EDITORIAL

La enseñanza del idioma materno

Con pequeños matices, autoridades y especialistas en el tema coinciden en el diagnóstico (nada alentador) de los males que aquejan a nuestra enseñanza. Pero cuando se trata de diseñar la terapéutica, ahí aparecen profundas discrepancias.

Así las cosas, los tiempos se agotan. No porque haya un plazo formalmente establecido para empezar a actuar, pero de hecho la enseñanza pública, tal como está hoy, exige perentoriamente un tratamiento intensivo so pena de seguir vegetando y profundizando las carencias que exhibe y que a todos nos alarman.

Más allá de la confiabilidad de las Pruebas PISA, resulta innegable la caída del nivel educativo de los egresados del segundo ciclo de la Enseñanza Media. Esto no es nuevo. Ya en los años noventa los docentes universitarios se quejaban, asombrados, de la falta de conocimientos y destrezas de quienes ingresaban a las distintas facultades de la Udelar; y no solamente en lo que tiene que ver con todo lo específico de la carrera elegida, sino que unos cuantos jóvenes muestran un lenguaje paupérrimo y son incapaces de expresar cabalmente una idea o formular un pensamiento coherente.

Hay, pues, una primera falla en la enseñanza del idioma materno, nada menos; también, en la práctica del razonamiento lógico. Desde hace mucho tiempo, antes aun del advenimiento de la dictadura, ha podido constatarse un menosprecio por la enseñanza de la gramática, un fenómeno probablemente influido por un pensamiento equivocado que, siguiendo a Unamuno, desprecia las normas de la Academia por entender que ellas no garantizan la expresión de un pensamiento original. Decía el gran vasco: «Dicen que a los españoles nos hace mucha falta aprender gramática, cuando lo que necesitamos es tener qué decir»; y agregaba que para hablar y escribir con corrección es innecesario conocer las reglas gramaticales. Hay que reconocer que la idea no deja de ser seductora para cierta mentalidad ‘progresista’, siempre dispuesta a ver en las reglas y normas en general la inflexible rigidez del poder.

A la «boutade» de Unamuno, Álex Grijelmo responde: «Sin embargo, tras aprender gramática probablemente se tendrá más que decir porque se habrá ganado capacidad de razonar». El estudio de la gramática fomenta el razonamiento lógico, sea por deducción, inducción o analogía. Desde luego que no se plantea la pretensión de que el alumno memorice una larga lista de leyes sino que comprenda cómo funciona su lengua y sea capaz de construir enunciados inteligibles. El mismo Grijelmo apunta en su «Defensa apasionada del Idioma Español»: «El idioma y sus normas no constituyen un fin en sí mismos, sino sólo un reflejo», y agrega más adelante: «Los futbolistas practican en los entrenamientos decenas de flexiones y estiramientos que luego jamás repiten en la competición oficial. (…) El correcto ejercicio de esas tablas gimnásticas no se plantea como un fin en sí mismo. Incluso a los deportistas les resulta muy aburrido. Pero sirve para lograr esfuerzos superiores. Un músculo estirado en la gimnasia alcanzará el balón sin desgarros en el esfuerzo definitivo en boca de gol».

La comparación es perfecta y debe impulsarnos a que nos planteemos la necesidad de reformular los criterios didácticos y los contenidos de los programas de enseñanza del español. Eso no será la panacea ni resolverá mágicamente los problemas de la educación.

Pero es un primer paso.

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