EDITORIAL

Los de afuera son de bastos

La crisis financiera de occidente se agrava sin control. La semana pasada ya no fueron los Piigs, ni siquiera era el temor al contagio a los bancos franceses por su sobreexposición a la deuda griega; el gobierno alemán no encontró compradores suficientes para una emisión de bonos. Y Portugal le pidió un fondo de salvataje a Angola, su ex colonia, que dejó casi sin profesionales al punto de que un puñadito de comunistas uruguayos exiliados que fueron a apoyar al nuevo país hicieron una diferencia.

Hay un primer problema. Hoy no hay nadie que discuta la importancia de la calidad de las instituciones para la estabilidad económica. Los mercados tienen que andar bastante bien, lo que incluye tener regulaciones que compensen sus ineficiencias. Pero en particular, los estados deben ser creíbles para desestimular a los especuladores. Esto incluye un sistema ágil de toma de decisiones en tiempo oportuno, incluye tener reservas; pero también un historial de políticas consistentes. Una de las cosas que pasó en Uruguay en 2002 fue que teníamos un historial de absorción de bancos y empresas fundidas y refinanciaciones masivas. Eso estimuló que unos se endeudaran sin medir riesgos y otros prestaran sin medirlos, todos confiados en que al final el Estado les salvaría el dinero.

Europa es lo contrario de todo eso. El Banco Central no tenía mecanismos de utilización de reservas para prestar a los países miembros en dificultades, los países no tienen moneda, con lo que se atan de manos perdiendo el principal mecanismo para intervenir en casos de crisis. Muchos países tienen una calidad institucional baja, pero especialmente la UE pasó dos años pensando que algo había que hacer, mientras veían venir el huracán, convocando incesantemente a una enredada cantidad de organismos sin que nadie tuviera poder de decisión. Los especuladores obviamente no sintieron ningún desafío para su actividad, no se ve ninguna determinación para actuar en forma rápida y con abundancia de fondos para impedir que caigan los papeles atacados. No hay peligro de perder contra esas instituciones estatales.

Fuera de Europa, Estados Unidos se inventa sus propios problemas de deuda por chicanas parlamentarias que no permiten concentrarse en la crisis económica de la que no terminan de despegar. Y, en general, el sistema financiero internacional evidentemente está precisando un diseño. Alguno.

Hay un segundo problema. Los capitales financieros son enormes y están muy concentrados. De manera que los estados se enfrentan a fuerzas muy poderosas y con enormes reservas. No se trata solo de «mercados» de millones de inversores anónimos. Veamos tres datos: 1) Hace algunos años José blanco, ex decano de la Facultad de Economía de la UNAM, estimó que el capital financiero es 50 veces mayor que el PBI mundial. 2) Se estimó además que el 80% del ahorro mundial -el capital acumulado- no se reinvierte en la producción. 3) A mediados de este mes el Swiss Federal Institute of Technology analizó 43 mil multinacionales y llegó a la conclusión de que el 40% es manejada por solo 147 grupos.

No sabemos hasta dónde llegará el crack, que parece no poder evitarse. Pero sabemos, y es un tercer grupo de problemas, que las turbulencias financieras tienen consecuencias en la economía real y luego en la política. Si toda Europa y los EEUU tienen que ajustarse los cinturones, China venderá menos y por lo tanto nos comprará menos. Nuestro gobierno dijo que tomó precauciones; nunca dijo que estábamos «blindados». Y, por otro lado, el mundo ya es políticamente inestable. No tanto por las manifestaciones de indignados en España o Wall Street, sino porque África entera sufre una crisis por el alza del precio de los alimentos -que a nosotros tanto nos conviene- y en otras regiones conflictivas las urgencias cruzadas no permiten negociar con serenidad.

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