Para entender lo que pasa en Siria

Desde un punto de vista exclusivamente estratégico militar, Occidente busca tener en Siria un gobierno aliado.

Habiendo declarado la guerra a Kadafi en Libia, solo queda tirar abajo el actual poder para ver sus sueños de tener un Mediterráneo controlado por la OTAN. El «Washington Post» publicó el 18 de abril que el financiamiento de los grupos opositores sirios tiene como propósito derrocar al gobernante Bashar al Assad, agregando que fue bajo el gobierno de George Bush que los dólares comenzaron a fluir sobre Siria, en 2005.

Es el sueño de la patria árabe, que está en el origen del partido Baas; partido este que gobernó también en Irak, bajo la dirección de Saddam Hussein.

Un cristiano, Michel Aflak, y un musulmán suní, Salah Al Din, ambos integrantes de la burguesía siria, crearon el partido Baas, de fuerte impronta antibritánica porque Londres controlaba Irak, Egipto, Palestina, Jordania y Libia. También antifranceses porque Francia administraba Siria y el Norte de Africa. Antiespañoles, porque España campeaba en el Norte de Marruecos. Y como no admitían el intervencionismo americano, eran antiestadounidenses. Es decir antiimperialistas hasta los tuétanos.

Bashar al Assad estaba en Londres estudiando oftalmología cuando su padre, Hafez al Assad, muere. La nomenclatura del partido lo hace volver y lo entroniza presidente.

A pesar de sus declaradas intenciones de modernización, siguen siendo los viejos dirigentes del partido quienes controlan y gobiernan Siria. Los dirigentes del partido, así como la oficialidad del Ejército, provienen de la minoría alauita, que es el 10% de la población. Y, es importante decirlo, sin consecuencias en la realidad económica de la población alauita. Una mirada atenta nos muestra que, a excepción de algún helicóptero francés, todo el armamento sirio es ruso. En efecto, Rusia recuperó las relaciones de la ex Unión Soviética. Lo cual equivale a decir que el poder militar sirio fue formado en Rusia y es a esta última que lo unen amplios lazos de amistad.

El 15 de marzo, un tribunal militar condena a un periodista; las protestas civiles se desatan. Y junto con ellas, una represión feroz. Cuando en febrero de 1982 Hafez al Assad reprime una revuelta organizada por los Hermanos Musulmanes, grupo religioso que lucha por un renacimiento del islam, mueren 20 mil personas en la ciudad de Hama. Occidente guarda un vergonzoso silencio. En octubre de 1983, 58 infantes de marina franceses y 239 militares americanos mueren en atentados suicidas en Beirut; todo indica un trabajo de los servicios secretos sirios. Occidente calla y no solamente calla, sino que a la muerte de Hafez al Assad, apostando a la educación occidental de Bashar, Chirac ­presidente francés­ lo recibe en el palacio de gobierno y niega la responsabilidad siria en el atentado, dándole así su apoyo en el retorno a la comunidad internacional. El presidente Sarkozy mantiene la línea y también recibió y apadrinó internacionalmente a Bashar al Assad.

No podemos hablar de regímenes dinásticos: quien mandó y manda en Siria es un partido y su vieja guardia. Que tiene dificultad en entender y aceptar que el pueblo sirio quiere ­y necesita­ trabajo y libertad.

Bashar al Assad levantó el estado de urgencia, que regía desde 1963, y reorganizó el gobierno en torno a la nomenclatura del partido Baas. Es decir que los casi tres millones de pobres con que cuenta Siria en este momento solo pueden esperar represión y más represión de parte del actual gobierno. Si el Mediterráneo es la zona más importante militarmente hablando para Occidente en la actualidad, Siria en particular no solo permitiría «cerrar» el Mediterráneo, sino además debilitar a Irán, ya que Siria es un aliado importante del régimen iraní.

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