Magia y emoción

El ‘Rayo’ Bolt iluminó un Estadio Olímpico que se rindió a su leyenda

Usain Bolt

Un torbellino de ruido y una explosión de flashes recorrió el Estadio Olímpico mientras la leyenda jamaicana volvía a escribir su nombre en el libro de los récords.

El escenario estaba listo para la batalla entre los cuatro hombres más rápidos de la historia; Bolt, poseedor del récord mundial, sus compatriotas Johan Blake y Asafa Powell, y el estadounidense Tyson Gay, acompañado por Justin Gatlin, ganador del oro en Atenas-2004, antes de que comenzara el reinado olímpico del gigante caribeño.

Ha pasado cuatro años de esfuerzo, preparación y altibajos físicos para llegar a Londres en un momento de forma que le permitiera revalidar su título de Pekín-2008.

A pesar de algunas dudas previas, Bolt lo ha hecho, rebajando su propio récord olímpico, que estaba en 9.69 segundos, hasta dejarlo en 9.63, segunda mejor marca de la historia, tras la que logró en el campeonato del mundo de Berlín-2009 (9.58).

Cuando la final de los 100 metros fue anunciada en las pantallas gigantes, una ola de eufórico ruido inundó el estadio y las cámaras comenzaron a disparar flashes.

«¡Ha llegado el momento; vosotros 80.000, ocho hombres, nueve segundos, la final de los 100 metros masculinos!» se anunció por megafonía ante el delirio general.

Mientras que los otros competidores buscaban la forma de relajarse en los minutos previos, Gatlin caminó 99 metros de la carrera para visualizar la prueba hasta el paso final.

Llegó la hora de las presentaciones individuales de los atletas, un espectáculo de originalidad, ya que no hubo una que se pareciera a la otra.

Richard Thompson, de Trinidad y Tobago, se marcó un pequeño baile, mientras que Powell miró de manera desafiante a la cámara.

Llegó el turno de Gay, que respiró profundamente y levantó su brazo derecho, luego fue la hora del delfín de Bolt, Blake, que levantó la cabeza justo cuando fue anunciado su nombre para imitar a un anival salvaje, haciendo honor a su sobrenombre «La Bestia».

Gatlin, que caminó hacia la cámara y luego se dio la vuelta, precedió a la calle número siete y el estadio volvió a enloquecer.

Bolt montó su habitual show y en primer lugar hizo de improvisado DJ y movió los dedos hacia la cámara. Luego sonrío y pasó el relevo al estadounidense Ryan Bailey, que pidió el ánimo del público.

El holandés Churandy Martina señaló con el dedo y cerró la ronda de presentaciones.

Tres estadounidenses, tres jamaicanos, un holandés y un trinitense sabrían en menos de diez segundos cuál era su posición en la que se presuponía la carrera más rápida de la historia.

Los aficionados, los 60.000 afortunados que tuvieron la suerte de comprar una entrada para la sesión más pedida de los Juegos (un millón de solicitudes) contuvieron el aliento, dispuestos a vivir un momento único en sus vidas.

Se ha criticado a la organización de los Juegos porque en muchos de los grandes eventos se han visto asientos, en principio reservados para acreditados, sin ocupar, situación que no se produjo en el Estadio Olímpico este domingo, donde era imposible encontrar una plaza vacía.

Entonces el silencio nervioso fue roto por la definitiva explosión de sonido; aplausos, gritos, flashes de las cámaras y los ocho competidores despegando de los tacos en dirección a la gloria.

Bolt, como siempre, no fue el más rápido en la salida y durante los primeros metros parecía que su victoria podía estar en entredicho, pero la aceleración antes de alcanzar la mitad de la carrera le puso en el primer puesto, que ya no abandonó hasta romper su propio récord olímpico.

Luego llegó el gran homenaje del estadio al ídolo; abrazo con su amigo Blake (segundo), bandera de Jamaica y la legendaria imitación del rayo, que ya ha convertido en marca registrada de uno de los atletas más extraordinarios de la historia.

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