La cocaína diezmó al boxeo y destruyó a campeones

Algún día, cuando se pase raya a las trayectorias deportivas de cada uno de estos soberbios campeones, habrá que redimensionar la importancia que tuvo el consumo de drogas en el ocaso definitivo de quienes fueron considerados invencibles. En realidad, lo fueron en algún momento de sus periplos boxísticos, hasta que se ennoviaron con las sustancias psicoactivas que han destruido más vidas jóvenes que todas las guerras juntas.

En su apogeo, ocurrido precisamente cuando su patria (Nicaragua) vivía circunstancias dramáticas, Alexis Argüello fue considerado un portento: en las páginas del periódico sandinista Barricada, mi respetado colega Edgar Tijerino lo bautizó «El Flaco Maravilloso» y todos estuvimos de acuerdo. Con sus brazos desmesurados y la escopeta siempre pronta para «bajar» al rival con un solo impacto, Argüello se asemejaba muchísimo al impar Carlos Monzón quien, como él, hizo la prueba con las plantas malditas.

Campeón mundial de tres categorías (nunca perdió el título sobre el ring, sino que cambió de división acompasando su ritmo de conquistas al aumento del peso corporal), Alexis se hizo aplaudir en todas partes.

Cuando el sandinismo llegó al poder, acabando con el oprobioso régimen de los Somoza (a los que sirvió de cuerpo y alma otro campeón nica, el mediocre Eddie Gazo), Argüello fue el único de la familia que dio la espalda a su pueblo. Todos los Argüello se quedaron en Managua, pero él eligió aliarse con la rosca reaccionaria aposentada en Miami.

Ahí empezó su decadencia. No sólo le birlaron prácticamente todo lo que ganó durante esos años sino que lo proveyeron de «merca» fresquita, para que le fuera tomando el gusto.

Se ve que le gustó: hace poco, la Asociación Mundial de Boxeo lo designó jurado de un combate por el título mundial y su tarjeta (ridícula hasta causar náusea) ejemplificó los daños cerebrales que puede provocar la cocaína, por más que sigan poniéndolo en duda los guarangos que enchastran paredes exigiendo «fumo libre ¡ya!». Lo hacen con tanto énfasis, son tan firmes reclamando la inmediatez del cambio que uno está a punto de dejarse convencer, no sea cosa que lo aturdan gritando «el que no se dopa es un botón»… Ya se sabe que en tren delirante se llega al desatino de identificar la permisibilidad con la izquierda y la mano dura con la derecha. Sustituya usted izquierda por juventud y derecha por vejez y tendrá completo el panorama de la confusión existente. Campo propicio, para que hasta Mr. McNamara pose de liberal, enmascarando su prontuorio, que podría sintentizarse diciendo que sus políticas macroeconómicas provocaron más muertes por desnutrición que la tuberculosis.

Otro pálido final

Argüello no entendió jamás el debate ideológico. Vivió su vida (?) y ahora, convertido en un guiñapo, ya no lo salva ni Fidel. Como no pudo hacerlo el sistema de salud cubano con otra víctima de esa síntesis trágicamente cruel de piñas, alcohol y drogas. El mitológico Kid Pambelé, que alguna vez hizo un mapa orográfico con la cara de Nicolino Locche, a quien llamaban «El Intocable», no sé por qué… Antonio Cervantes, producto de la barriada de Palenque, lo tuvo todo y todo lo perdió. Fue imposible liberarlo de sus noches borrascosas, cuando todo era una fiesta y el más exitoso era el que tenía más dólares para comprar las flores del mal.

Peleadores malditos, como él, deambulan por esas calles con la conciencia alocada, distorsionado el ajetreado cerebro, después de las jornadas fallidas de rehabilitación en Colombia y en Cuba. A su paso, los mismos que antes lo aplaudían hasta rabiar, se hacen cruces, pidiendo que Dios se acuerde de él.

¿Qué decir de Esteban De Jesús? A él le fue todavía peor, si cabe. Después de derrotar a Roberto Durán, que no había perdido nunca… y tenerlo en el tapiz (no una sino dos veces, hazaña inédita entonces) quiso coquetear con las drogas. Coqueteo va, veneno viene, le tocó perder la partida. Del mismo modo que Durán se cobró la afrenta, derrotándolo dos veces… la mala hierba lo hundió en la desesperación. Poco después, utilizando agujas emponzoñadas, contrajo el VIH que lo llevaría a la muerte. Si bien se mira, fue un epílogo bienvenido, porque nadie (empezando por él mismo) quería ver a un guerrero implacable rogando, a altas horas de la noche, por una inyeccción de morfina.

Como De Jesús, también ha sido penoso el tránsito de otro fenomenal púgil de Borinquen: el precoz Wilfred Benítez, que a los 17 años era tan hombre como para derrotar a Pambelé. Se podría escribir un libro narrando su peripecia vital, su exilio en Argentina, su regreso a San Juan, la tragedia de su vida, diezmada por esa basura que cultivan plantadores malpagados, trafican los multimillonarios barones del vicio, procesan comerciantes sin escrúpulos que exportan la mugre y esconden la mano. En el extremo final, las víctimas que, para colmo, protegen a quienes los destruyen con un silencio cómplice que podría comprenderse si no se supiera que están dando vía libre a quienes continuarán matando. Duele comprobar que tienen abogados que los defienden pero… también los tuvo Hitler y los tiene Pinochet.

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