto en mí al hombre blanco al que había que complacer para satisfacción de su condición de dominador. ¡Qué sé yo!… Me sentí como el culo, y, a la vez, presentí un amor desgraciado, algo que en aquellos años no podía explicar con palabras, pero sí que se reflejaba en mis instintos con la certeza del rechazo a la vida del que teme ser rechazado, y por eso actúa como mascota domesticable o ya domesticada.

Nunca más nos vimos; nunca le dije que podría haberla amado hasta el final de los tiempos si su alma no se hubiese pintado de blanco y de sumisión y si yo hubiese tenido un poco más de cancha. Nunca pensé, entonces, que existieran los “procesos de cambio”, las “toma de conciencia”, etc., etc., todas esas cosas que nos permiten ir descubriendo que la vida también es movimiento perpetuo y que los colores y los olores –las formas, lo fenoménico- son algo secundario frente a los ímpetus de las fuerzas de la transformación que pugnan también por liberarse dentro de nosotros mismos, siempre.

No me tentaré con burdas payadas “sociológicas” acerca de la violencia desatada en las calles de la ciudad. No discurriré sobre una violencia que no es ni tan doméstica ni tan genéricamente unilateral como nos la pintan; no le daré palos al feminismo sofista que nos pinta una mujer beata y neutra incapaz de levantarle la mano o la voz a nadie. Eludo expresamente las elucubraciones intelectualoides sobre aspectos re delicados de la vida social dentro de una sociedad en la que la violencia es su forma de ser desde el vamos repugnante de la explotación consagrada legal y religiosamente y defendida también con más violencia institucional y de la otra, la extraordinaria y vulgar erigida desde tempranos y falsos principios de autoridad e hipócritas pretensiones de “buen uso del libre albedrío” (tal como rezaba una sanción aplicada años ha a un “recluso” por un tenientecito de las súper violentas FF.AA. que premian a los más brutos y dan de baja, por supuesto, a los que no se dejan mandar por ellos).

Claro que deseo fervientemente, amorosamente, que las cinco trolas que patotearon a Tania y el tachero que las protegió, la queden olímpicamente, teniendo que pasar al menos por las oficinas de algún perito en “justicia”, vérselas cara a cara con la “negrita” que no usa planchita, y tener que pedirle disculpas, rogarle disculpas, besarle las patas, bajar los párpados, sentirse mierditas muy pero muy parecidas a las y los mierditas del “proceso”… y morfarse unos días a la sombra, como dios manda.

En fin, estaría bueno, por cierto, un amague de escarmiento, en ellas y en él, para todas las y todos los eventuales fascistas sueltos que andan por este mundo y dos por tres les sale del alma la fiera patotera y la van contra los más aparentemente débiles e inde-fensos de su propio mundo acosado y acosador.

Pero no estaré en la marcha “antirracista” del miércoles 19 desde El Obelisco de Bulevar y 18 hasta no sé dónde.

No me mezclaré con cajetillas cretinos y cretinas que ponen el grito en el cielo por la paliza a Tania y aprueban o hacen la vista gorda al envío de tropas para reprimir a las negras y los negros de Haití y del Congo (o los de aquí nomás, los del Marconi, o el 40 Semanas o la Cachimba del Piejo…); para reprimir, para vejar, para patotear como lo hicieron las cinco “señoras” salidas del tugurio bailantero montevideano, unos días atrás.

No estaré.

No marcharé con nadie que se llene la boca con la discriminación racial y avale su práctica miserable y alcahueta bajo la apariencia de la ”ayuda humanitaria” que ningún haitiano ni congoleño bien nacidos les pidió ni les pedirá jamás.

No estaré para estar fingiendo una falsa comunión de sentimientos entre quienes somos distintos por nuestros hechos y no por el color de la piel o los discursos.

Ni siquiera estaré aunque alguien venga y me diga: “Gabriel, estará Martha, con sus graciosas motas sueltas, sin planchita, sin fijador, con su inocente y sublime sonrisa blanca de negra de Camino Maldonado y Libia, barrio de negros color aceituna madurada en las queridas ramas del soleado olivo del fondo…”.

No estaré. No hay que estar.

No debemos seguir cultivando necias ilusiones ni la funesta creencia de que hay hechos fortuitos y aislados que vuelven a unirnos en la calle, a pesar de la estafa moral cotidiana que al fin de cuentas opera de la misma manera que la más vil patoteada del fascismo corriente nuestro de cada día, ése que no puede disimular ni el más artero de los populismos aburguesados de estos tiempos en los que si no pulverizamos hasta el último eslabón de la cadena repugnante de la impunidad, todos seremos cómplices de la inmoralidad hipócrita del capitalismo, criminalmente racista, criminalmente antiobrero, criminalmente represor, mercader profesional de la represión, exportador universal de la discriminación que compra malas conciencias que jamás podrán redimirse a sí mismas ni en un millón de marchas ciudadanas contra lo que sea.

(El poema del gran Guillén no tiene mucho que ver con la nota, pero vale la pena gozarlo, ¡sí, señó!).

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